Capítulo 18

1K 90 64
                                    

25 de julio de 1617

¡Por Dios bendito! La regla ya se me ha retrasado dos semanas, y tengo el estómago bastante revuelto. Oler, o incluso simplemente ver algunas comidas, hace que me entren ganas de vomitar. Debo de estar embarazada. ¿Qué voy a hacer? Me gustaría que Jack estuviera aquí para abrazarme, pero sigue todavía en su casa de Londres. Debo escribirle. Se casará conmigo y todo irá bien.

  —del diario de Isabelle Dorring

  Algo se restregó contra la mejilla de Elsa.

  Gruñó, se pasó la mano por la cara y se dio la vuelta en la cama, disponiéndose a seguir durmiendo. Se había despertado en mitad de un sueño maravilloso, que coincidía bastante con lo sucedido la otra tarde. Jack estaba a punto de…

  Sintió un nuevo golpecito, esta vez en la nariz.

  —Déjame, Amapola. Estoy durmiendo.

  Desde aquella tarde con Jack, Amapola se había autoinvitado a dormir con ella en la cama. Era de lo más extraño. ¿Acaso había cambiado su olor, o algo semejante?

  Notó que se ponía colorada, y se zambulló aún más entre las sábanas. Si algo había cambiado en ella, afortunadamente la única que lo había notado era Amapola.

  —¡Miau! —Amapola restregó su cara contra la de ella.

  —Es demasiado temprano. Mira, ni siquiera ha salido el sol —dijo Elsa, que finalmente abrió los ojos. La verdad era que la habitación estaba muy iluminada. Demasiado.

  Se puso en pie casi de un salto, mandando a Amapola al suelo.

  —¡Por Dios! ¿Qué hora es? —se preguntó, echando mano a su reloj, que estaba en la mesilla—. ¡Las nueve! Nunca duermo hasta tan tarde.

  Pero, en realidad, últimamente le había pasado unas cuantas veces. Se apartó el pelo de la cara. ¿Qué le estaba pasando? Ahora siempre estaba cansada, y además notaba los pechos muy turgentes, aparte de que le dolían al tocárselos…

  Sin duda echaban de menos las caricias de Jack.

  Se tapó la cara con las manos. Tenía que olvidarle. No iba a comportarse como una niñata estúpida y dedicarse a soñar con su amado y languidecer. Solo habían hecho… «eso» una vez.

  Cerró los ojos y su cuerpo recordó con lacerante exactitud todos los detalles del encuentro. Ya hacía tres semanas, tres largas semanas, que Jack se había marchado, pero era como si las caricias, los besos y todo lo demás se hubieran producido la tarde anterior.

  ¡Había sido maravilloso! No tenía la menor idea de que se pudiera sentir todo eso. Y quería más…

  Pero no podría tener más. Y, en todo caso, ahora tenía los pechos demasiado sensibles como para recibir caricias.

  Salió de la cama, aunque de mala gana. Lo hizo solo porque había quedado para una reunión de preparación de las fiestas del pueblo, a la que por cierto no le apetecía nada ir, y de hecho ya había faltado a más de una. De no ser por eso, se habría quedado en la cama. No obstante, les había prometido a Mérida y a Jane que hoy sí que iría.

  ¡Uf, qué daño! Se había golpeado el pecho con el brazo mientras se quitaba el camisón. Tuvo más cuidado a la hora de ponerse el corsé, y después el vestido. ¡Vaya! El corpiño le quedaba bastante apretado. No pensaba que estuviera ganando peso, todo lo contrario. Incluso el olor de ciertas comidas hacía que su estómago se rebelara.

  Seguramente se estaba poniendo enferma. O quizás era que estaba a punto de tener la regla. Eran las fechas… Arrugó la frente pensando. ¿Cuándo le había venido la última? Tenía que estar más atenta…

Fruto ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora