Capitulo 8. Nadie se compara a ti

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...«Sé que amarte es un combate donde siempre caigo preso, pero bien valen tus rejas un descenso a los infiernos»... Luis Eduardo Aute.



Jaime se desplazó desde su oficina hasta la sala de juntas, donde Alma le esperaba con los chicos, mientras él se mesaba la rebelde y castaña melena, ella le dio un repaso rápido encontrándolo en verdad atractivo, con aquella chaqueta de piel marrón sobre su camisa de oscura mezclilla y los vaqueros índigo.

—¡Qué monada!—comentó él jocoso, tomando entre sus largos y gruesos dedos una gorra negra que estaba sobre la mesa de trabajo. Las siglas AFI estaban bordadas en oro y aún olía a nueva.

—Es mía, la he comprado ayer por la mañana y pienso estrenarla en la práctica de tiro—informó Carmen emocionada. Jaime asintió y una chispa traviesa se alojó en sus pupilas.

—Teniente, los niños quieren ir a practicar, ¿te parece si vamos ahora?— invitó risueño a Alma.

—Sí, será lo mejor. Más tarde ingresaré a la autopsia de Eugenia y no sé cuánto tarde—convino ella.

Alma dirigió la marcha caminando muy erguida y los chicos siguiéndola alegres. Jaime pensó que parecía una mamá cisne con sus polluelos detrás y tosió intentando ahogar una carcajada. Alma se volvió hacia él arrugando el entrecejo, él se hizo el despistado.

En el campo cinegético, Alma y los chicos vaciaron sin piedad sus armas contra los blancos.

Jaime observó atento la práctica y tomó nota de las ejecuciones de cada uno. Por supuesto se deleitó en especial, con su castaña compañera. Le enorgullecía la seguridad que exhibía en cada uno de sus movimientos, la dureza de su mirada y su concentración al vaciar el cargador de la glock 38, con la que entrenaba ése día. Conocía tan al detalle sus movimientos, que estaba seguro de que aún con los ojos cerrados, podría reconocer con exactitud el momento en el que; exhalaba y después presionaba el gatillo. Lo que más le gustaba, era que en todo momento sus pequeñas manos permanecían siempre firmes, ella no titubeaba jamás.

Alma llevó a los chicos hasta el lugar donde los esperaba Jaime, quien ya había calculado las puntuaciones de cada uno, al observar los blancos agujerados.

—Cayetano—llamó al moreno oficial—. Tu puntuación es muy buena, espero me sorprendas igual con los blancos móviles en la siguiente práctica. Toma un descanso.

—¡Gracias jefe!— replicó sonriente y se alejó complacido, Noyola no era de los que repartía azúcar a diestra y siniestra, si había logrado ése gesto de él, era porque en realidad lo había impresionado.

—Ustedes harán una ronda más, necesitas mejorar tu puntería Carmen — ordenó Jaime, la chica asintió —. Alma disparará a su blanco que llevará tu gorra puesta, ¿de acuerdo?

—¡Jefe, pero es nueva!— rebatió la chica llevándose las manos a la cabeza, agobiada mientras él sonreía socarrón girando entre sus largos dedos la gorra.

—No la dañaré, lo prometo —. La tranquilizó Alma —. Anda toma tu lugar y procura relajar los hombros antes de descargar el arma— recomendó —. ¡Será divertido! — concluyó guiñándole un ojo.

La joven bajó la cabeza y se desplazó a su lugar. Jaime se acercó despacio a la Teniente sin dejar de sonreír. Alma se humedeció los labios y se retiró su propia gorra para entregársela.

— Espero que tengas respaldo de todo —murmuró en su oído, Alma parpadeó y entonces lo observó confusa, su sangre se heló al descubrir en la mano derecha de su Comandante su móvil. Jaime hizo más ancha su sonrisa



Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora