Capítulo 17

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11 de julio de 1617

  Estamos muy enamorados, pero tenemos que ser discretos. Jack no quiere que su madre sepa nada de nosotros hasta que la haya convencido de que no se va a casar con lady Amanda. Mañana se va para asistir a una fiesta lejos de Londres. No voy a verlo durante un mes, o más. ¿Cómo voy a soportarlo?

  —del diario de Isabelle Dorring

  Elsa recorrió con las manos la esbelta y sudorosa espalda de Jack y procuró recobrar el resuello. Todavía estaba dentro de ella, en la parte más íntima de su cuerpo, echado sobre ella, casi aplastándola contra el colchón. No podía ni moverse.

  Pero tampoco quería. Estaba exactamente donde más deseaba estar.

  Le acarició con las manos los glúteos, duros y firmes. Lo que le había hecho, lo que ambos habían hecho, había sido extraordinariamente físico, pero también espiritual. Algo había cambiado en lo más profundo de su alma.

  Cerró los ojos y esperó a que llegara un sentimiento de culpa, o de vergüenza.

  No llegó.

  Quizá lo sintiera más tarde, cuando estuviera sola. Aunque ahora… Mmm. Abrazó a Jack y lo apretó aún más contra ella. Nunca se había sentido tan feliz.

  Sintió los labios de Jack en el cuello. Se volvió para besarle, pero de repente se puso rígido.

  —¡Joder!

  Se quedó perpleja al escuchar la obscenidad, y más aún cuando salió de dentro de ella y saltó de la cama, dejando a la vista su cuerpo desnudo y reluciente de sudor. Sintió un repentino escalofrío de ansiedad y se tapó con las sábanas.

  —¿Qué ocurre? ¿Algo va mal?

  Era extraordinariamente atractivo. El gesto preocupado que tenía en ese momento no disminuía ese hecho. La luz de la tarde que entraba por la ventana le iluminaba los hombros, la musculatura de los brazos, su formado pecho, el vientre liso y las estrechas caderas. Hasta su miembro, ahora flácido, le gustaba.

  Y tampoco estaba tan flácido. Conforme lo miraba iba creciendo en longitud y anchura.

Jack agarró los calzones del suelo y se los puso en un abrir y cerrar de ojos.

  —Lo siento —se disculpó, tomando también la camisa.

  —¿Por utilizar esa palabra, quieres decir? —¿Acaso era ese el motivo por el que se estaba poniendo la ropa tan deprisa?—. Ni pienses en ello —le conminó. La verdad es que fue un tanto sorprendente, pero no iba a tenerlo en cuenta—. Te perdono.

  Extendió los brazos, dejando caer las sábanas y exponiéndose de nuevo a su vista. El aire más fresco le resultó agradable, e hizo que los pezones se irguieran. Quería que se los volviera a besar.

  —Vuelve a la cama.

  Él negó con la cabeza. En sus ojos había una expresión torturada.

  —No es por la obscenidad, aunque también te pido perdón por ella.

  —¿Entonces qué es lo que te ocurre? —Volvió a sentirse preocupada, lo que dejó paso a una cierta vergüenza y culpabilidad. ¿Acaso no lo había pasado tan bien como ella durante el encuentro que habían mantenido? Pensaba que sí, que había disfrutado, pero, ¿qué sabía ella de esas cosas?

  —Me disculpaba por haber dejado mi semilla dentro de ti, Elizabeth. Tenía la intención de salir antes de que ocurriera —explicó, tensando la mandíbula y mirando hacia otra parte.

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