Capítulo 19

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1 de agosto de 1617

  Jack se ha casado con la hija del duque. Rosaline me ha enseñado la noticia en el periódico. ¡Dios mío! ¿Qué voy a hacer?

  —del diario de Isabelle Dorring

  Sentía tener que informarle.

  Dejó que la carta se le escapara de entre las manos y cayera sobre la superficie del escritorio.

  Sentía tener que informarle.

  Se había centrado tanto en sus propios sentimientos que había pasado por alto los de Elsa. Ella no era como las demás mujeres. No quería casarse. Con toda seguridad le daba lo mismo ser duquesa que no serlo. Lo que quería era vivir sola en Spinster House y escribir. Este embarazo enterraría para siempre sus planes y esperanzas.

  No, no tenía por qué. Sí, tendría que casarse con él, pero podría contratar niñeras, institutrices y tutores. Todas sus haciendas eran grandes. Podía irse a vivir ella sola a donde más le apeteciera. Solo le pediría que le calentara la cama de vez en cuando durante los escasos meses que podría pasar con ella hasta que la maldición lo llevara a la tumba. Sin duda no era pedir demasiado. Le había demostrado que era muy apasionada.

  No, por Dios, no. Eso no era lo que él quería. Hasta su libidinoso miembro se rebelaba frente a la posibilidad de que Elizabeth no fuera nada más que una amante viviendo en su casa.

  Se dejó caer en el sillón y se frotó la cara. ¿Acaso lo amaba, aunque fuera un poco?

  Nunca se lo había dicho. Solo le había dicho, y demostrado, que le deseaba.

  Pero lo había dejado entrar en su cama. Seguramente eso no habría ocurrido si no sintiera por él algo más que puro deseo. Elizabeth no era una furcia. Él había sido su primer amante.

  «Pero eso no significa que esté enamorada.»

  «¡Por favor, cómo deseo que esté enamorada de mí! Lo deseo más que nada en el mundo.»

  Se puso de pie y avanzó hacia el calor de la chimenea.

  A Elsa parecía importarle el hecho de que pudiera morir. ¿Acaso no había mencionado la condenada maldición cuando dijo que no se casaría con él?

  Eso era perfecto. Precisamente la maldición era lo que había atraído a mujeres sin escrúpulos a convertirse en duquesas de Overland: el hacerse con todos los privilegios que correspondían a tal título y, además, sabiendo que pronto se librarían, y para siempre, de la autoridad de un marido. Sin embargo, en el caso de Elsa eso era un impedimento, «el» impedimento.

  Dejó de andar. Para ser justos, su propia madre no había cometido ese pecado. Pero todas las damas que habían aspirado hasta ahora a ser «su» duquesa de Overland sí que habían valorado claramente el hecho de que pronto se librarían de su presencia.

  Retomó el paseo dando grandes zancadas.

  No obstante, el hecho de que se preocupara por su vida, y sobre todo por su posible muerte, no significaba necesariamente que lo amase. Seguro que sentiría lo mismo por cualquiera, incluso por el detestable señor Barker.

  «Vi la pena en sus ojos cuando me fui. Podría jurar que no deseaba que me fuera.»

  Era bastante probable que lo que creyó ver en sus ojos fuera solo un reflejo de sus propias emociones. Quizá solo estuviera abrumada por su propio comportamiento cuando finalmente cayó en la cuenta de las posibles consecuencias de lo que había hecho, y de cómo había puesto en peligro sus planes de futuro.

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