Capítulo 9

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Alex tenía razón, no teníamos nada que decir. Mi mente estaba vacía, ahogué en silencio las mariposas de mi estómago, apreté mis puños para evadir la horrible sensación de sudor en mis manos y, una vez pisé el primer escalón, quise llorar.

Nos detuvimos en la entrada de la casa y Alex se despidió dándome un beso en la frente.

Al tomar el pomo de la puerta todos mis sentimientos y emociones hicieron colisión, negándose a avanzar. Cuando finalmente entré, me quedé de pie como si no tuviera el control de mis acciones y mi cuerpo me estuviera obligando a quedarme ahí.

—Llegas tarde —comentó mi tía poniendo el pestillo a la puerta detrás de mí—. Alex vino preguntando por ti —dijo alejándose hacia el pasillo—. Tu cena está en el comedor.

Me senté a cenar después de haberme lavado las manos. No podía fijar la mirada en nada en específico, ni siquiera en la comida que tenía frente a mí.

«Así se siente besar a la persona que más aprecias en este mundo. Estoy segura que no».

—No —susurré siguiendo la secuencia de mis pensamientos—, nada puede cambiar entre nosotros...

Quería cuidar a Alex jugándomela a disipar cualquier duda de que en mí había una frialdad egoísta hacia él; cuando siempre estuve convencida de que no era exactamente así.

Margaret me sacó de mis pensamientos al escucharla decir que se acostaría, cerrando la puerta de su dormitorio. Terminé de cenar, entré a mi habitación, me duché y me acosté.

Acomodándome entre mis sábanas, me di la vuelta fijando la mirada en las cortinas que ondeaban con la brisa fría al olvidarme de cerrar la ventana.

En el momento en que dejaba de luchar por omitir cualquier idea, Alex era lo único que tenía en mi mente, aún cuando el ambiente me insinuaba otras cosas.

Había olvidado las situaciones desagradables que había pasado en los días anteriores. Esa noche, aparentemente agradable, se volvió fría de un momento a otro, un frío extraño que me obligó a levantarme y cerrar la ventana.

Volví a la cama, esta vez intentando encontrar una posición cómoda por lo que me recosté sobre mi costado izquierdo, apagué la lámpara e intenté dormir. Mucho tiempo después, frustrada al no poder conciliar el sueño, abrí los ojos; la oscuridad de la habitación era opresiva y el silencio era ensordecedor.

Inesperadamente comencé a sentir una sensación extraña, una ola de calor que se extendía por toda la habitación me obligó a tratar de escapar de la sensación sofocante descubriéndome. La temperatura siguió subiendo hasta después de ponerme boca arriba y quedarme quieta. En el proceso de mirar el techo, finalmente me quedé dormida, pero no por mucho.

Me desperté de nuevo, sin tener idea de cuánto tiempo había pasado. Me sentía completamente despierta, sin rastro de sueño en mi cuerpo. Todo lo que sentía era una extraña sensación de vacío. Era como si hubiera sido reiniciada, como si mi cuerpo se hubiera apagado y vuelto a encender.

Abrí los ojos y volví a mirar a mi alrededor sin mover mi cuerpo. El ambiente se había vuelto más fresco; me acomodé con la intención de seguir durmiendo, pero un pensamiento efímero atravesó mi mente sin permitirme captar del todo de qué se trataba. A ese momento fugaz le siguió una percepción de que había alguien conmigo, entre las paredes de mi habitación.

Dejé de respirar y me concentré en cada centímetro de mi cuerpo, agudicé mis oídos y permanecí con los ojos cerrados, negándome a abrirlos.

Un escalofrío me recorrió por completo, por lo que me volví a poner boca arriba para escoger la única opción que me di: salir corriendo de la habitación de inmediato. No obstante, unos segundos antes de accionar, abrí los ojos y separé mis labios sintiéndome asfixiada al no sentir mi cuerpo.

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