Capítulo 3

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10 de abril de 1617

  Me he encontrado de nuevo con el duque cuando estaba de paseo. Me ha ofrecido el brazo. ¡Qué modales tan refinados! ¡Qué presencia! En comparación, todos los hombres del pueblo parecen unos imberbes. (Y tenía el brazo duro como una roca. Estoy segura de que tiene una musculatura impresionante.)

  —del diario de Isabelle Dorring

  —¡Oh, su excelencia, no era mi intención...! Quiero decir que ni se me podía ocurrir que...

Vio que la chica se ponía roja como un tomate y que empezaba a titubear.

Debería haber dicho algo más para tranquilizarla y explicarle que no pasaba nada.

Pero no logró que ni una sola palabra atravesara su garganta. Era como si los calientes dedos del deseo le hubieran agarrado la garganta y apretaran, robándole la razón, el pensamiento y hasta la respiración. La necesidad, la urgencia, le golpeaban con insistencia la frente... y también otras zonas de su cuerpo.

Por todos los diablos. Esto no se parecía en nada a cualquier otra cosa que hubiera sentido en toda su vida.

Y no era normal que esa chica lo trastornara de esa manera. Era la hija de un vicario. No podría tenerla sin casarse con ella, y el matrimonio haría que el reloj comenzase la cuenta atrás hasta el momento de su muerte. Sí, era muy bonita, pero no tanto como para morir por ella. Por lo visto hasta ahora, tenía maneras de arpía. ¡Hasta podía ser incluso peor que la señorita South!

Pero ninguno de esos razonamientos tuvo el menor efecto contra el lujurioso deseo que se había apoderado de él.

  Ella tenía un cabello platinado que resplandecía, y un brillo en sus grandes ojos zafiros que mostraban determinación e inteligencia. Y deseo. Puede que ella no se diera cuenta, pero estaría dispuesto a jurar que también lo deseaba a él, aunque solo hubiera sido por un momento. El destello de calor que notó en sus adorables ojos cuando lo miró no dejaba lugar a dudas.

  ¡Por Zeus! Su entrepierna iba a terminar haciendo un agujero en los pantalones. Tenía que recobrar el control. No pudo evitar echar otro vistazo a su corpiño. Bueno, a decir verdad estaba un poco desaliñado, pero...

  ¿A quién diablos le importaba la ropa? Lo que verdaderamente le interesaba era lo que había debajo, y la señorita Arendelle parecía tener un estupendo par de...

  No podía permitir que su mente divagara de esa forma.

  Kimball y Finch tenían toda la razón. La urgencia de casarse crecía hasta límites insospechados cuando un duque de Overland, cualquier duque de Overland, cumplía treinta años. Ese deseo insano debía de formar parte de la maldición.

  Pero él no sucumbiría.

  —Por favor —dijo tras aclararse la garganta, y después volvió a hacerlo—, no se disculpe. La culpa es mía, por no haberme identificado de entrada.

  No obstante, el hecho de que ella no hubiera identificado su título era algo imposible de comprender para él. En Loves Bridge, el lugar donde la maldición empezó, debía de ser tristemente célebre.

  Y con Spinster House sin inquilina, lo tendrían que estar esperando.

  —Yo solo tenía seis años la última vez que vino usted por aquí —dijo sonriendo—. Todavía me acuerdo de su brillante carruaje negro, tirado por unos preciosos caballos grises.

  Así que ahora debía de tener unos veintiseis, una edad más que suficiente para casarse, a decir verdad incluso tardía. Seguramente sí que era una arpía.

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