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La sorpresa había sido  inesperadamente sorprendente

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La sorpresa había sido inesperadamente sorprendente. No solo se trataba del hecho, por una parte, de que Jeremy se presentase con una novia, sino que, además, dicha novia fuese un rostro ya conocido por muchos de los presentes.

Por otro lado, aquello se había vuelto un impedimento que Caleb, fríamente, categorizó como momentáneo. Su disgusto comenzaba a emerger como lo hace la lava de un volcán.

Camille lo observaba. Sabía que aquel tarado al que considera su novio era el más apto para llevar a cabo la más ciega de todas las estupideces, sobre todo cuando se enojaba.

–Tienes que ayudarme a controlarlo –dice Camille llamando la atención de un Nathaniel embelesado.

–No cuentes conmigo –responde él haciendo una equis con los brazos; –Mi invitada viene en camino. Ese muchacho es todo tuyo.

El escenario estaba montado y la trama yacía lista para desarrollarse, pero los personajes permanecían como perplejos ante un algo diferente para cada uno de ellos.

Camille, en su posición, solo le temía a su propia curiosidad, a la duda y al posible que Nathaniel le había sembrado en la cabeza con mala intensión. Caleb, desde su perspectiva, se encontraba maniatado. Se había quedado sin aliado y, finalmente, sin otra cosa más que un enojo que ni él comprendía.

Desde el otro lado del plató, Jeremy intenta simplemente ser tan normal como el resto. Diana lo calma, lo hace florecer. Nadie como ella para darle dirección al completo desorden que Jeremy, con su intrincada personalidad, representa en casi toda escala posible.

Nathaniel sabe que, ni con planeación, se habrían podido cruzar todas esas vidas tal y como estaba ocurriendo en sus narices. Más que curioso, estaba terriblemente interesado en aquella locura en proceso.

Era solo cuestión de tiempo, o así lo pensaba, para que algo se descalabrara o, en todo caso, para que Caleb lo hiciera por su cuenta. Pero su cálculo erraría desde el principio, sobre todo por el nombre del culpable.

La música retumbaba y el ambiente festivo se iba encendiendo como incendio forestal. Los fritos, las risas, los cuerpos bailando en la pista de baile o nadando en la piscina. Todo era señal de un éxito que recién había sido inaugurado.

Todavía la bomba no había sido detonada y Diana se encargaría de hacerla estallar con todo el placer del mundo.

Jeremy se negaba a moverse del lugar en el que ella lo había depositado. Para él ya había sido lo suficientemente vergonzoso el haber expuesto su relación con ella, sobre todo, besarse frente a semejante audiencia.

–No me obligues a tirarte a la piscina –sentenció Diana con una de sus temibles sonrisas de niña juguetona; –Sabes que lo haré.

–¡Pero no me mires así!

–¿Así cómo?

–¡Pues así, exactamente así!

El príncipe se enfrentaría, de muy mala gana, contra su peor contrincante. Se pondría de pie con total nerviosismo y las mejillas tintadas de un cálido y tierno rojo. Diana lo tomaría de la mano luego y le sonreiría con esa maléfica picardía a la que él tanto le teme.

Sabe, de antemano, que toda amenaza suya se cumple sin importarle que se haya o no cumplido con las condiciones. Apenas da un paso fuera de su refugio, ya siente su cuerpo cayendo al agua a pesar de seguir erguido en tierra firme.

–Diana, amor... no lo hagas.

–¿Hacer qué cosa, corazón?

–Diana, por favor...

–Está bien, está bien –dice ella; –Pero no me creas mucho.

Entonces lo hala con fuerza y, de un momento a otro, lo empuja hacia la piscina. Jeremy, tal como lo había presentido, se sintió volar segundos antes de verse entre los brazos del agua. El resto, tras presenciar la no-accidental caída del príncipe al agua, gritaron más, se rieron más, se agitaron más.

Nadie notó la velocidad con la que Jeremy escaparía de las aguas para, con la misma malicia, levantar a Diana y dejarla caer, también vestida todavía, en las fauces de las agitadas aguas de una celebración adolescente. Él reía y reía entonces, ya olvidándose de todos.

Caleb lo miraba todo con notorio y oscuro humor. Entonces su rostro cambiaría de gesto, de expresión, y un golpe de colores se le subirían hasta la cabeza dejándolo, por un instante, fuera de combate.

Al otro lado de la piscina, todo empapado, Jeremy empezaba a despojarse de sus prendas con una tranquilidad propia de él. Bajo los empapados jeans llevaba consigo su bañador favorito, uno de color gris con estampas blancas.

Las piernas de aquel chico quedaron descubiertas, así como también serán descubiertos muchos de los invitados que no apartaban los ojos el pálido chico de cabello extraño.

–Es todo un espectáculo ¿no lo crees? –dice Nathaniel a sus espaldas, codeándolo un par de veces.

Caleb no lo nota. Su mirada se ha perdido en la profundidad de las aguas, así como Camille se ha perdido entre los invitados.

La camiseta, blanca como la que todavía traía vívida en la memoria, la vio cómo, lentamente, abandonaba el cuerpo del príncipe exponiendo una espalda bien formada y un torso que, en su apariencia enclenque al vestir, sabe cómo pasar desapercibido.

El pulso se le subió de sopetón. Caleb, sin comprender la razón, no lograba apartar la mirada de aquel húmedo cuerpo, de aquella afeminada cintura.

La bomba acababa de estallar justo en sus narices y, al igual que él, nadie parecía poder ignorar la verdadera apariencia del llamado príncipe, tan expuesta, tan engañosamente dócil, tan falsamente frágil.

El enojo de primer día, los primeros indicios de envidia y el nacimiento de una obsesión, tan evidente como lo son también sus ataques de celos o furia, todo habría entrado en pausa.

Caleb se había topado, una y otra vez, con una lucha interna contra un fracaso que, a primera luz, ya se había instaurado en su cuartel desde el momento en que se creyó desplazado.

Las contramedidas habían fracasado. Su necedadtambién. Su obsesión seguía encendida, pero había empezado a verla condesconcierto. Ya no entendía su propia posición. El príncipe había ganado.

 El príncipe había ganado

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Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora