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Even azuzaba a su corcel, presa de la desesperación, haciéndole correr más y más, dispuesto a no detenerse hasta alcanzar la mansión de los Pendleton en York. Su mente, pese a ser presa del remordimiento por la muerte del mejor amigo de su amada, se mantenía fija en una idea: salvarla.

El camino se le antojaba eterno; el sendero, tenebroso, se le antojaba un camino hacia la misma Muerte. Pero no se detenía, no pensaba siquiera. Cabalgaba y cabalgaba, suplicando no llegar tarde.

Para cuando al fin divisó la propiedad, su caballo, naturalmente agotado, se detuvo con un quejumbroso relincho, y sus fuertes patas, temblorosas por el esfuerzo, se doblaron, obligándole a descansar. Even, aunque contrariado, no cejó: sin pensarlo dos veces, corrió por el camino de tierra que conducía a la entrada principal del edificio. Corrió sin detenerse, sin apenas coger aire.

La sangre en su cuerpo se heló al hallar la puerta entreabierta, y descubrir un rastro de sangre junto a un bulto inerte, a la entrada. Pálido cual ánima, se acercó al cadáver, para descubrir a un miembro del servicio de la casa desangrándose tras la puerta de roble.

Que Dios le perdonase, pero jamás se había alegrado tanto de descubrir un cadáver.

Sigilosamente, se encaminó en busca de su amada, y de la joven Sophie.

Recorrió el piso inferior, evitando hacer ruido alguno, pasando por todas y cada una de las estancias, pero todo parecía completamente vacío. Afinó su delicado oído, pero no escuchó nada.

Y aquello, le preocupó sobremanera.

Al constatarse que el piso inferior estaba vacío, se aventuró escaleras arriba, lenta y pausadamente, más lenta y pausadamente de lo que deseaba. Tras abandonar el último escalón, volvió a afinar el oído.

Nada.

Recorrió las habitaciones del pasillo derecho, sin suerte. Repitió el proceso con el pasillo izquierdo, pero tampoco había nadie en aquellas vacías y frías estancias. Aquel edificio parecía una casa encantada.

Al borde de un ataque de pánico, Even miraba a todas partes, sintiendo que el corazón se le salía del pecho, de puro terror. ¿Era posible que hubiese llegado tarde, que algo les hubiese pasado a las dos muchachas? ¿Habían corrido el mismo destino que el desdichado cadáver de la entrada?

Los ojos de Even, aunque empañados, seguían mirando a todas partes. Fue entonces cuando su ajetreado cerebro les ordenó detenerse sobre una especie de ventanita opaca al final del pasillo, junto a la escalera. Movido por un resorte, se acercó a ella, comprobando que poseía una pequeña agarradera, de la cual tiró lenta, muy lentamente, levantando la pieza de madera. Comprobó que ocultaba un mecanismo de poleas que llegaba hasta abajo, mucho más abajo de lo que, estaba seguro, se encontraba la planta baja.

Metió la cabeza, en silencio.

Un leve murmullo masculino alcanzó, al fin, su oído. Se forzó a concentrarse, escuchando atentamente, hasta que aquellos murmullos se tornaron palabras claras.

-No se preocupen, queridas. Dudo que tarde mucho más en llegar.

La mirada esmeralda de Even se tiñó de ira al reconocer la voz de su padre.

Silenciosa, pero más apresuradamente que antes, cerró el ventanuco, y se encaminó en busca del recientemente descubierto sótano.

-Ya voy, Lyra. –susurró, para sí. –Ya voy.


Encerradas en aquel sótano junto a las cocinas, Lyrica abrazaba a una temblorosa Sophie, que, aterrada, observaba al hombre con el que, un día, fue prometida.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora