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-Se ha vuelto curiosamente puntual, señor Clover.

Even frunció el ceño, fingiéndose molesto ante el Mayordomo Real, que se encogió de hombros, antes de marcharse a proseguir con sus tareas.

Ciertamente, la puntualidad nunca había sido su fuerte, pero en esos dos meses que hacía que Lyrica se había instalado en la Corte, ciertamente procuraba llegar a su hora a los encuentros con Su Majestad.

A la Reina Victoria le había cautivado la armonía que formaban juntos, y gracias a ello, casi todos los días podía darse el lujo de disfrutar de su compañía y talento, preparando recitales para la Corte, e incluso planeando una gira por toda Inglaterra, para que su música llegase a todos los rincones del país. La propia Reina apoyaba la idea, e incluso se ofreció a costear la gira.

Pero Lyrica prefería hacerlo cuando se sintiese a la altura de las expectativas de su Reina, y de Even.

Él, por su parte, no necesitaba giras. En esos dos meses compartiendo estudios y música con Lyrica, se había dado cuenta de algo que, aparentemente, todos excepto Lyrica ya habían percibido.

La amaba. Desde lo más profundo de su corazón, con la última fibra de su alma...la amaba.

Pero era incapaz no solo de decírselo, sino de demostrárselo. Nunca antes había estado enamorado de algo que no fuese la música. Había leído sobre ello, pero no lo había comprendido hasta entonces.

Tras las lecciones de la tarde, y ante la ausencia de obligaciones por parte de ambos, decidieron dar un largo paseo por el jardín trasero.

Cogidos del brazo, charlaban alegremente, sobre toda clase de cosas: clima, historia, arquitectura...

Even comprendió que Lyrica amaba el arte. Ya había visto expuestos en palacio varios de sus cuadros, y había podido interpretar varias de las composiciones de la muchacha, que rebosaba tanto o más talento que él mismo, a su juicio.

También la había ayudado en varias ocasiones a escabullirse de Palacio sin que nadie lo supiese, para acompañarla a representar obras de marionetas al orfanato, obras que ella misma había escrito, única y exclusivamente para ver a aquellos pequeños sonreír.

-Algún día, desearía ser madre. – le dijo durante su paseo. – Ver crecer a mis hijos, educarles y asegurarles un futuro en el que puedan ser felices, siguiendo el camino por el que les lleven sus sueños.

La imagen de Lyrica con un niño en brazos se le antojó la más hermosa de las imágenes. Pero, desgraciadamente, la vida no se lo pondría fácil. Nunca lo pone fácil para aquellos que pelean por sus sueños.

No se lo dijo. Siguieron paseando, hablando alegremente, bromeando sobre el Mayordomo Real, o simplemente en silencio, disfrutando de la compañía del otro.

-Lady Wembley – llamó la voz de uno de los guardias, haciéndoles volverse a ambos. – La Reina la busca. La espera en su despacho.

Ella asintió, y ambos se miraron, extrañados. Lo más común era que la misma Reina les alcanzase en su paseo, e incluso se uniese, pero que la llamase específicamente al despacho, era, además de extraño, preocupante.

Se encaminaron juntos y a toda prisa al despacho, cruzando los pasillos casi con ansia, como si de cada paso dependiesen sus vidas. Ya en la puerta, el guardia advirtió a Even que debía esperar fuera.

Antes de que sus manos se separasen, apretó levemente la de la joven, en señal de apoyo.

Luego, Lyrica entró.

La Reina la esperaba, y cuando alzó la mirada hacia ella, la joven observó que estaba emocionada. Victoria, siempre locuaz, franca y directa, parecía estar buscando la manera de decirle algo.

Lyrica quiso ayudarla.

-¿Me buscábais, Majestad? ¿En qué puedo ayudaros?

Victoria seguía incapaz de pronunciarse. Lyrica empezaba a preocuparse.

-¿He hecho algo que os haya agraviado, Majestad?

Aquellas palabras parecieron prender algo en la Reina, que se lanzó a abrazar a la muchacha.

-Lyrica...Mi dulce Lyrica...Cuánto lo lamento...

La muchacha no entendía nada, pero abrazó con suavidad a su Soberana, hasta que ésta se separó, secándose una indiscreta lágrima.

-Lyrica...Se trata de tu padre.

Los ojos celestes de la joven se abrieron de par en par. Su rostro palideció, y sintió que le fallaban las piernas, hasta el punto de que Victoria tuvo que ayudarla a alcanzar uno de los sillones.

Una vez sentada, se percató de la carta del escritorio. La Reina dudó un momento, antes de entregársela.

Lyra reconoció la caligrafía de su hermano al instante.

"A la atención de Su Majestad, la Reina Mª Victoria.

Yo, Paris Wembley, hijo primogénito de William Wembley, os comunico que mi padre falleció anoche en su casa, en paz consigo mismo y con Dios.

Lo último que mi padre pidió fue que os suplicase en su nombre que comunicaseis la noticia a mi adorada hermana, Lyrica, pues él mismo me obligó a ocultarle su mala salud.

Así mismo, os pido permiso para que vuestra dama se ausente de la Corte durante un tiempo, para poder celebrar las exequias, poner en orden los asuntos de la familia, y, ante todo, apoyarnos mutuamente en estas aciagas horas para nuestra familia.

Os ruego me disculpéis ante ella por no ser yo mismo el portador de tales nuevas, pero el dolor por la pérdida y la preparación del funeral.

Recibid un cordial saludo, quedo a la espera de la confirmación de vuestra asistencia, y del permiso para que mi hermana vuelva a casa estos días.

P.W."

Even escuchó un grito de dolor desgarrador tras la puerta de roble del despacho, seguido de un llanto que sonaba al de una niña destrozada, a frágil cristal rompiéndose. Incapaz de contenerse, abrió de golpe la puerta, evitando al guarda, para encontrar una escena que le marcaría para siempre.

Lyrica lloraba desconsoladamente, entre los brazos de la Reina, que la estrechaba con maternal cariño, susurrándole palabras de ánimo y consuelo.

-Lyrica, Lyrica, ¿qué pasa? – murmuró, alarmado, mientras se acercaba a las dos damas.

Entre lágrimas, casi susurrando, Lyrica le relató el contenido de la carta. Even quiso abrazarla, consolarla, calmarla. Miró a Victoria, y ésta entendió. Asintió, separándose de la joven y permitiendo que Even ocupase su lugar. Se abrazaron con fuerza.

-Mandaré que preparen tu equipaje, querida. Partirás esta misma tarde. Yo te alcanzaré mañana tarde, para el funeral.- acarició el cabello rubio de la muchacha, besando su cabeza.- Tómate tu tiempo, mi niña. Even. –el joven compositor la miró.- Cuida de ella mientras vuelvo.

Él asintió, aún abrazándola. Acarició su cabello, secó sus lágrimas, y la acurrucó entre sus brazos hasta que dejó de llorar.

Aunque su semblante se mantuvo roto.

De nuevo, era huérfana. 

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora