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Entre líneas, su mente  permanece tan ocupada que no presta demasiada atención en clase

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Entre líneas, su mente permanece tan ocupada que no presta demasiada atención en clase. Luce distraído, absorto. Cualquiera diría que no está en sus cabales, que no es él mismo. Él solo diría que pensativo se ve mucho más hermoso. Nathaniel no deja de codearlo de vez en cuando.

–Tierra a Caleb. ¿Estás ahí, Caleb? ¡Hey!

–Sí, sí, sí... –responde en automático, todo ido.

–¿Sí qué? ¡Despierta de una buena vez!

Pero no espabila. La mirada yace perdida en un punto aleatorio del pizarrón mientras balbucea palabras ininteligibles. Nathaniel se da por vencido.

La clase continúa con total normalidad -dentro de lo que la palabra pueda contener- tratándose de un cuarto repleto de adolescentes inquietos.

Suena la campana. Aquel estridente sonido es lo único que trae de vuelta a Caleb a la realidad. Había permanecido perdido, desconectado, durante toda la clase, así que a Nathaniel no le sorprendió ni una pizca que Caleb no supiera siquiera dónde estaba parado.

–Deberías dejar de distraerte con tonterías. –le replica.

–¡No son tonterías! –reprocha Caleb de vuelta; –Mi popularidad y, más importante, mi orgullo, están en juego.

–¡Pero que calamidad! ¡Que dolor tan insoportable sería ese! Ya madura, Caleb.

Pero este no le hizo caso alguno. Ignorarlo más de lo habitual se le había hecho costumbre en ese último par de días. Su cabeza solo maquinaba y maquinaba posibilidades, trucos y venganzas.

Para Nathaniel aquel comportamiento era demasiado infantil para su gusto, pero lo soportaba únicamente porque, como su mejor amigo, debía cuidar de él sin importar las estupideces que cometiera en el camino. Muy a pesar de ello, mantenía cierta distancia.

Caleb seguía sin acoplarse al hecho de que lo habían desplazado. A pesar de que Nathaniel le insistía en que sería una cosa pasajera, su egocéntrica forma de ser lo veía más como una competencia en la que debía salir victorioso, fuese cual fuese el precio a pagar. Y en eso llevaba pensando la mañana.

Era evidente que se le hiciera difícil crear algún plan para derrocar al invasor, no sabía absolutamente nada de él. Ni siquiera su nombre.

A pesar de que todos hablaban de él y lo señalaban, Caleb nunca había escuchado a nadie decir su nombre en voz alta. Estaba demasiado desinformado y necesitaba dejar de estarlo.

Aquel cuestionamiento lo dejó más seco que en un principio. Su cabeza empezaba a chispear cuando un abrazo lo tomó por sorpresa mientras se ahogaba en ideas inconclusas e imposibles.

–Te veo muy pensativo –dijo dulcemente una voz femenina; –Espero pienses en mí.

–Me lo pide la que me abandonó todo el día de ayer –responde Caleb con cierto enojo.

–No tengo excusas, lo admito. Pero me arrepentí porque te extrañé demasiado.

Entonces lo abrazó con más fuerza. El largo cabello de la chica lo cubrió casi por completo mientras lo besaba, una y otra vez, en la mejilla.

Caleb no pudo mantenerse serio o enojado por mucho rato. Aquellas demostraciones de afecto lo hacían caer rendido ante aquella chica de melódica voz.

–Sabes que me disgusta que me dejes solo.

–Cuando dices esas cosas –interrumpe Nathaniel sonriendo–; –pienso que tú eres la chica de la relación.

–Sí, yo también lo pienso así a veces –responde Camille riéndose enérgicamente.

Caleb se sonroja ante aquella afirmación. Aparta la mirada de ella por un segundo solo para no demostrarse demasiado vulnerable, pero no puede evitar volver a mirarle.

Camille luce tan hermosa como la había estado pensando desde antes de dormir. Aquellos delgados labios y la sonrisa metálica que ocultaban, la misma que le detenía el corazón cuando la miraba por mucho rato, empezaban a llevarse toda su atención, toda su energía.

La tomó de la cintura, se puso de pie y la abrazó nuevamente con una impulsividad recelosa, como buscando evitar que se la arrancasen de las manos.

Aquellos ojitos color café que relucían detrás de un par de anteojos no dejaban de brillar y brillar mientras miraban los suyos.

Así, por un momento, olvidó todo lo que lo había mantenido distraído desde el día anterior. Era como si un botón en su cerebro hubiera sido presionado y todo ese egocentrismo exasperante hubiese desaparecido.

Aquellos labios borraron de su mente cualquier idea sobre complot alguno.

Aquellos labios borraron de su mente cualquier idea sobre complot alguno

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Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora