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El reloj relucía las  nueve en punto

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El reloj relucía las nueve en punto. El calor de la mañana de aquel sábado estaba casi diseñado para un día de piscina y Caleb no había dormido casi nada emocionado por ver, finalmente, una oportunidad latente para derrocar al príncipe.

A su vez, del lado contrario de la ciudad, Jeremy se impacientaba al ver a su hermano moviéndose, casi, en cámara lenta. Intentaba distraerse con el móvil, pero la chica del otro lado del chat seguía inactiva a pesar de la hora. Y él no hallaba qué hacer con su tiempo esperando que no avanzara demasiado deprisa.

–Marlon, estoy un poco apurado –dice intentando no lucir avergonzado; –¿Puedes darte prisa?

–No hay prisa. Ven a desayunar y relájate. Ella no irá a ninguna parte ¿O sí?

Él apenas y niega con la cabeza. No tiene opción más que sentarse a la mesa y disimular su incomodidad. Siempre ha mantenido a su hermano al margen de sus asuntos, así como lo hace con todo el mundo.

Es una de sus manías, una de las tantas formas que tiene de alejarse sin moverse. Pero Marlon es su hermano, así que nada era un secreto para él, de una u otra manera.

Minutos después su móvil cobraría vida nuevamente. Se levantaría de la mesa y se recluiría en su habitación para atender la llamada en privado, cosa que tampoco sería del todo de esa manera al dejar, por descuido, la puerta abierta.

–No te preocupes en recogerme, ya estoy de camino gracias a mis contactos –dice ella con animosidad; –Así que, no pierdas tiempo y ve al lugar de la fiesta. ¡Nos vemos allí!

Y cuelga sin esperar una respuesta de su parte. Jeremy se da la vuelta, recoge su mochila para luego toparse con la mirada acusadora de su hermano, que yace de pie junto al marco de la puerta. Le sonríe.

–¿Pasamos por ella o te dejó por otro? –pregunta Marlon agitando las llaves del auto.

–Ni lo uno, ni lo otro –responde él.

Llegado el día, las cosas, desde un principio, saldrían por completo del marco de lo planeado, plan que el propio Nathaniel se había dispuesto a no llevar a cabo en lo absoluto.

No dudó en informarle a Camille sobre las ideas que pretendía Caleb respecto a la fiesta y al príncipe. Aquello solo le produciría un absoluto impulso de control y dominio dejando a Caleb en una esquina, con la mirada cristalizada y un gorro sobre la cabeza citando la palabra 'castigado'.

–Mantente lejos de él. ¡Te lo advierto!

–¡Pero Cam...!

–¡Sin peros!

Y su mirada lo sentaría de nuevo en aquella esquina imaginaria. El orgullo de Caleb y su plan yacían, ahora, despedazados, uno junto al otro, como adornando un cubo de basura, también imaginaria. Pero todavía le quedaba, casi intacta, la más brillante de todas las estupideces del mundo: la suya.

Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora