La Corte bullía de actividad. Se acercaba la celebración del nacimiento de la Reina, y tanto Even como Lyrica estaban atareadísimos, uno con la preparación de su concierto, la otra ayudando a preparar la recepción.
Por suerte, tenían dos piezas conjuntas en el concierto de la recepción. Even no sabía si lo hizo a posta para poder pasar algo de tiempo con ella, o por su deseo de, aunque fuesen sólo unas horas, disfrutar de su compañía.
Desde el día que Lyrica se presentó en su casa, la relación entre ambos se había estrechado. Hablaban cuanto les era posible, y habían descubierto que, además de su amor por la música, lo compartían por los libros, y por los largos paseos al atardecer.
Fue en uno de estos, una tarde tras un ensayo juntos, cuando, caminando por el jardín del patio interior, cuando Even, deseando conocerla más, preguntó:
-¿Cuándo comenzaste a estudiar música? Es como si llevases varias vidas tocando.
La muchacha rió, negando.
-Varias vidas no, tengo sólo dieciséis años. Pero, si te soy sincera...-se rascó una mejilla.- Recuerdo haber cantado casi desde que aprendí a hablar, y comencé a tocar cuando tenía tres años. Primero el piano, luego el violín, el koto...
-¿Koto? –el ceño de Even se frunció, no lo entendía.
La risa de Lyrica llenó sus oídos.
-Se trata de un instrumento oriental. Padre viajó a Japón, en busca de hilos especiales, y escuchó cómo lo tocaba una dama. Pensó que me gustaría el sonido, así que me obsequió con uno.
Even hizo memoria de los instrumentos que tenía la joven. Chaqueó los dedos.
-¡Ah, ese ingenio rectangular similar a una guitarra!
-¡Correcto! –asintió.- ¿Te gustaría que algún día lo tocase? A padre y a Paris les relaja muchísimo escucharlo.
Pensar en ella tocando aquel extraño instrumento sólo para él, le provocó ese cálido cosquilleo en el pecho al que no acababa de acostumbrarse. Asintió.
-Sería un honor, querida. ¿Cómo podría compensarlo?
-Dedicándome una composición, por supuesto.- bromeó ella, riendo.
Poco después, tras una divertida charla, se vieron obligados a terminar su paseo. Even volvió a su estudio en palacio, y Lyrica se encaminó hacia la biblioteca, en busca de Su Majestad.
-Lyrica.
La muchacha se giró, y una alegre sonrisa se dibujó en su rostro.
-¡Hermano!
Paris abrió los brazos, y la muchacha corrió a ellos, abrazándole con fuerza y cariño. Él hundió los dedos en su cabello y, mal que le pesase, besó su frente, cuando lo que deseaba era besar sus labios.
-Qué sorpresa, ¿qué haces aquí?
Paris se separó de ella de mala gana, acariciando su mejilla.
-Se me venía encima nuestro hogar, sin padre y sin ti. He hablado con el capataz de la fábrica, y con nuestro abogado. Se hará cargo de todo mientras yo me quedo aquí, unas semanas. –desvió la mirada, con leve expresión triste.- Sólo tu compañía y la actividad de la Corte me devuelven algo de vida.
Lyrica juntó las manos, con sus celestes ojos brillantes.
-¡¿Permanecerás aquí?!
Él asintió, con una encantadora sonrisa que ocultaba sus verdaderas intenciones.
-Sólo quince días, pero sí.
Ella volvió a abrazarle con fuerza.
-¡Cuánto me alegro! ¿Te han asignado ya aposento?
-Te sorprenderías.- rió.- Es el tuyo.
Efectivamente, los ojos de Lyrica se abrieron de par en par, y enrojeció levemente. ¿En su habitación? No lograba comprender cómo le habían permitido aquello. Sí, eran hermanos, pero mujer y hombre, y por más lazos familiares que compartiesen, de ahí, a ocupar la misma cama...
Paris pareció entrever sus temores. Rió.
-Tranquila, camas separadas, y sólo unos días, hasta que acaben de preparar mi habitación.
Casi suspiró, aliviada. Su hermano le ofreció el brazo, y ella se le agarró.
-Te acompañaré. Ibas en busca de la Reina, ¿no es así?
Asintió.
Ambos hermanos se marcharon, hablando y riendo.
Lyrica aún desconocía los verdaderos motivos de la presencia de su hermano. Y, llegado el momento, desearía no haberlos conocido nunca.
Los días pasaban. Desde la llegada de Paris, Even apenas pudo pasar tiempo con Lyrica, más allá de las horas de ensayo para el recital de la recepción, y siempre con la presencia de Paris.
Fue en una de esas ocasiones, cuando en medio de un ensayo, la Reina reclamó a Lyrica. Ambos hombres se quedaron en el Salón de Música, en un tenso silencio.
-¿Puedo hacerle una pregunta, Lord Wembley?
Paris, que hasta entonces había centrado su atención en un libro de poesía, alzó la vista, y clavó la mirada en el compositor, cerrándolo de un sonoro golpe.
-Faltaría más.
Even se levantó del piano, y se acercó a él.
-¿He hecho algo que le importune o moleste? Desde el funeral de su padre, tengo la impresión de que no...-no sabía cómo expresarlo, pues hasta entonces, no le había pasado con nadie.
-¿No busco trato alguno con usted?
Even asintió.
Por supuesto que no quería trato con él. Paris se había percatado sobradamente de lo que su hermana sentía por aquel hombre; se la estaba arrebatando. Y Even Clover no era lo suficientemente bueno para Lyrica, por un sencillo motivo: no era Paris Wembley, la única persona que siempre, siempre, la antepondría a todo, y la amaría incondicionalmente.
Pero estaban en la Corte, y, mal que le pesase, aquel hombre que tenía delante, era una personalidad suficientemente influyente como para permitirse estar a malas con él. Así pues, Paris se puso la máscara, y esbozó una falsa media sonrisa.
-Al contrario, señor mío. Me resulta usted una persona, cuanto menos, educada y noble, y aprecio sus obras desde que comencé a frecuentar la Corte. Sin embargo, el dolor por la pérdida de mi padre me ha hecho parecer algo insensible, quizá incluso cortante. –se levantó, y le tendió la mano.- Confío en que me perdone, si así le ha resultado.
Even casi suspiró, aliviado.
Necesitaba a Paris, si no de su lado, sí neutral, cuando llegase el momento de abrirle su corazón a Lyrica.
Por suerte para el joven heredero, Even Clover era más cándido de lo que él mismo creía.

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Alma Lyrica, Libro Cero - Even Clover.
RomanceTodo cuanto necesitaba, era la Música. Era el mantra casi constante, tatuado a fuego, que Even Clover, el joven y prometedor músico de una anacrónica Corte Inglesa, se repetía cada día. Su vida transcurría entre notas, banalidades y cortesías, hast...