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La última hora se había  vuelto un tormentoso bucle de minutos imperecederos

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La última hora se había vuelto un tormentoso bucle de minutos imperecederos. El reloj en su muñeca hacía tic, luego una muy prolongada antes del tac, pero no veía el segundero moverse de lugar.

No pudo evitar sonreír nerviosamente al apartar la mirada del reloj y jurarse a sí mismo que aquello solo había sido una ilusión, una muy extraña ilusión. Finalmente, la campana anuncia el cierre de la jornada escolar.

Los que le rodean espabilan y desaparecen a velocidades incalculables. Jeremy, mientras, espera ser el último, solo para evitar el atropello de la manada que se atora en el marco de la puerta al salir. Sonríe al presenciar aquello.

–¿Y qué hay de ti, Jeremy? –pregunta Samuel palmeándole la espalda.

–¿R-respecto a qué? –evita mirarlo para no mostrarse sonrojado y nervioso una vez más.

–Es que nos preguntábamos si te gustaría pasar el rato antes de volver a tu casa.

Jeremy, más sonrojado todavía, levanta la mirada para encontrarse con las de Louis y Ralphie que, a su vez, se vuelven hacia otro lado.

–Estos dos –piensa entonces al volver la mirada hacia Samuel quien lo mira con una sonrisa de par en par– Parece mentira, sinceramente –guarda un breve silencio –Tentador –le responde finalmente al ponerse de pie– Pero en verdad tengo muchas cosas que hacer en casa.

–Ya puedo imaginármelo.

–Pues, tú sabes. Todas las mudanzas son iguales.

Mientras tanto, en el patio principal, Caleb se ahogaba en ideas y más ideas, buscando, armando, planificando alguna travesura que pudiera hacer, incriminar al chico nuevo de aquello y salirse airoso con la suya. Darle mala fama a aquel otro sería la respuesta al recién nacido desinterés de los demás por su persona. Pero no se le ocurría nada.

Nathaniel, de buenas a primeras, le advirtió que no hiciera nada estúpido y que, de momento, si se le ocurría de verdad hacer cosa semejante, sería el primero en darle la espalda por comportarse como un mocoso.

–No cuentes conmigo para tus niñerías –le habría dicho antes de irse y abandonarlo por completo en la misma banca acostumbrada.

Caleb estaba tan enfrascado en sus pensamientos que, por primera vez, se había olvidado por completo de Camille, su novia actual.

Brisaba dulcemente. Sus oscuros y lacios cabellos se movían ligeramente con cada soplido mientras movía la cabeza de lado a lado. Se hablaba a sí mismo y lucía casi como un joven demente.

De estar consciente de aquello, tal vez y solo tal vez, se haría desaparecer a sí mismo de la vergüenza. También estaba la posibilidad de hacerse el tonto y cambiar las tornas a su favor. Un truco que siempre le había servido para así acrecentar su ego y atraer aún más las miradas, siempre de una manera en la que él luciera como ingenioso, como genial.

Pero no encontraba todavía ese algo que pudiera causar ruido, el necesario como para perjudicarlo de manera tal que nadie volvería a fijarse en él. Y de tanto pensar y pensar, como no lo hacía casi nunca, sintió que empezaba a cansarse. Miró la hora en su móvil, tomó su mochila y se marchó como si nada.

En la calle, apenas a cuadra y media del instituto, Jeremy caminaba en solitario con la mirada hundida en su empastado color vino. Sea lo que fuese que leía, lo tenía bastante concentrado. Tanto que no había caído en cuenta que volvía a casa sin su mochila.

Hace una pausa ante el semáforo, asegurándose si es o no seguro cruzar la calle. Es entonces cuando nota la ligereza de su cuerpo respecto al resto del día. Faltaba algo, algo importarte. Lo sabía bien, pero no terminaba de darse cuenta de ello, hasta que atravesó la calle.

–Jeremy Norton –se dijo en voz alta– La única medalla que mereces es la de idiota, tremendo idiota.

Todavía era seguro cruzar la calle. Respiró profundo y dio marcha atrás a sus pisadas, muy a la carrera, esperando poder llegar a tiempo y recuperar sus pertenencias. No estaba tan lejos, así que sería algo poco complicado, o al menos eso esperaba.

Luego de subir las escaleras de la entrada principal, atravesar el enorme lobby y virar a la derecha, hacia el pasillo que lo llevaría hasta su salón, tras un ligero descuido de sus reflejos, chocó de frente con alguien que caminaba en el sentido contrario.

Para Jeremy, el accidente solo fue cuestión de mala suerte. Caleb, en cambio, lo consideró el primer encuentro.

 Caleb, en cambio, lo consideró el primer encuentro

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Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora