Capítulo 14

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15 de junio de 1617

Rosaline se va a casar con el herrero. Lo he escuchado de pasada en el mercado. ¡Ella y María ya no me dirigen la palabra! Dicen que soy una mala persona. ¡Vacas asquerosas! Estoy deseando ver la cara que se les queda cuando me convierta en la duquesa de Overland. Sé que Jack está a punto de pedir mi mano.

-del diario de Isabelle Dorring

Jack nunca había deseado tanto cerrar la puerta de su habitación en toda su vida. Tenía un dolor de cabeza insoportable.

La señora Hope todavía estaba allí. Los había invitado, a su marido y a ella, a que se quedaran en el castillo, y habían aceptado, aunque solo para esta noche. Mañana iniciarían el regreso a Irlanda.

Se sirvió una generosa ración de brandy y se dejó caer en el que probablemente era el único sillón cómodo de todo el castillo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo.

¡Dios! No podía quitarse de la cabeza los acontecimientos del día. Su encuentro con Elizabeth ya había sido intenso de por sí, pero el encuentro con su madre...

Se sentía como si acabara de quedarse ciego y tuviera que salir de un laberinto cambiante. Todo lo que creía que sabía de su vida y de su destino estaba patas arriba.

Se quedó mirando al fuego y tomó un sorbo de licor, esperando que la tibieza del alcohol le ayudara a deshacer el nudo que tenía en el estómago.

Tenía que volver a Londres. Allí su vida resultaría mucho menos confusa. En la ciudad sabía quién era y lo que se esperaba de él. Odiaba aquella vida, pero al menos no se sentía tan desvalido.

¡Dios! Apretó contra la sien los dedos de la mano que tenía libre, como si así pudiera controlar los pensamientos que le desbordaban.

Su madre y su tía le habían mentido. Se habían inventado lo del conde italiano.

Pero la mentira había surtido efecto. Al menos había servido para liberar a su madre de los asquerosos cotillas de Londres. Y, de una manera un tanto extraña, ahora lo liberaba a él. Esa frívola mujer a la que tanto había despreciado siempre sin conocerla siquiera resultaba que no era su madre, es más: no existía. No era más que una invención que se había empleado como carnaza para alimentar a las pirañas de la alta sociedad.

De todas maneras, su madre había admitido que se libró de él, y que eso le supuso un alivio.

¿Pero qué otra cosa podía haber hecho? Si se hubiera visto obligada a vivir como la duquesa de Overland, hasta podría haber acabado como sus predecesoras, unas mujeres frías y sin corazón. Y si no le hubiera dejado, él no hubiera crecido con Hiccup, ni con sus tíos, Philip y Margaret.

Nunca le había escrito siquiera, pero tenía un relicario con un retrato suyo.

Era un hombre adulto. Ahora no necesitaba una madre.

Pero entonces, ¿por qué sentía como si se hubiera llenado un vacío que siempre había tenido?

Esta vez dio un trago de brandy mucho más largo y se hundió todavía más en el sillón.

Le gustaba. No se lo esperaba, pero era así. Se lo había pasado muy bien en la cena. Ella y su marido resultaron ser unos invitados muy entretenidos, capaces de hablar con conocimiento de causa de muchos asuntos, y ninguno de los dos tenía nada que ver con la alta sociedad.

Dio el último trago. No tenía sentido seguir dándole vueltas a las cosas, al menos esa noche. Quería irse a la cama. Un sueño reparador, si es que era capaz de conciliarlo, pondría las cosas en perspectiva.

Fruto ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora