Capítulo 4| C - DISPONIBLE EN LIBRERÍAS

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Camila

— ¿Y tienes familia aquí?

— Aquí terminamos con las preguntas—Stephen se paró y decidió dar por terminada nuestra conversación. Era muy extraño, en algunos momentos parecía querer ser amable pero en otros era brusco, antipático e intimidante — ¿no vienes?

Lo seguí porque me daba mucha curiosidad. Él en verdad era muy enigmático. Y además a su lado me sentía a gusto, nunca había hablado tanto con alguien sobre mí, mucho menos me había tomado importancia. La única que solía estar para mí siempre, era mi abuela. Pero lastimosamente la perdí hace tres años.

— ¿Tienes mascotas?—solté esa pregunta después de unos largos minutos de silencios. Era estúpido pero quería cortar con la incomodidad que se había formado.

— No y lo de las preguntas ya terminó—torcí los labios sabiendo que algo así me diría y pese a que él iba despreocupado con sus manos en los bolsillos, yo seguí hablándole.

— Yo siempre quise tener una. Un perro o un gato tal vez pero a mamá nunca le gustó la idea. No me dejaba tener una mascota.

— Pues sinceramente no me importa— no voy a negar que sus palabras dolieron, aún así, intenté demostrarle que no me habían afectado.

Aunque pareció percatarse, era como si me hubiese estudiado de alguna forma y conociera mis gestos, mi mirada, mi forma de ser. Nos detuvimos frente a una casilla de juego tiro al blanco, él preguntó cuánto costaba, le abonó a la dependienta y antes de iniciar con el juego me guiñó un ojo.

Stephen había acertado cada uno de los tiros como si fuese todo un experto. Luego escogió un premio, pidiendo un perro peluche color gris con blanco de tamaño mediano. Al marcharnos, me tendió el peluche diciéndome que era mío.

— Ten, es tuyo. Ahora tienes una mascota, no causará problemas y no nada gastarás en alimentarlo.

— ¿Por qué lo hiciste?

— Un gracias estaría mejor ¿no?

— Pero dijiste que no te importaba...— mis ojos se volvieron acuosos y mi voz se apagado de pronto, su gesto fue muy bonito pero al mismo tiempo contradictorio.

— Las personas dicen muchas cosas todo el tiempo. No debes de ser tan confianzuda, ángel. No siempre se dice la verdad.

— ¿Te han dicho que eres raro?

— ¿Te han dicho que eres rara? — contra atacó mi pregunta formulándole la misma— Eres la chica popular de tu escuela, tu novio igual pero también eras la más inteligente y al mismo tiempo la chica solitaria de pocos amigos. Tanto que ni tu mejor amiga sabe tus secretos más ocultos— tragué dificultosamente mi saliva quedando aún más nerviosa de lo que él me ponía. ¿Cómo sabía todo eso?

— ¿Co-Cómo sabes eso?— apretó la mandíbula mirando un punto fijo por encima de mí para luego poner una postura fría y amenazadora.

— Digamos que es no es muy difícil descifrarte. Además, a tu madre se le escapó los otros días. Dijo que eras la chica más popular de la escuela—soltó una respuesta con total simplicidad pero no confié del todo, pues mamá no siempre hablaba de mí. Únicamente lo hacía para presumir ante sus amigas de club.

— No...eso no lo creo.

— Pues deberías, a tu madre le gusta presumir un poco— era para lo único que servía ser su hija. No le importaba jamás, saber que necesitaba de ella pero sí presumir que era la hija perfecta.

— Se está haciendo tarde. Creo que deberíamos irnos— no me gustaba saber que en verdad a mi mamá solo le interesaba quedar bien ante sus amistades. Que lo único que tenía valor para ella, eran las apariencias ante sus amistades. Eso dolía y mucho.

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