Capítulo 8

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5 de mayo de 1617

  La tía Winifred ha escrito otra vez diciendo que una mujer mayor que yo debería vivir conmigo, y yo he vuelto a responder diciéndole que no necesito una niñera. Mi padre me ha criado como una mujer independiente, y ha confiado en mí desde que era muy joven, para disgusto de la tía Winifred. Es incontable el número de veces que ha expresado por escrito lo angustiada que estaba, diciendo que su permisividad iba a dar como resultado que yo acabase mal. Mi padre y yo nos hemos reído de eso muy a menudo. ¡Cómo echo de menos a papá! Pero no voy a soportar la presencia de una criada vieja y solterona en casa. Tengo veinticuatro años, y esto es Loves Bridge. Todo el mundo está habituado a mis costumbres, por extrañas que les parezcan. Y tener una carabina sería un estorbo, sobre todo ahora. El duque de Overland sigue buscando mi compañía. No creo que falte mucho para que haga la petición.

  —del diario de Isabelle Dorring

  Elsa se retiró de la cara una mecha rebelde de cabello al entrar en la tienda del pueblo. Inmediatamente vio a la señora Bates, la dueña, dando vueltas como una gallina alrededor del duque.

  —¡Oh, excelencia! —dijo la tendera poniendo una mano sobre su prominente busto—. ¡Es un gran honor verle por aquí!

  No iría a ponerse engolado y distante con la pobre señora Bates, ¿no? No. Al contrario, sonrió con gentileza.

  —Muchas gracias, señora Bates. Es usted muy amable —respondió, y le enseñó el anuncio de Spinster House—. Por favor, ¿podría indicarme dónde puedo colocar este aviso?

  En su relación con ella el duque no se había comportado con aires de superioridad, ni muchísimo menos. Había sido agradable, incluso amistoso, durante su paseo hasta la oficina de Randolph el otro día, y tampoco se había enfadado durante la tormentosa reunión posterior, pese a que tanto ella como Jane se comportaron de forma agresiva. Pero en Spinster House...

  Se mordió el labio. ¿Qué había ocurrido en Spinster House?

  —Tenemos un tablón de anuncios allí, su excelencia. Está un poco retirado, pero no mucho, no sé si me explico.

  Había ocurrido algo extraño, cálido y, cómo decirlo, inquietante. Y pudo haber pasado algo todavía más inquietante si Amapola no llega a decidir abandonar la cama justo en el momento en que lo hizo.

  Sí, la cama. Nunca debió entrar en un dormitorio con un hombre. ¿Cómo se le había ocurrido hacer semejante cosa?

  Pero todo había transcurrido sin el más mínimo incidente hasta el momento en que él mencionó la palabra «deseo». No pudo evitar que el rubor le subiera de nuevo a las mejillas.

  Agitó la mano para darse un poco de aire en la cara.

  Cuando sus hermanas le hablaban de besos, de hombros anchos y de anhelos físicos pensaba que no decían más que tonterías. No sentía el más mínimo deseo de apretarse contra un hombre nauseabundo que juntara sus labios con los de ella. ¡Ag! ¡Qué asco!

  Pero...

  En el oscuro dormitorio de Isabelle, con el duque tan cerca de ella, de repente empezó a entender de lo que hablaban. Todo su cuerpo recordó la caricia, ligera y delicada, y el momento en que la sujetó tras el tropezón con las raíces del sendero de camino a la oficina de Randolph. Lo sintió fuerte y grande, pero en lugar de experimentar una sensación de superioridad o de dominio por parte de él, en realidad se sintió protegida. Libre, pero protegida.

  ¡Qué tontería! No quería tener nada que ver, en absoluto, con ese hombre. Con ningún hombre. Quería ser la soltera de Spinster House. Quería ser independiente, tener libertad para escribir sus novelas sin que nada ni nadie la interrumpiera a cada momento.

Fruto ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora