Capitulo 25. Tú y nadie más.

1.3K 194 318
                                    





...«Aquí habrá pocas palabras pero yo sé que los silencios cuentan»... Julio Cortázar.



En punto de las ocho treinta  de la mañana, cinco vehículos de la Procuraduría de Justicia, estacionaron frente a las oficinas de Electromecánicos del Bajío., S.A. De C.V. Los empleados y visitantes que se encontraban en el vestíbulo, simplemente se quedaron boquiabiertos. Un guardia de seguridad intercambió una rápida mirada con su compañero, y desactivaron los protocolos de acceso dejando vía libre.

La recepcionista sintió que el aliento se atascaba en su garganta, y fue incapaz de seguir el hilo de la conversación con la persona a quien atendía al teléfono, cuando una alineación de Agentes Federales irrumpió en el recinto. A la cabeza iba un varón alto, que vestía con impecable elegancia un traje oscuro. «Jaime Noyola» susurró en su mente al recordar haberlo visto en el aviso de prensa, que informó la detención del Vicepresidente de la empresa. Los profundos ojos marrones, de ese hombre, destellaban astucia. Su resuelto andar, encontraba la réplica correcta, en la menuda y bella mujer castaña que se desplazaba a su lado. La joven vestía también de negro.

A la señal de Jaime, varios  agentes se dispersaron por los diferentes niveles del edificio. La investigación por daño patrimonial que Alexander Ugalde había pretendido endosar a Braulio Mendiola, finalmente había recaído en la compañía de su padre. Además claro, de una demanda presentada por Grupo Mendiola, por falta de probidad en sus acciones como socios en el proyecto de la hidroeléctrica, y coaccionar a la junta de accionistas para adquirir la empresa sanmiguelense. Por tales motivos, un juez había girado una orden para incautar equipos, información contable y diversos registros para determinar participación en dichos delitos.

Noyola y Fernández tomaron el ascensor para llegar hasta el despacho de Presidencia. Jaime observó una vez más el atuendo de su chica, sobria y elegante. Una vaporosa blusa, con un blazer y falda ajustados. Sus tacones negros a juego eran altos, y por completo femeninos; eran su sello. No pudo evitar que sus labios se curvaron en una sonrisa. ¡Dios! Lo volvía loco. Sacudió la cabeza al salir del elevador, y recuperó el control de nuevo.

Jaime levantó su mano, y frenó el impulso,  poco convincente, de la asistente a bloquearle el camino. Con autoridad empujó la puerta de la oficina. Antero Ugalde se les enfrentó con naturalidad volviéndose desde el luminoso ventanal frente al que se encontraba. Alma levantó su mano mostrando la orden judicial emitida horas antes, para realizar el embargo.

—Agentes — saludó ceñudo acercándose. Sus oscuros ojos navegaron entre las figuras de Jaime y  Alma, resopló al aceptar el documento —. Tomen asiento. No voy a atenderlos de pie.

Jaime no se movió un ápice. Alma respaldo su acción. Antero Ugalde, negó con la cabeza y se dejó caer en su sillón giratorio.

—Le vi en las noticias Comandante, el arresto de mi hijo le resultará muy beneficioso para su carrera — comentó mordaz, el joven se encogió de hombros.

—No le vi anoche en la Comisaría — replicó con seriedad.

—Le envié un abogado — zanjó indiferente.

El silencio llenó la estancia durante un largo momento mientras Ugalde leía la orden.

—Estúpido mal nacido — refunfuñó al lanzar el papel sobre su escritorio —. Tiene suerte de estar tras las rejas ya. Lo habría matado en este momento.

Alma le explicó que la situación de Alexander era muy complicada, que personalmente enfrentaría una larga condena por homicidio en contra de Eugenia Cobo, los siniestros cometidos contra Braulio Mendiola y la firma de abogados; así como la tentativa de homicidio en contra de Yago Mendiola. El hombre no parpadeó ante nada, ni mostró algún signo de preocupación por su hijo.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora