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La Corte lucía engalanada aquella mañana. Los criados se apresuraban por pasillos y habitaciones, asegurándose de que todo estuviese limpio, en orden, y más que preparado; desde la cocina, que bullía aún más actividad, llegaba un olor delicioso, que tentaba los paladares de los habitantes de Buckingham. Y, por supuesto, el sonido de un piano resonaba desde el Salón de Música.

Pero no era Even quien tocaba, sino la joven Lyrica, que, desde bien temprano, estaba practicando las partituras que había creado para la ocasión, como regalo muy, muy personal, para su ya amiga, la Reina. Estaba aún oscuro cuando se levantó, y por eso ni se había molestado en vestirse.

La larga cola de su bata de seda y encaje blancos caía desde detrás de la banqueta del piano, mientras ponía las últimas notas a su melodía, cogiendo un lapicero que mantenía su cabello recogido, liberando su larga y ondulada melena. Tan concentrada en su quehacer estaba, que un ahogado grito de sorpresa la sobresaltó.

Con una mano en el marco de mármol de la puerta y otra en el pecho, un maravillado Even observaba la escena, queriendo memorizar cada punto de aquella imagen, y tatuarla en su corazón. Si Dios existía de veras, le acababa de permitir ver el cielo en aquella imagen sin tener que morir.

¿O tal vez, había muerto, y ese era su cielo privado?

Llegó a la conclusión de que vivía cuando el rostro de Lyrica se volvió hacia él, ahogando un avergonzado gemido, mientras se envolvía en su figura en la bata, enrojecida de pies a cabeza, y apresurándose a recoger sus partituras.

Even se esforzaba por hablar, pero era incapaz, aún seguía siendo golpeado por aquella imagen.

Lyrica no era capaz de mirarlo siquiera, y quiso correr a su habitación a suplicarle a la Tierra que se la tragase, antes que tener que volver a mirar al compositor a la cara. Por todos los cielos, ¿qué estaría pensando de ella, que hasta incapaz de reaccionar era?

Pasó por su lado a toda velocidad, pero una cálida mano la retuvo, metiéndola en el salón y cerrando tras ellos la puerta.

Lyrica se vio envuelta en un cálido brazo, pues el otro bloqueaba el pomo de la puerta. Se permitió un momento para aspirar aquel perfume, y disfrutar un poco más de aquella calidez. Luego, fue el propio Even el que la separó con suavidad, y, colocándose un dedo en los labios, le hizo entender que debía guardar silencio por el momento. Ella asintió.

Pasaron varios minutos, hasta que Even abrió la puerta, asomándose al pasillo.

-Ahora, o nunca.- susurró el compositor, antes de tomarla de la mano, y correr juntos por el enorme pasillo.

Las manos de ambos se sujetaron con fuerza, mientras Lyrica apretaba contra su pecho sus partituras y su lápiz. Varias veces se vieron obligados a parar y ocultarse, y cada uno de esos momentos era una excusa para volver a disfrutar de la calidez del otro, para que Even volviese a perder los dedos en aquel fragante cabello, para que Lyrica pudiese apoyarse sin reservas sobre aquel fuerte pecho. Y luego, de nuevo a la aventura.

Llegaron al fin a la habitación de la muchacha, ya lejos de cualquier mirada indiscreta. Sus manos se separaron, mientras recuperaban el aliento. Se miraron, y no pudieron evitar echarse a reír, como los dos niños pequeños y traviesos que se habían sentido durante aquella carrera.

Even se incorporó, y volvió a tomar la mano de la joven, depositando en ella un cálido beso, mirándole a los ojos.

-Gracias por tan hermosa estampa, Lyrica.

Ella sabía a qué se refería, pero en ese momento, ya no le importaba, ni siquiera le avergonzaba.

Gracias a eso, habían podido estar tan cerca.

La joven negó, sonriendo.

-Gracias a ti, Even, por ayudarme a llegar a salvo de vistas ajenas. No quiero ni pensar lo que habría dicho mi hermano si se llega a enterar que salí de esta guisa.- susurró.- Veremos qué excusa pongo...

-Entre familia, siempre es mejor ser sinceros. –respondió él.

Y desde luego, Lyrica estaba más que dispuesta a serlo...en muchos sentidos.

-Bien, entonces...nos veremos esta tarde.

-Ah, Lyrica...¿puedo preguntar?-dijo Even, señalando con su mirada esmeralda las partituras.

Ella negó, sonriendo.

-No son para usted, señor Clover.- respondió, divertida.- Así que debe esperar a esta noche.

Even sólo pudo sonreír.

-De acuerdo, de acuerdo. Hasta esta noche, pues.

-Hasta esta noche.- murmuró ella, antes de abrir la puerta y entrar rápidamente.

Even suspiró, mirándose la mano que había asido la de la joven durante la carrera, y con una dulce y, posiblemente, estúpida sonrisa en el rostro, se giró, para marcharse.


Al escuchar la puerta cerrarse con suavidad, Paris, con el torso desnudo y su cobriza melena suelta, salió del baño de la habitación. Al ver a su hermana con tan ligeros e inapropiados ropajes, debió contenerse para no acorralarla contra una pared y robar la dulzura que, estaba seguro, desprendían aquellos labios.

Pero contención, ante todo, contención, se dijo, mientras ladeaba la cabeza, sin perder de vista la deliciosa figura de Lyrica, falseando una sorprendida expresión.

-¿Todavía sin vestir, hermana? Pensaba que las damas de la Reina debíais estar a punto desde bien temprano.

"Entre familia, siempre es mejor ser sinceros.", le había dicho Even. Suspiró.

-Sí, así es, pero...Me enfrasqué en acabar la melodía que regalaré a la Reina, y no me percaté de la hora. Me he asegurado de llegar aquí sin ser vista...

No, no podía ser del todo sincera respecto a su aventura de llegar a salvo y sin dar que hablar, de la mano del músico.

Paris creyó que su hermana le ocultaba algo, pero pronto sacó esa idea de la cabeza; su querida Lyrica era demasiado pura, buena y transparente como para mentirle u ocultarle cualquier cosa, por nimia que fuese.

La muchacha suspiró.

-Paris, debo hablar contigo de algo.

Justo entonces, Paris se tensó. No le gustaba nada como sonaban aquellas palabras, pero se colocó una camisa, y se sentó en uno de los sillones.

Lyrica se sentó frente a él, tras soltar las partituras en el tocador. Se colocó todo lo cerca que pudo de su hermano, y le tendió las manos, esperando que él se las tomase. No tardó demasiado en producirse el gesto, y ambos se apretaron las manos.

-Paris, eres la única familia que me queda, y pese a nuestros diferentes orígenes, para mí, ahora mismo, lo eres todo.

Paris sonrió ampliamente, besando una de las manos de su hermana.

-Sabes que es mutuo.

Ella sonrió, asintiendo, y retomó la palabra.

-Por eso, necesito contarte algo. –su hermano la miró, ladeando la cabeza.- Es algo que yo misma he tratado de contener, e incluso de evitar. Aún soy joven, y creí que sólo sería un capricho, o una fijación, pero...he descubierto que es algo sincero.

Paris abrió los ojos de par en par, intuyendo lo que vendría a continuación.

Lyrica le miró, llena de ilusión, y con el cielo de sus ojos brillando con fuerza.

-Estoy enamorada de Even Clover, hermano.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora