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Aquella tarde, después  de clases, Nathaniel no perdería el tiempo para elaborar sus propios  planes, claro está, basándose primero en las locas ideas que se le  cruzaran a Caleb por la cabeza

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Aquella tarde, después de clases, Nathaniel no perdería el tiempo para elaborar sus propios planes, claro está, basándose primero en las locas ideas que se le cruzaran a Caleb por la cabeza. Después de todo, aquel desprecio no era del todo falso, aunque ocultaba algo muy contradictorio en su misma razón de ser.

Se aferraría a él hasta hacerlo cambiar sus planes convenciéndolo en querer discutir el asunto emergente. Caleb detestaba cancelarle a Camille tan de maneras tan bruscas y repentinas, pero Nathaniel se haría cargo de excusarlo con pruebas tangibles.

–Todavía no hemos investigado nuestro proyecto expositivo –le habría dicho mostrándole los apuntes vacíos; –porque ni siquiera hemos escogido un tema.

–¿Por qué no me sorprende?

Había funcionado a la perfección, pero la fianza les había salido bastante cara. Ahora tenían el día solo para ellos y sus planes al costo de un dulce diario por el resto de la semana.

A Nathaniel no le pesaba desligarse de una que otra golosina, a fin de cuentas, había reanudado sus clases de natación y quería mantenerse en forma. Caleb, por otro lado, no era muy buen ahorrador.

–¿Cómo le haces para vivir siempre limpio?

–Ese es mi secreto.

–Pues, es un pésimo secreto, déjame decirte.

La casa no estaba del todo sola. Caleb tenía una visita que le encantaba ponerle los pelos de punta, así que, al llegar, se escabulló hasta la habitación sin hacerse notar.

Nathaniel le siguió el paso pues, aunque él adoraba dicha visita, de verdad quería poner en marcha su maquinaria lo antes posible.

–Enserio, Nat ¿Cómo es que no te diste cuenta que ya había alguien viviendo ahí?

–Seguramente se debe a que muy rara vez tengo un día libre. Hoy, por ejemplo.

No quería creerle. Aquella tranquilidad vivida durante toda la jornada escolar había desaparecido y, de nuevo, el inquieto, malcriado y desaforado Caleb al que ya estaba acostumbrado volvía de nuevo en sí.

Empezaba a hablarle de las cosas que había pensado hacer, esperando no ser demasiado iluso. Nathaniel las negó todas y cada una de ellas por ser, algunas, muy infantiles y otras muy riesgosas.

–¿Y qué propones genio?

–Conocer primero al enemigo, obviamente.

–Hoy intenté averiguar algo, pero no encontré nada fuera de lo ordinario en su mochila.

–Que bajo has caído.

Pasarían las horas y Caleb no lograba, siquiera, conseguir un mísero de boca de Nathaniel. Todo aquello que esperaba realizar se despedazaba segmento a segmento y sus ideas se esfumaron como polvo en la brisa. Entonces se dejó caer sobre la cama, cansado de tanto pensar sin obtener resultado.

Nathaniel tampoco había logrado adjudicarse idea alguna, pues sus planes tenían motivos muy distintos a los que Caleb pensaba.

Su treta era ayudarlo para ayudarse a sí mismo. Sacar provecho del absurdo y exponer a su rata de laboratorio al, tal vez, más cruel de todos los juegos pesados.

–Cambiando de tema –dice Caleb pensativo; –¿Qué haremos en tu cumpleaños?

Repentinamente el rostro de Nathaniel se iluminó como nunca. Caleb no lo notó. Todavía yacía echado sobre la cama, con la mirada perdida en el cielo raso de su habitación y los brazos extendidos sobre las sábanas. Nathaniel se levantó de golpe.

–¡Eso es! ¡Ya sé qué haré!

–Habías olvidado tu propio cumpleaños de nuevo ¿no es cierto? –rió Caleb.

–Aparte de eso –respondió Nathaniel mientras recogía sus cosas.

–¡Hey, hey! ¿Por qué te vas?

–Es una sorpresa. Ya pronto lo sabrás, amigo mío.

Y se esfumó en el aire dejando la puerta abierta y a Caleb gritándole para que se quedara. La visita, viéndolo desprotegido, le saltó encima entonces y le mordió la espalda con malévola diversión haciéndolo gritar, ahora, de dolor.

–¿Qué crees que estás haciendo? ¡Para ya, Diana!

–¡Torturándote, amigo mío! ¡Torturándote!

–¡Torturándote, amigo mío! ¡Torturándote!

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Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora