Capítulo 4

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15 de abril de 1617

  He estudiado las costumbres del duque. Sé por dónde suele pasear, así que podré verlo y hasta puede que dar una vuelta con él. Mi corazón se desboca cuando lo veo, literalmente me golpea en el pecho, y hasta me cuesta respirar.

  —del diario de Isabelle Dorring

  El duque iba a permitir que viviera en Spinster House. Su sueño iba a hacerse realidad. Elsa cruzó el cementerio a todo correr y rodeó la iglesia por la parte de atrás.

  —Me pregunto por qué Randolph, quiero decir, el señor Wilkinson, no ha dicho nada de que el puesto en Spinster House se había quedado vacante y además le ha pedido a mi padre que mantenga el secreto incluso con su familia —dijo según se aproximaba a la puerta trasera exterior de la iglesia.

  —Creo que exagera usted. Su padre dijo que Wilkinson le había sugerido que no lo mencionara. Él es abogado y su obligación es ser discreto. Déjeme a mí —reflexionó el duque, mientras levantaba la cancela y abría la pesada puerta para dejarla pasar.

  —Le puedo asegurar que mi padre no le ocultaría a mi madre algo como eso si no le hubieran hecho prometerlo casi sobre la Biblia. Y todavía es más extraño que Randolph no se lo haya contado a Jane. Es quien lleva de verdad la oficina. Randolph no podría sacar adelante el trabajo sin ella.

  —Puede que se lo dijera y que ella estuviera muy ocupada en el momento en que había que escribir la carta.

  —Puede —concedió ella. Pero era muy improbable. ¿En qué iba a estar ocupada Jane? Se pasaba el día trabajando para su hermano. También iba a la iglesia todos los domingos y estaba en el comité de organización de la feria anual, pero eso era todo. Elsa y su amiga Mérida, la hija del barón Bearson, a veces habían tenido que asumir las tareas que le tocaban en el comité, precisamente porque el trabajo que le encargaba su hermano se le acumulaba.

  Por otra parte, ¿acaso la propia Elsa no hacía casi otra cosa que cuidar de sus hermanos pequeños? En realidad no tenía ni un minuto al día que pudiera dedicarse a sí misma, a lo que de verdad le gustaba hacer. Y por eso le apetecía tanto aprovechar la oportunidad que le brindaba la vacante en Spinster House. Recorrió a toda prisa el estrecho sendero entre los árboles que se alejaba del patio de la iglesia. Cuanto antes llegaran a la oficina de Randolph, antes tendría en su mano la llave de la casa, y también de su independencia.

  —Creo que a Wilkinson le convendría tener la oficina menos alejada del centro del pueblo —dijo el duque mientras la seguía por el sendero.

  La verdad es que le gustaba su voz. No tenía nada que ver con el tono agudo y nasal del señor Barker. Era grave y profunda, aunque no en exceso, apenas pegaba con su apariencia jovial y... bueno, no podía decir exactamente por qué otras razones se sentía atraída, pero algo había. Pensaba en eso hasta cuando estaba discutiendo acaloradamente con él.

  ¡Qué estupidez! No era la voz del duque lo que hacía que tuviera ganas de cantar y bailar, sino su promesa de dejarla ocupar Spinster House. Se volvió para mirarlo por encima del hombro.

  —Sí, pero es que tiene la oficina en su casa. Eso resulta mucho más práctico para él y Jane.

  «Ya verás cuando le cuente a Jane que voy a ser la siguiente soltera que ocupe la casa. ¡Lo que se alegrará por mí!»

  —Además, toda la gente del pueblo sabe dónde... ¡Ay!

  Se había torcido el tobillo. ¡Malditas raíces! Alzó los brazos para intentar mantener el equilibrio, pero no había forma. Iba a terminar por los suelos...

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