Capitulo 13. Me enseñaste cómo despertar

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...«Usted no sabe el desorden de emociones que me provoca su sonrisa»... Julio Cortázar

Frente a un monumento de mármol, con el afligido cielo gris encima  y el verde pasto bajo sus pies; la silueta de un jovencito se erguía alta y digna a pesar del dolor. El viento despeinaba su rebelde y castaña melena  azotando a la vez, su formal abrigo negro de lana.

Quieto. En silencio. Recibió el golpe de la lluvia que parecía acompañarlo con su propio llanto. Sin nada que pensar u otra cosa que sentir excepto dolor, el muchachito permanecía con la mirada clavada en los nardos blancos que minutos antes había depositado ente la tumba. La lluvia le pegó algunos mechones del cabello en la frente y se deslizó por sus firmes y lisas mejillas.

Una mano fuerte se posó en su hombro derecho brindándole apoyo, el chico de marrones ojos se encontró con la olivácea mirada de su amigo «Estoy contigo. Siempre hermano» declaró al unir su frente con la suya por unos segundos. El chiquillo asintió tragando el nudo en su garganta que le imposibilitaba hablar.

Unos ojos de miel  y brazos cálidos lo sostuvieron por la cintura, combatiendo con su dulzura aquel desolador momento. A él le pareció entonces que el dolor comenzaba a remitir ante su contacto, la figura de aquella niña que lo consolaba era casi tan alta como él. Cerró los ojos y la estrechó con mayor fuerza, necesitando agobiado su consuelo y, equivocadamente pensando que aquella silueta se amoldaba a la suya.

Entonces la lluvia cesó un momento. Una suave brisa trajo consigo un aroma diferente a las dulces mandarinas que lo habían endulzado en aquella solitaria campiña. Percibió que la figura entre sus brazos se volvía pequeña. Una alegría y  calidez diferentes se esparcían  desde el lado izquierdo de su pecho hasta cubrir cada centímetro suyo gracias;  a un seductor  aroma a gardenias, que se había colado sin permiso en sus fosas nasales.

Abrió entonces los ojos y se encontró con un escenario diferente, el cielo había parado de llorar y de a poco se llenaba de color. Su ropa ya no era negra, no estaba mojado. Él era mayor ... y, la chica entre sus brazos en efecto era pequeña, pero encajaba a la perfección con él.

Confuso por aquella sensación de bienestar, desplazó sus grandes manos desde su irresistible talle hasta su delgado cuello, percibiendo que las yemas de sus dedos la reconocían. Sonriendo, bajó su propia cabeza unos centímetros, mientras la instaba a levantar su mirada y, la calidez que recibió su espíritu al ser absorbido por aquellos castaños y brillantes ojos, lo llenó de felicidad.

«¡Hola!» susurró ella y él se derritió por dentro...«¡Alma!» musitó emocionado antes de que sus tentadores labios reclamaran los suyos. Le sostuvo con la firmeza y delicadeza necesarias la nuca, enredando sus gruesos dedos en su oscuro y sedoso cabello. Ella abrió para él sus labios, llenándolo de su dulce sabor. Él recibió entonces en su lengua el golpe de un sensual suspiro de ella y, eso lo sumió en una completa adoración. Se deleitó en aquella boca que lo consumía y, que lo hacía temblar con un placer que no se parecía a nada que hubiera conocido antes.

—Buenos días...— ronroneó entonces Alma. Jaime abrió los ojos y observó embelesado sus brillantes ojos y sus mejillas sonrosadas —. ¿Estás despierto? — le provocó con una sinuosa caricia de su pelvis contra la suya.

—Estoy despierto muñeca...muy despierto — declaró en medio de una sonrisa socarrona y dándose vuelta la tumbó boca arriba en el lecho.

Alma sonriendo contra su boca enterró su delgada mano en la melena crespa y castaña de Jaime, profundizando su beso y haciéndolo gruñir con anhelo.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora