Capítulo 5

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Podía o no estar ahí. Tan pronto como me desperté, mi cuerpo sintió una extraña sensación a la que me sentí expuesta; con frío y dolor interno, teniendo los ojos cerrados, su persona se proyectaba en mi mente.

Tenía un cúmulo de emociones, todas mezcladas, sin saber cómo salir. Mis labios se encontraban adheridos entre sí hasta que inhalé algo del aire fresco que entraba por mi ventana y lo dejé escapar por mi nariz.

Me levanté a tal velocidad que parecía estar en cámara lenta.
    
"Reprime tus miedos hasta que mueran" —lo repetí en mi cabeza tantas veces que mis labios comenzaron a decirlo entre balbuceos. No me detuve hasta que apreté los puños con fuerza y ​​grité a todo pulmón.

Margaret inmediatamente llamó a la puerta varias veces y me llamó por mi nombre.  Mi corazón dio un vuelco en el primer toque, pero pronto ese miedo se convirtió en ira.

—¡Estoy bien! —grité—. ¡Estoy bien!

—Camila, tienes cinco segundos para abrirme la puerta.

—¡Quiero estar sola! —enterré mi cara en la almohada para no volver a gritar, porque la verdad, era lo único que quería hacer.

—¡Ya no más! —llamó con fuerza a la puerta.

Me puse de pie a pesar del intenso dolor que estaba sintiendo y en el momento en que puse los pies en el suelo, ese frío compitió con el que llevaba dentro. Flaqueé un poco, al punto de casi caerme, pero me aferré a la cama y me permití sentarme de nuevo.

—¿Sabes lo que haré verdad?

Caminé como pude hasta quedar en la pared al lado de la puerta.

—Por favor, tía... déjame sola, necesito estar sola.

—Llevas días ahí adentro, abre la puerta.

—Tia, una hora... dame una hora —lloré en silencio—. Una hora y saldré —miré a mi alrededor, tratando de ignorar el intenso peso que atacaba mis extremidades.

En medio de nuestro silencio, mi cuerpo me obligó a ir al baño con urgencia, ayudándome de la pared llegué más de prisa. Cuando me senté en el inodoro por las evidentes ganas de orinar, me di cuenta de que no había nada, ni siquiera una gota.   Cuando me puse de pie, noté que de mí salía un líquido espeso y frío. Temblé al mismo momento en que la orina salió, salpicándome. 

Me reprimí.

Me desnudé y me detuve frente al espejo para mirar mi rostro pálido.

En la ducha, los rasguños en mis piernas y brazos me recordaron sus ojos, su cuerpo, su olor... Cosas que me hicieron llorar de impotencia.  Abrí el grifo y me quedé allí un buen rato hasta que oí que Margaret llamaba a la puerta del baño.

—Te pedí una hora.

—Y un poco más te he dado. Lamento invadir tu privacidad, pero necesito verte con mis propios ojos y asegurarme de que estás bien.

No le respondí. Me levanté, salí despacio envuelta en la toalla. Aún no había visto la hora pero la luz de un cielo en su atardecer era lo que entraba por mi ventana.

—¿Qué te pasó en las piernas?

—No más preguntas, por favor.... —sentándome a un costado de la cama, abrí uno de los cajones para tomar una toalla de baño limpia. Empecé a secarme el cabello mientras Margaret permanecía de pie en medio de la habitación, mirándome.

—Ya me viste, estoy bien.

—No lo sé.

—¿Qué no sabes? —la miré con aire de bacile—. Tus ojos no pueden verme por dentro, ahí es donde me siento amenazada.

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