Capítulo 4 | En sus aposentos |

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Todo mi cuerpo se sentía como si hubiera recorrido un largo camino; y aunque así fuera, la luz interminable que alumbraba tan solo ese espacio no se extiguía, haciéndome notar que si bien no me estaba acercando, tampoco me estaba alejando de la misma. Me encontraba exhausta.
Cansada y casi incapaz de dar un paso más, finalmente me encontré frente a la cama, lo único que se encontraba en el vacío sin fin de ese lugar; me senté y esperé a que él apareciera.

Permanecí sentada acallando cualquier pensamiento durante un largo rato. Por cobardía y miedo de perder la cordura, me abstuve de cuestionarme cualquier cosa, aunque tuviera las respuestas. Pero en marcado contraste, mi mente comenzó a repetir su nombre una y otra vez, restregándome en la cara que no tenía el control, que no tenía idea de cómo salir de ese lugar. Mis piernas y manos comenzaron a temblar al compás que un calor intenso se hacía cada vez más presente.

Me recosté de un lado e inmediatamente mi conciencia se nubló; esa fue la oportunidad que me brindó el cuerpo para despertarme de ese sueño interminable. Sin embargo, antes de abrir los ojos, sabía que estaba ahí; en ese lugar frío, con un olor ligeramente extraño; en un sobresalto, permití su caricia, que obviamente me había estado dando desde antes de que me despertara.

No tuve que darme la vuelta para averiguarlo porque aún después de sentir mi reacción, el continuó.
Su mirada siguió el movimiento de sus dedos sobre mi hombro y la parte superior de mi espalda. Sentado detrás de mi cuerpo desnudo, Azael continuó tocándome.

Por encima de cualquier sentimiento, decidí mantener la calma.

Me sentía prisionera, sin saber cuánto tiempo había estado allí, sin saber cómo escapar.

—¿Qué pasó con tu coraje?

No le respondí.

Quizás la muerte se hace sentir así; te hace rendirte a las circunstancias sin siquiera querer intentar respirar.

Acomodándose, sus dedos se escabullieron entre mis costillas y brazo, trasladándose hasta el vientre sin despegar su fría mano de mi piel. Con cada desliz, se me aceleraba un poco más la respiración; me quedé estupefacta al instante que sus dedos hicieron contacto con mis senos, introduciéndose entre ellos.

—¿Qué tan cruel crees que soy?

Sus manos continuaron su curso hasta mi cuello, así que respondí girándome boca arriba... Podía ver mi pecho elevarse al son de mi respiración.

Sus ojos grises miraban directamente a los míos. Pude contener mis lágrimas hasta entonces, pero la desesperanza me ahogaba y sollozar era como salir a flote para sobrevivir un segundo más.

—Si pasas más tiempo en este lugar, morirás —se quedó en silencio durante un largo rato—. Te aseguré que esperaría hasta que me permitieras con palabras poseer tu cuerpo, pero hoy pretendo aprovechar tu renuncia para iniciar de una vez por todas.

—¿De qué manera esperas que reaccione a tus palabras? —a penas podía hablar—. Puedo morir aquí mismo y no lucharé más; mírame ¿Parezco alguien que puede pelear contra ti? O dime ¿Parezco una ganadora?

Apartó su mano de mí.  Y pensé que fueron mis palabras las que lo causaron, así que quise continuar.

—Una vez que termines de jugar, destruye al juguete.

—Esto no es un juego.

—¿Cómo lo llamas?

Hizo silencio.

—Quiero irme a mi casa.

Su mirada analizadora estaba atenta a mí, silenciosa. Un momento después, volvió a extender su mano para sostener suavemente mi mandíbula.

IN cubus ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora