Capitulo 4. Entrando juntos al volcán

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...«Donde acaba tu boca, ahí comienza la mía»...Mario Benedetti



—¡Agente caído! Solicito servicio de emergencia en el estacionamiento principal—escuchó Alma, mientras seguía debajo del férreo cuerpo de Jaime.

Intentó removerse. Notaba el caliente y espeso líquido que se colaba entre ellos.

—Estáte quieta—ordenó él con voz lastimera.

Jaime le retiró por fin sus manos de la cabeza. Se irguió un poco en medio de un gruñido doloroso, apretando los dientes. La recorrió con la mirada, con una mano le  palpó en los costados y el talle.

—Alma, ¿estás bien?—preguntó angustiado.

—Sí.

Jaime le acarició el rostro, evidenciando su alivio. Rodó hacía un lado liberándola de su peso. Los ojos se le cerraron.

—¡JAIME!—la escuchó gritar agobiada. Quiso responder pero no pudo.

Alma se arrodilló a su lado lo tocó en la cara. Lo llamó de nuevo, él no contestó. Segundos después, una cuadrilla de emergencias se dirigía hacia ellos. Cayetano llegó a su lado y la apartó.

—Teniente denos espacio—pidió uno de los paramédicos.

En medio de la inconsciencia Jaime sintió que lo elevaron sobre la camilla. Intentó abrir  los ojos, pero el frío y oscuro abismo que lo abrazaba se lo impedía. Recuperó el conocimiento poco después y se incorporó de un salto. La brillante  luz de la lámpara casi lo ciega. Se hallaba sobre la mesa de exploración de la enfermería. Su brazo le quemaba.

—Está bien Comandante—se acercó en tono calmo un paramédico—, ha tenido suerte. El proyectil era grande, pero solo ha sido un rozón en el bíceps. Lo atenderemos, limpiaremos la herida y lo enviaremos a casa.

—¿Seguro que no es grave?—escuchó decir tras el paramédico.

—Si, Teniente. Todo estará bien, en realidad es más una quemadura. Perdió el conocimiento unos minutos, porque era un proyectil grande.

Jaime guardaba silencio. Le dolía que estuviera furiosa con él. Pero también amaba ver la ira y la pasión que se asomaban en sus castaños ojos. Sin embargo, ella siempre lo sorprendía y lo que siguió no lo podía haber anticipado en absoluto.

—¡Salga!—ordenó la bella mujer.

—¿Disculpe?

—He dicho que salga. ¡Todos fuera!—insistió exasperada sosteniendo la puerta. Los paramédicos intercambiaron una confusa mirada y soltando el material de curación, salieron dejándoles solos.

Alma se desplazó hasta quedar frente a él. Levantó los brazos, parecía no decidirse entre abrazarlo o golpearlo. Ambos guardaban silencio y se medían con la mirada. Una vez más ese inoportuna necesidad  se coló entre ellos. Alma tiró  entonces con fuerza de los botones de su camisa y ésta se abrió exponiendo el desnudo y labrado torso de Jaime. Una O se dibujó en los labios de la chica. Su mirada recorrió su duro cuerpo. Las manos le temblaban ligeramente cuando lo tocó apenas con las yemas de los dedos. Entonces su pequeño cuerpo tembló y Jaime comprendió que estaba sollozando, quiso abrazarla. Ella dio un paso atrás alejándose de él.

—¡Imbécil!—espetó furiosa con lágrimas bañando su rostro. Lo golpeó con el puño en el pecho— Si vuelves hacer algo como esto, te patearé el trasero—. Dio media vuelta y salió de la enfermería, limpiándose la cara.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora