Capitulo 23. Arañando recuerdos...acercándose a la verdad

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...«Te quiero tanto. Tú lo sientes, ¿verdad? No está en las palabras, no tiene nada que ver con decirlo, con buscarle nombres. Dime que lo sientes, que no te lo explicas, pero que lo sientes, ahora»... Julio Cortázar.


Carmen siguió las indicaciones del GPS al desplazarse por aquellas calles de piedra en la Suburban. El atardecer estaba cayendo y la paleta de rosas, dorados y magentas se proyectaba sobre los techos de teja y los muros coloniales de las casas y edificios. Al girar a la derecha en el destino programado, distinguió un lugar para ubicar el vehículo, y comenzó a maniobrar torciendo el volante, adelantando y retrasando la camioneta. En el último movimiento golpeó la defensa de un coche frente al suyo. Avergonzada, maldijo entre dientes antes de apagar el motor y salir del vehículo.

Tratando de contener su oscuro cabello que se le azotaba en el rostro por el viento, se acercó para verificar el daño. Una sombra se deslizó cerca de ella.

—Hey, ¿pero qué le has hecho a mi auto? — inquirió con brusquedad un hombre que llegó a su costado, de la nada. Ella se volvió enseguida evitando darle la espalda.

—No ha sido para tanto — replicó la chica apoyando su mano en la curva de su cadera y arqueando una ceja en claro desafío.

El hombre paseó su mirada con descaro en el generoso escote, que no dejaba dudas de sus dones, apenas contenidos, por el top de tirantes que vestía la joven.

—¿Y tú sola lo has decidido? — demandó con arrogante tono, y avanzó hacia ella.

—Digo que perfectamente podrías encargarte de tu raspón, y yo del mío — propuso ella con voz tranquila, ronca.

El tipo se desconcertó, mientras observaba los lánguidos ojos y mejillas sonrojadas de la joven. Entornó la oscura mirada y ladeó la cabeza.

—Policía Federal, las manos en la cabeza — ordenó Cayetano tras el hombre. Sorprendido, se volvió un poco por encima del hombro y distinguió el cañón del arma con que lo apuntaba el oficial. Al volver sus ojos a Carmen ella igualmente apuntaba a su frente. Negó molesto por haber sido tan ingenuo y decidió no poner resistencia —. Felipe Díaz, quedas arrestado por manipulación de explosivos y como presunto ejecutor del atentado en la firma Villalpando, Ramírez y Asoc.

—¿Cómo diste conmigo?—cuestionó con curiosidad a Carmen directamente, mientras Cayetano le ajustaba las esposas.

—Tu llavero—señaló la chica con un gesto de su cabeza, a la vez que enfundaba de nuevo su arma—. Pueblo pequeño, el dueño de ese bar es amigo nuestro es amigo nuestro—concluyó guiñándole un ojo. El hombre resopló y después se acordó de guardar silencio. Cayetano lo condujo entonces hacia una de las camionetas.

—¡Bien hecho, chica! — felicitó Alma con un guiño al llegar a su posición —. ¿Te divertiste? — inquirió arqueando una ceja. La oficial asintió con una enorme sonrisa.

—Le has enseñado bien —murmuró divertido Jaime en la sien de la Teniente, y enfundó su arma —. Te dije, todos estaríamos aquí y no te perderíamos de vista — comentó después a la oficial —. Acompaña a Cayetano y muéstrenle la hospitalidad de las salas de interrogatorios —ordenó el Comandante —. Teniente, Salva. Vengan conmigo — demandó por encima de su hombro e ingresó con imperioso paso a la vivienda en la que, gracias a una camarera de «La Jacinta» habían logrado ubicar a el sospechoso del atentado.

*****.

«Salva» pensó Yago con amargura.

Con aire ausente apenas y se enteró de lo dicho en la reunión de accionistas de la constructora.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora