24.

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El Salón de Música se había convertido esa noche en un segundo salón de baile, donde los instrumentos de Lyrica, repartidos por la zona anterior al escenario, habían cedido protagonismo al clásico piano de Even. El resto de la sala mostraba al desnudo aquel mármol blanco que recubría sus suelos y paredes, y, pegadas a estas, se alzaban sendas mesas, de manteles blanco marfil, colmados de los más deliciosos manjares.

Las más ilustres personalidades llenaban la habitación, las damas con sus más elegantes y voluminosos vestidos, los caballeros con sus mejores galas, y los camareros mejor vestidos que Sophie había visto nunca.

Ella, amiga como era de Lyrica, fue la primera en asomar su dorada cabellera para contemplar a la multitud, buscando con la mirada a dos personas; la primera, su hermano, que no daba muestras de vida, y comenzaba a preocuparle que no llegase a tiempo.

La segunda, la que más le preocupaba encontrar, era aquel hombre con el cual, a su pesar y pese a la protección de la Reina, seguía comprometida. No había sido invitado, pero nadie le había invitado tampoco a acercarse a los suyos, y, aún así, lo había hecho.

Respiró profundamente, infinitamente aliviada, al descubrir que, tras varios y concienciados repasos a los invitados, no le encontraba.

-¿Buscas a alguien?

La voz de Paris la sobresaltó, haciéndola ahogar un grito primero, y llevarse una mano al pecho después.

-¡Cielo Santo, Paris, no vuelvas a asustarme de ese modo!

El joven heredero rió, divertido, dedicándole una bromista sonrisa a la muchacha.

-Usted disculpe, Milady. –murmuró, besándole el dorso de la mano con fingida sensualidad.

Sophie apartó la mano de sus labios, pensando que gustosamente le cambiaría el sitio a su hermano en ese instante. Con él en su pensamiento, la dama escrutó el pasillo tras el joven Lord.

-¿Has visto a mi hermano, Paris?

-Lo cierto es que no...-se encogió de hombros. - Y me extraña que no esté aquí. Siendo tan amigo y confidente de mi hermana, esperaba tenerle aquí desde primera hora de la tarde, supervisando todo.

-A veces parece más su hermano que tú.- bromeó la joven, riendo levemente.- Pero no, tampoco está con ella, le pregunté hace un momento, antes de dejarla vistiéndose. En fin...-suspiró, cansada. – Seguiré buscando. Hasta dentro de unos minutos, Paris.

El joven Wembley la despidió con una sonrisa, y, al verla marchar, se encaminó, con paso lento y taimado, hacia la habitación de su hermana.

Obviamente, le había mentido a la pequeña Sophie, pues acababa de ver a su hermano, quien ya tenía todos los cabos atados para cumplir su parte del plan, que llevaban tanto tiempo puliendo y perfeccionando. Eric ya tenía en su poder el falso documento de últimas voluntades donde se especificaba que estaba prometido con Lyrica, y llegaría algo más tarde a la celebración, para conservar el factor sorpresa y, por qué no, dar el toque dramático a la situación.

El propio Paris había comprobado el carruaje que llevaría a Eric hasta la Corte, y, posteriormente, a su hermana hasta él, y había constatado con satisfacción que su amigo había tomado la precaución de llevar una maleta para él, donde, además, se encontraban los pasajes para el barco que les sacaría de allí.

Siempre supo que Eric no le fallaría, que le sería leal hasta el último momento.

Sus pasos se detuvieron frente a la puerta de la habitación de Lyrica, donde llamó con suavidad, tres veces.

-Adelante, por favor. –respondió la dulce voz de la muchacha.

Paris asomó la cabeza, y sonrió, contemplando la angelical apariencia de su hermana, embutida en aquel vestido color perla que él había mandado confeccionar para ella, y que le sentaba como un guante. Ella, por su parte, le sonrió desde el espejo de su tocador, donde se hallaba sentada, dejando que la coiffeuse recogiese sus largos cabellos claros en un moño bajo, que estaba adornando con pequeñas flores de tela.

Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora