Capítulo 13 Hablando con él parte 2-Dulces sueños, Camila.

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2 522 minutos después. 

La locura, vestida de impaciencia, incertidumbre y soledad, venía acompañada por el silencio de una casa sin recuerdos genuinamente felices. Los años habían pasado como fantasmas entre escépticos, mientras que el sentimiento persistente e inexplicable de vacío me hacía sentir la carga una aún más pesada. Ante la mínima variación había una sensación ilusa de un cambio abismal, sin embargo, simplemente era un cúmulo de desorden por doquier, tanto frente a mis ojos como en lugares donde mi vista nunca alcanzaría mientras viviera.

Cerré mis manos sudorosas con fuerza como la única manera de luchar contra mis nervios y las inquietudes que deambulaban por mi mente. No hay otra cosa, no había otra manera, la enfermedad y la cura tenían el mismo rostro, la misma sonrisa. Ni siquiera a Margaret, tan solo Alex. 

Él no me volvió a buscar. 

De mis labios nunca saldría que todo el rechazo que sentía de mi parte era la única forma que tenía de protegerlo. En realidad, ese era el único acto de amor que me quedaba porque habíamos llegado a un punto donde las palabras solo empeorarían las cosas. 

Acepté la paradoja cruel de que a veces el amor debe tomar la forma de la renuncia. 

Pasé todo el día dando vueltas y en medio de la madrugada, salí hasta el patio. Me senté en las escaleras, miré la larga calle en ambas direcciones, —si mantenía la mirada atenta hacia la derecha, mis ojos alcanzaban a ver algunas luces de su casa. 

Dolía, dolía profundamente. Esa sensación de abandono era un peso insoportable que aplastaba el alma. Alex no tenía por qué venir a verme pero el hecho de que no lo hiciera era la peor parte; sumándose que ni siquiera Margaret había recibido el favor de alguien más. 

Se olvidaron de ella, no se acordaron de mí. 

La mujer de las pecas, el hombre flaco y alto de la derecha con quien hablaba de Feruse mientras acariciaba su perro, todos siguieron con sus vidas mientras la mía se volvía un charco de aguas negras.

Le eché un vistazo al cielo mientras me abrazaba a causa del frío cuando me encontré con sus ojos azules. Con un sobresaltó que solo hizo temblar mi corazón lo seguí con la mirada hasta que se sentó a mi lado. 

—¿En qué piensas? —preguntó, en un tono muy relajado. 

Volví a mirarlo. Quise entender el por qué un demonio estaba sentado junto a mí y actuando de lo más normal hasta que lo volvió a hablar. 

—En serio no le temes a los terrores de la noche —dijo ante mi silencio. 

—¿Te refieres a que aparezcas de repente? —repliqué con ironía—. Entonces no, no tengo miedo.

—Me lo dices como si en algún momento te exigí que me temieras; te halago, Camila —dijo mientras fruncía el ceño—. De todas maneras, ¿debo considerar que es algo bueno para mí?

—Solo tú lo sabes ¿Esto es un nuevo juego? Acompañarme, actuar como mi amigo, complacerme... ¿Qué haces aquí, Azael? —lo miré de manera más centrada—. ¿Te volví a llamar con el pensamiento?

—Estoy aquí por mi voluntad. 

—Tú voluntad se ha vuelto extraña e incomoda. 

—¿Cómo puede incomodarte que sea amable contigo? —dijo después de un breve silencio. 

—No eres esto que quieres que vea —me acomodé—, y no te atrevas a decir que sabes lo que eres porque también lo sé, es algo que no sé puede ignorar. 

Al instante de callarme, el silencio se hizo pesado hasta que él lo rompió. 

—Deberías descansar —dijo, su tono firme y autoritario, como si fuera una orden disfrazada de consejo.

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