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Los lentos pasos de Even parecían acompasarse a la calmada tristeza del lugar por el que paseaba, cargando un ramo de rosas blancas.

El Cementerio de Brompton no abundaba la gente, y menos a horas tan tempranas. La neblina de la mañana lo hacía un lugar tenebroso, pero para el músico no dejaba de ser el lugar de descanso de alguien muy importante para él.

Sus pasos se detuvieron ante una sencilla lápida de mármol grisáceo, adornada con un sonriente querubín que, entre sus manos, portaba el retrato de una mujer de expresión dulce y cabello recogido en un moño sencillo. Grabado sobre la piedra, se leía el nombre de la difunta.

Elizabeth Clover-Williams.

Even se arrodilló ante la lápida, dejando sobre ella el ramo de rosas, con una triste sonrisa.

-Hola, mamá. –murmuró, a sabiendas que nadie respondería. –Siento no haber venido a verte en tanto tiempo, pero...Han pasado tantas cosas, que hasta ahora no me ha sido posible.

Cerró los ojos, y la imagen de su madre, tal como él la recordaba, llenó su mente, como una forma de hacerle entender que estaba con él. Como siempre lo estuvo desde que nació.

-Sabes...-susurró, sin abrir los ojos. –Estoy enamorado de una mujer maravillosa. Es hermosa, pero también inteligente, franca y divertida. Y en absoluto como las demás. –rió levemente. - ¿Te imaginas que hasta me retó a componer una pieza que le supusiese un reto interpretar?

Pudo imaginar a su madre, siempre orgullosa de su talento, riendo.

-A veces me pregunto qué he hecho para que ella sienta lo mismo que yo. Sabes bien que siempre fui un torbellino. Poco perseverante, y quizás demasiado rebelde. Tú siempre me tuviste que proteger por ello. –suspiró, recordando todas las veces que su madre había evitado que las palizas de su padre llegasen a más. – Pero jamás me reprochaste mi carácter. Incluso me llevabas a escondidas a practicar piano. Siempre, siempre estuviste ahí. Como Lyra.

Even se incorporó.

-A veces me gustaría poder hablarle abiertamente de ti. De mi infancia. Pero temo espantarla si descubre que no siempre fui el compositor de la Corte, o que mi padre es poco más que un rufián al que sólo preocupan las apariencias. Temo que piense que, al final, no merezco la pena.

Even se sintió culpable, en cierto modo. Él sabía que Lyrica lo amaba por ser él, no por su posición, rango o fortuna. Pero no podía evitar tener la sensación de no ser suficientemente bueno para ella.

-Y no se equivocaría. –apuntó una voz masculina, madura, pero fría.

Even se tensó de inmediato, apretando los puños, antes de volverse, con un gesto de rabia contenida.

Sus ojos verdes se enfrentaron a una mirada color acero, que le inspeccionó de arriba abajo, con gesto disgustado. Aquel hombre, de cabello castaño oscuro, ya canoso, ataviado con un traje negro y que se apoyaba en un bastón con la efigie de un águila, era la fuente de sus pesadillas, la persona que más detestaba; aquel que de niño le rompía huesos, y el causante último de la muerte de su madre.

Matthew Clover.

Su maldito padre.

Even se dispuso a marcharse, sin mediar palabra con aquel indeseable, pero él le retuvo, colocando el bastón en su camino. Un bufido de frustración escapó de los labios del joven.

-¿Qué demonios quieres? –espetó.

El hombre alzó una ceja, ladeando la cabeza.

-Pensé que en la Corte aprenderías modales.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora