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Diana cumpliría con su  promesa y volvería a casa la noche siguiente, después de la fiesta

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Diana cumpliría con su promesa y volvería a casa la noche siguiente, después de la fiesta. Debido a ello, Caleb no pudo confrontarla como había pensado hacerlo. La idea la tuvo demasiado tarde, así como también fue muy poco -casi nulo- el tiempo que tuvo para hacer, siquiera, un intento fallido.

Diana se despidió casi a la carrera y desapareció tal como lo había hecho en otras ocasiones. Así había culminado aquel fin de semana para él: con los planes desechados, con preguntas sobre sí mismo y las imágenes de un príncipe invadiéndole, de nuevo, la visión y la memoria.

Las semanas siguientes se distanció demasiado de su propio ser. Algunos lo notaron extraño, otros creían que así era más atractivo. Un tercer grupo lo pensó crecido y repentinamente maduro.

El engreído había vuelto a desaparecer mientras, esta vez, lo suplía un Caleb macilento y callado, amable y cándido, pero distante siempre. Su nueva sonrisa yacía impregnada de un algo distinto, algo que ni Camille pudo resolver o nombrar o entender.

Temía por algo que ocurría en sus narices sin saberlo del todo claro. Le temía, sobre todo, a las palabras de Nathaniel.

–Se está enamorando... –le había dicho sin culminar la frase.

–Tendría que ocurrir para que te crea –respondió incrédula con una sonrisa temerosa; –Además, tal cosa es imposible. ¡Hablamos de Caleb!

El cambio en Caleb era tan inusual que, en cierto modo, parecía no haberse llevado cambio alguno, solo una especie de refinamiento, de conversión, de mejoría. Eso lo volvió el centro del centro, pero no parecía disfrutarlo siquiera, aun cuando era la categoría de sus sueños.

Aquella idea había sido llevada lejos de sí. Camille era el centro de su centro y lo demostraba de las formas en las que tanto se había resistido a hacerlo, las mismas que siempre criticó por ser demasiado afeminadas, ridículas y cursis.

Se había vuelto el príncipe azul de los cuentos y, de a poco, aquel título había empezado a decorar su nombre.

Al mismo tiempo, Jeremy agradecía la desaparición de su indeseada popularidad. Poco a poco "el príncipe" se desvanecía del conocimiento colectivo a la vez que él mismo se adaptaba al título de sus amigos.

En su historial le veía más futuro el llamarse a sí mismo 'lunático' que 'príncipe', sobre todo si con ello llamaba menos la atención. Exponerse en aquella fiesta le sirvió, en parte, para consolidar su propia existencia y fusilar cientos de rumores.

Caleb parecía, entonces, haberse olvidado de él, así como él siguió sin prestarle atención en lo absoluto.

La normalidad había vuelto a rondar por los pasillos, el patio, los salones. Una normalidad, todavía, ajena a Jeremy, pero, poco a poco, se habituaría a ella tal como se había habituado al trío de lunáticos, a la banca del patio central y a las miradas de las que curiosean sus gestos, su voz, sus palabras, su sonrisa.

Inadvertidamente se había convertido en otro individuo distinto al de los primeros días: sonreía más, hablaba más, incluso devolvía los saludos con la cordialidad de su recién perdido título. Era otro.

Caleb, desde su propio alejamiento, consumido por un silencio histérico y servicial, solía levantar la mirada para buscarlo. Una manera secreta, discreta, para no ser descubierto en campo traviesa, para evitarse preguntas incómodas y, sobre todo, ocultar las razones que ya no tenía para acecharlo.

El príncipe ya no era príncipe, lo sabía. Había conseguido lo que quería sin siquiera haber hecho nada en lo absoluto. Pero aquel pareció jamás haber notado su existencia o, al menos, aceptar cierta rivalidad entre ambos. Nunca existió para Jeremy y apenas lo había notado.

Paseó la mirada por el patio, sonrió ante unos saludos, charló con ciertas amistades. Actuó normal, tanto como lo había estado haciendo a lo largo de aquellas semanas, pero estaba siendo demasiado obvio respecto a una cosa, una que solo Nathaniel podía identificar y, de ser posible, nombrar.

Caleb lo miró con una falsa calma mientras sus ojos parecían buscar una especie de consuelo. Le palmeó la espalda y se plantó ante aquellos ojos inquietos.

–¿Otra vez está de vuelta? –preguntó haciendo una mueca con la boca.

–No sé de qué estás hablando.

–Claro que lo sabes –contrapunteó Nathaniel haciendo un gesto con la cabeza, como señalando a Jeremy del otro lado del patio.

Caleb captó el mensaje y se ruborizó levemente tras apartar la mirada de Nathaniel. A modo de provocación, éste lo despeina con ávida fuerza mientras le empuja la cabeza hacia abajo. Ambos ríen, luego callan y se miran nuevamente como esperando una nueva pregunta o una respuesta tonta, insólita.

–¿Por qué no me mira? –pregunta entonces Caleb conociendo la respuesta; –Es como si no existiera.

–Tú y yo tenemos que hablar de eso –dice Nathaniel cruzándose de brazos; –Sin censura, por favor. Sin secretos.

–No tengo nada que aclarar, nada que esconder. Ahora, de verdad, no sé de qué estás hablando.

Y no mentía. Nathaniel lo sabía. Lo que no sabía era cómo tocar el tema sin ser tan directo. Cómo explicarle algo tan delicado al más fatalista de todos los hombres, al amo y señor de los egocéntricos, al duque de los engreídos. Cómo iba él a decirle que el muy tarado se había enamorado sin siquiera saberlo.

Eso era lo que no sabía, lo que no entendía de sí mismo, lo que no quería tampoco entender, porque se lo dejó en claro aquella tarde cuando admitió que prefería no escuchar nada semejante.

–¡Primero muerto! ¿Entendiste? –hiso una pausa; –No quiero que vuelvas a decir nada parecido, nunca.

Nathaniel solo pudo encogerse de hombros y guardar silencio a la fuerza. Caleb había empezado a maquinar su propia deconversión con tal de salvar, no solo su hombría, sino también su cordura y su amor propio.

Camille era su respuesta, su opción única, su destinocelestial. Así lo figuró en su cabeza esperando que, al menos, la deconversiónfuncionase de algo. Todavía no estaba del todo perdido.

  Todavía no estaba del todo perdido

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Sensible e insensato ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora