25

1.1K 114 9
                                    

Dejó en la basura lo que  le pareció pertinente y, tomando enserio su propio impulso de idiotez,  le plantó cara al flacucho pálido en la puerta de su casa, esa donde él  mismo había vivido toda su vida, hasta hace poco más de un año

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Dejó en la basura lo que le pareció pertinente y, tomando enserio su propio impulso de idiotez, le plantó cara al flacucho pálido en la puerta de su casa, esa donde él mismo había vivido toda su vida, hasta hace poco más de un año.

No había planes, no había diálogos ensayados ni ideas a medio pensar. Solo era él ante la puerta, con la mente en blanco y su valentía preguntándose: "¿Qué carajo haces?"

Supuso que, quizá, sin pensarlo mucho, podría obtener lo que sabe que ya tiene, pero que insiste en convertir en otra cosa, en algo que, a su parecer, sea más Caleb y menos Jeremy.

Al menos aquello era lo que se había establecido en su ideario inconcluso, y no le interesaba si carecía o no de sentido, simplemente quería hacer algo en contra de 'la idea' -la de Nathaniel- y terminar por comprobarla como una mentira. Destruirla.

–Eso es algo que quiero ver –dice Nathaniel con oscura intensión.

–No verás ni escucharás nada.

–¡Eso no es divertido!

–Exacto.

No le dio oportunidad de envenenarle la mente, de plantarle maliciosas palabras en los oídos. Lo dejó hablando solo mientras corría, escaleras abajo, con la estupidez brillándole sobre la piel, como si de un vampiro gay de Twilight se tratase. O al menos así lo describió Nathaniel.

Entonces la estupidez le falló. Quedó congelado ante la puerta, con el puño en alto y los nudillos apuntando a la madera. "Lo haré" pensaba, una y otra vez, mientras parecía fosilizarse en aquella tonta posición.

Nathaniel, muerto de risa, lo miraba desde la ventana de su habitación. El espectáculo duraría lo suficiente como para ir, halarlo de las orejas y llevarlo de vuelta consigo, pero aquello era más divertido.

Caleb, anta la puerta, permanecía estático, rígido, inmóvil. De no ser porque respiraba, se podría pensar en él como en una estatua, porque hasta había dejado de parpadear.

La estupidez solo le sirvió para ser estúpido sin más. Tal vez había arrojado a la basura, sin notarlo, su sentido común y la noción del ridículo, porque estaba haciendo el ridículo al alcance de Nathaniel.

–No me dejará en paz nunca –se dijo. Entonces golpeó tres veces la puerta y retrocedió instintivamente.

Seguía sin pensar todavía en nada, en nadie. Había expulsado a Camille de su cabeza solo para evitarse la necesidad futura de lidiar contra una culpa que, sabe, lo estupidizará sin remedio, lo hará decir cosas que no quiere decir, cosas que lo avergonzarían de por vida.

Pero su sentido común está muerto, así que nada importa, y eso no lo sabe. Su propia estupidez lo ha condenado.

–Creo que fue una mala idea –dice al escuchar voces al otro lado de la puerta.

Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora