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-Y esta será tu habitación. – sonrió Lyrica, mirando a su amiga. – Está apenas a dos puertas de la mía, así que cualquier cosa que necesites, y recalco, cualquier cosa, no dudes en venir a decírmelo.

Miró a la joven Sophie, que asentía, sonriente e ilusionada. Las dos muchachas se cogieron de la mano, y, alegremente, retomaron su camino.

Lyrica le explicó a su compañera los pormenores de ser dama de la Reina, sus deberes como tal, y que recibiría clases durante los primeros días de protocolo real, música, y otros saberes necesarios para la Corte.

-Pero lo más importante que debes aprender no es eso, -aclaró Lyrica. – sino que, desde ahora, en todo momento, todo el mundo estará pendiente de ti. Siempre serás objeto de análisis, de malas palabras, de aduladores, de falsos...Pero también encontrarás a personas maravillosas.

Sus ojos celestes se iluminaron, y Sophie sonrió, divertida.

-Como el señor Clover.

Lyrica enrojeció levemente, pero no se lo negó. Even había marcado un antes y un después en su vida, y en su mundo.

-Como él, sí. –rió.

Dejó a su amiga con la dama encargada de su formación, y miró al enorme reloj de pared del Hall principal. Tenía el tiempo justo para cambiarse y prepararlo todo.

Subió a su habitación, y cambió su elegante vestido por uno mucho más sencillo, de color gris perla. Su recargado moño se convirtió en uno infinitamente más sencillo, que dejó un par de mechones ondulados sueltos. Se caló un sencillo tocado, cogió su capa, y corrió hacia la cocina, de donde tomó un capazo colmado de comida, fruta, y que contaba con dos copas y una botella de champagne.

Caminó hasta un carruaje que la esperaba, tarareando sonriente.

-Al hogar del señor Even Clover, por favor. –pidió, cuando ya se hubo sentado dentro.

El carruaje comenzó a moverse, mientras la joven revisaba el contenido de aquella enorme cesta: bebida, frutos rojos, y un guiso que había preparado ella misma la noche anterior, y que había pedido que le preparasen para poderlo llevar a casa del músico.

Desde luego, no había avisado de su visita. Lyrica era, por norma, espontánea, y quizá por eso muchas de las demás damas cuchicheaban sobre ella, a veces hasta burlándose. Pero, con el tiempo, había aprendido no solo a ignorarlas, sino a reírse de ella misma.

Sí, era espontánea, y ya lo había ocultado suficiente. A las dos personas de palacio que más le importaban –Even y Victoria- les encantaba ese aspecto suyo.

Sonrió, con ternura.

Despidió al coche tras bajarse, pidiéndole que pasase a por ella tres horas más tarde. Cruzó el pequeño jardín de la propiedad, y llamó a la puerta. Una joven criada abrió, y fue a anunciar su presencia, pero Lyrica la detuvo, llevándose un dedo a los labios.

-Es una sorpresa. –susurró, y la muchacha asintió, riendo bajito.

Lyrica dejó el tocado y la capa a la muchacha, y se encaminó a la cocina, donde sacó todo del capazo. Luego, subió silenciosamente las escaleras. Llamó suavemente a la última puerta.

-Adelante. - murmuró un Even ronco.

Lyrica entró, haciendo que el joven músico tratase enseguida de levantarse de la cama. Ella se apresuró a sentarse junto a él, manteniéndole en la cama, algo más incorporado.

-Nada de levantarse. –ordenó la muchacha, acariciando su mejilla, antes de colocar el dorso de su mano sobre la frente de su músico. –Aún tienes algo de fiebre. ¿Has comido bien estos días?

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora