20 de junio de 1617
Jack se ha vuelto a ir con su madre a Londres, y Rosaline y María no paran de reírse a mis espaldas. Odio esta situación. Se han asegurado de que las oyera cuando comentaban que no volvería. Pero volverá. Y pronto. Y ya estaremos juntos para siempre. No necesito a nadie, solo a él.
—del diario de Isabelle Dorring
Elsa permaneció de pie frente a la iglesia de San Valentín, escuchando la música del órgano inundar el templo de piedra. La invadía una extraña sensación, casi física, de melancolía. Había pasado mucho tiempo allí, jugando con sus hermanas en los bancos mientras su madre trabajaba colocando flores en el altar, subiendo y bajando las escaleras del púlpito y escuchando los sermones de su padre.
Sonrió. Y se mantuvo alejada de la tumba del primer duque de Overland y del monumento que la adornaba. A su padre le costó averiguar por qué no quería ni acercarse a aquella parte de la iglesia. Finalmente se dio cuenta de cuál era el problema y le explicó que el duque y la duquesa que yacían en la tumba, el uno junto al otro y juntas las manos en actitud orante, solo eran estatuas de mármol, y que sus verdaderos cuerpos, o los restos de ellos, estaban en el gran sarcófago de piedra que había bajo las estatuas.
Dirigió la vista al suelo. El segundo duque también estaba allí, en mitad del pasillo central, pero los demás ya habían sido enterrados en la capilla del castillo. Las personas malditas no podían ser enterradas en la iglesia de San Valentín, aunque eso nunca se dijera abiertamente, claro. No se debe insultar al hombre del que depende tu medio de vida.
¿Habría visitado Jack las tumbas de sus ancestros? No pasearon por el interior de la iglesia el día que lo acompañó para colocar las notas que anunciaban la vacante de Spinster House.
Empezó a volver la cabeza para comprobar si él…
«¡No! No debo mirarle.»
Su mera presencia ejercía sobre ella una fuerza invisible que tiraba de su mirada, pero debía resistirse a ella. Las personas más juiciosas del pueblo habían dejado de hacer especulaciones gratuitas, a pesar incluso de que la señora Greeley lo hubiera visto entrar en Spinster House. No quería que se reavivaran los cotilleos.
Por eso lo había estado evitando. Le costó bastante, pues al parecer Jack sí que se había mostrado muy decidido a hablar con ella, pero había conseguido mantenerse apartada durante varios días, tras la visita de su madre.
Tragó saliva nerviosamente. Su madre se sorprendió bastante ante el interés que demostró por ocuparse de muchos de los detalles de última hora de la boda de Anna. Y ayer, los amigos del duque habían regresado a Loves Bridge, por lo que él estuvo más ocupado. Mañana, o quizá hoy mismo, se volvería a Londres para siempre, y el problema se habría acabado.
Sintió que el corazón le pesaba en el pecho como si fuera de plomo.
¿Sería posible que la madre de él tuviera razón? ¿Existía la esperanza de que estuviera enamorado de ella, y de que la maldición se rompiera de una vez?
No. Puede que, si no se sintiera obligado a casarse con ella porque la había comprometido, encontraran una forma de ser… amigos, por lo menos, pero en estas circunstancias ella nunca estaría en condiciones de saber si lo que había detrás de su petición era amor, culpabilidad o, eh…, pura y simple lujuria.
Escuchó ruido de toses y de quejidos de niños. La iglesia estaba llena. Todo el mundo había ido a celebrar la boda de Kristoff y Anna.
Miró a la pareja. Estaban sentados muy cerca de ella. Anna estaba preciosa y, sobre todo, irradiaba felicidad. Kristoff, serio, dulce, nervioso y vestido con sus mejores galas, tamborileaba los dedos contra una pierna. Y su padre estaba de pie ante ellos, presidiendo la ceremonia, muy en su papel, como siempre.
ESTÁS LEYENDO
Fruto Prohibido
Historical FictionEl fruto prohibido es el más apetecido. Jelsa adaptación