Lyrica se miraba al enorme espejo del vestidor de Su Majestad, aún atónita.
Su Soberana y amiga había hecho que la despertasen más temprano de lo habitual, con un desayuno que, estaba segura, su institutriz habría catalogado como "impropio de una dama decente", y un enorme ramo de crisantemos blancos y rosas, que el servicio colocó en el jarrón que adornaba su escritorio. Luego, se vio obligada a salir de su habitación, aún en camisón, siendo conducida hasta allí.
Y allí seguía, anonadada ante aquel hermoso vestido blanco con apliques de rosas a lo largo del escote y la cintura, con bordados de la misma flor en los añadidos de gasa, un hermoso escote en la espalda, y tantas capas de falda que Lyrica había desistido en contar.
-Por todos los cielos, Majestad...No puedo aceptar esto.
-Oh, vamos, querida, no me obligues a ordenártelo. Es mi regalo de cumpleaños y, con toda la humildad del mundo, creo que he acertado de pleno. Estás absolutamente hermosa.
Desde luego, incluso las damas que más la envidiaban se vieron obligadas a secundar las palabras de la Reina pues, a pesar de no estar aún peinada siquiera, y mantener una expresión dulcemente adormilada, la muchacha parecía un verdadero ángel.
Pese a tratar de convencerla de que le obsequiase cualquier cosa salvo la obra de arte que era ese vestido, sus esfuerzos quedaron en agua de borrajas, pues nada ni nadie convencería a la Reina Victoria de retirar aquel regalo. Finalmente, sonrió, aceptando el presente, y abrazando con fuerza a la mujer a la que consideraba casi más una hermana que una Soberana.
Victoria apretó aquel abrazo, emocionada, ante la extrañeza de Lyrica quien, ajena a lo que ocultaba la Reina, atribuyó aquella emoción al cariño que compartían.
El resto del día fue un ir y venir, preparándose para el ágape que Victoria se había empeñado en ofrecer por su aniversario, y, sobre todo, mentalizándose, haciéndose a la idea de que, tras aquella fiesta, luciría el anillo que la mostraría abiertamente como la prometida de Even Clover.
Su corazón latía con fuerza bajo su pecho, amenazando con salírsele del pecho por tanta emoción.
En el Salón Principal, Even repasaba no solo las partituras de su regalo para Lyrica, sino el plan en el que, la noche anterior, se había visto inmerso.
Lo único que le había quedado claro era que, pese a que sólo había una Lyrica, aquella noche saldrían dos carruajes idénticos: uno conducía al puerto, otro, a un lugar seguro. Y ese último sería al que subría Lyrica, acompañada de alguien de confianza de la Reina, mientras que él partiría tras el que conducía al puerto, a la caza de su padre, sabiendo a Lyrica segura y lejos de sus garras.
Pero, mientras tanto, y por más que le costase, debía mostrarse como si nada supiese, como si nada fuese a hacer.
Como por acto reflejo, se llevó la mano izquierda a un bolsillo oculto en el lado derecho de su chaqueta, donde ocultaba una pequeña pistola con una única carga, que esperaba no tener que usar, pero que estaba más que dispuesto a usar si era necesario.
Después de todo, su padre quería matarle, y él no iba a morir justo cuando su vida comenzaba.
El día avanzó, y, pese a que la buscó, no pudo dar con Lyrica. El Mayordomo Real le informó de que, hasta la hora del ágape, la Reina la había reclamado para diversos menesteres. Even suspiró tranquilo, ante la extrañada mirada del hombre, que se encogió de hombros, marchándose.
A quién sí encontró fue a Sophie, que le saludó por los pasillos, cargada de libros de Literatura, maneras e idiomas, rodando los ojos ante la idea de tener que leerlos todos si quería la noche libre.
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Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.
RomanceTodo cuanto necesitaba, era la Música. Era el mantra casi constante, tatuado a fuego, que Even Clover, el joven y prometedor músico de una anacrónica Corte Inglesa, se repetía cada día. Su vida transcurría entre notas, banalidades y cortesías, hast...