Capítulo 15

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Mantener los ojos abiertos era tan difícil como ceder al sueño que no tenía. En medio de esa pasiva desesperación, el sonido de golpes a la puerta principal resonó hasta la habitación.

No era cuestión de querer; mi cuerpo se sentía débil y pesado, incapaz de sostenerse por sí mismo.

Alguien continuó golpeando con una fuerza persistente, sin pronunciar una sola palabra mientras ponía en duda mi capacidad para llegar hasta allá.

Me levanté y caminé, casi arrastrándome hasta la entrada, realizando un esfuerzo monumental. Irritada, abrí la puerta sin preguntar quién estaba al otro lado.

Al verlo, me faltó el aliento. Los ojos de Alex me recorrieron por completo con una sola mirada; su mandíbula se tensó y, por un instante, percibí que él también quedó sin aliento. Sentí una punzada de dolor en el pecho al comprender lo que él estaba observando; su mirada me hacía sentir aún más vulnerable.

—Alex... —dije inconscientemente. Un leve temblor me sacudió, sacándome de su mirada.

Su ceño se frunció. Alex dio un paso hacia adelante, pero al instante retrocedió con un gesto de confusión.

—He venido a ver a Margaret —dijo, en un tono inconsistente.

—Margaret no está.  —dije sin poder decir más, mi respuesta había salido con más tranquilidad de la que realmente sentía por dentro.

—¿Qué has estado haciendo?

Tomé la manilla, dispuesta a cerrar la puerta.

—Entonces —dijo, exaltado—, ¿dónde está Margaret? No te voy a atacar ni a hacerte más preguntas; solo dime dónde está tu tía.

Quería gritarle, pero ni siquiera estaba enojada. En cambio, huí de su mirada reprobadora, cerrando la puerta detrás de mí.

Alex me llamó varias veces, y sus golpes en la madera resonaban como tambores de guerra. Ignoré su insistencia. Con cada paso que daba para regresar a mi habitación, me hundía más; mi estómago se revolvía, y el dolor me obligaba a encogerme. Apoyé la mano en la pared y me dejé caer al suelo.

Me parecía que el mundo se detenía totalmente; en cuestión de segundos, no supe de mí.

De repente, sentí que caía en un abismo interminable hasta alcanzar el fondo. Luego, desperté de golpe, sobresaltada. Con medio cuerpo alzado del colchón gracias al apoyo de mis codos, sudada y jadeante, con el corazón palpitando con intensidad, miré hacia mi izquierda y me quedé paralizada. Allí, en el sillón, Alex dormía plácidamente bajo una manta.

—Alex —musité, incapaz de levantar la voz. Intenté aclarar mi garganta y llamarlo más fuerte, pero no fue suficiente. Alex dormía profundamente. Me quedé mirándolo fijamente por un rato, sin saber qué pensar.

Me tumbé lentamente sobre la almohada y exhalé con pesadez. Después de un momento, me levanté y me senté al borde de la cama.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté frunciendo el ceño.

Evitando mi mirada con el rostro tenso, él no me respondió.

—Vete.

—¿Qué pasó? —me preguntó.

—Tienes que irte ahora mismo, Alex.

—No me iré, Camila —dijo en tono pasivo-agresivo. Alex parecía contenerse.

—No te estoy preguntando —me puse de pie—. ¿En qué estabas pensando cuando entraste aquí? —miré hacia la ventana—. ¿Por dónde entraste?

—Entré por la ventana —dijo firmemente. La mirada de Alex era diferente, hasta su manera de pararse frente a mí.

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