Capítulo 3 Tres cuarenta y cinco de la mañana.

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Al despertarme me abarcó un torbellino de sentimientos en el que me tomó varios segundos evadir cualquier miedo, dándole paso a una intensa frustración y enfado. Recordaba cada detalle de lo que había sucedido.

No sentía ni un ápice de sueño. Me había despertado como si no hubiera estado durmiendo. Me recosté de costado para quedarme mirando las agujas del reloj con la poca luz que había.

12:04 am.

En mí solo había una resignación tan firme que me no importaba volver a dormirme y encontrarme con ellos o quedarme despierta hasta el amanecer.

«No voy a contender».

Fue un sentimiento similar a ese, el que él utilizó para llegar a mí. Con el espíritu rendido a aceptar y sobrellevar sus acciones y decisiones. En aquella ocasión lo único que me apartó ilesa hasta hoy fue mi humanidad, cuerpo endeble ante sus planes frustró sus intenciones. No obstante, esa no era la razón por la cual creía que en el plano real nunca sería lastimada ni perseguida.

Creer eso fue lo único que me mantuvo en calma hasta las doce y veintiocho de la madrugada.

A partir de ese mismo minuto, él me demostró lo equivocada que estaba al destrozar mis convicciones al sentirme incapaz de darme la vuelta, cansada de estar en aquella posición.

El miedo que había sepultado con la ira que me provocó el no poder deshacerme de mis pesadillas volvió. Y mentiría si alego haberlo sentido antes entre las paredes de mi habitación, dando vueltas u observándome. Él se posó directo en mi cama, dejándose sentir sobre ella mucho más de prisa que las agujas del reloj marcando los segundos.

Mi corazón se detuvo y ni por un segundo quité la mirada del minutero. No le permití a mi mente ningún pensamiento, comentario o sugerencia, por lo que me obligué a apagar cualquier reacción o acción frente a él.

Vestía un pijama y mis sábanas me cubrían, pero en ese momento me sentía desnuda. Fue tan palpable lo que se asentó en mi habitación que lo sentí a lo largo de mi todo mi cuerpo, quedándose estático a mi espalda; mi piel no distinguía su forma, eso era tan liviano como el viento fresco que por instantes se tornaba en un intenso frío, y que empezaba a tocarme con una fluidez que me confirmó que era su esencia la que se colaba entre mis sábanas.

Cerré los ojos y respiré despacio cuando lo sentí pasar entre mis piernas; mi cuerpo temblaba con cada contacto, acercándome al punto en que al colapsar sobre la desesperación necesitaría descargarla de alguna manera.

Me asfixiaba contenerme pero permanecí inmóvil respirando despacio.

En medio de esto, percibí como la angustia quiso escabullirse en un grito, pero me dictaminé permanecer inmóvil; respirando de manera tan pausada que me asfixiaba.

Fueron minutos interminables. Y cada caricia me envolvió en el miedo de volver a sentirme como nueve años atrás.

—Déjame en paz —balbucee luchando para no quebrarme. Mis ojos no dejaron de llorar y sabía que, de pasar un solo segundo más, vocearía tan fuerte hasta quedarme sin aire.

Para mí no tenía sentido. Si su misión era causarme miedo casi rayaba lo absurdo su manera de hacerlo pero era eficaz. Tan eficiente fue su método que en el acto de reprimir mi temor, mi cuerpo empezó a sudar y a tener pulsaciones tan rápidas que se me dificultó aún más respirar.

Separé los labios agobiada. Mientras que él, apresándome, me abarcó por completo...

—Quiero ser real para ti.

Hasta que me sentí libre.

Miré a todos lados boca arriba y de inmediato salí de allí. Dentro de mí, dominaba un desorden abrumador de emociones tal que me tuve que detener frente a la habitación de Margaret. Quería tocar y confesarle que no podía más con la situación, que esa noche se salió totalmente de control. Pero sabía cómo sería la conversación entre nosotras, por esa razón terminé por ir a la cocina y, después de buscar unas cosas, me encontré con ella en el pasillo.

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