Capitulo 2. Lava ardiendo

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...«¿En qué momento y dónde me dirás que me amas?»...Jaime Sabines

Jaime dejaba tras de sí kilómetros de asfalto. «¡Aprovecha el tiempo Diablito!» había dicho Renata con una sonrisa pícara, al depositar en sus manos, las llaves de la villa de Fabio en San Miguel. Él se aferró al volante y negó divertido ante ese recuerdo. Reni se creía que todo era tan sencillo como sonreírle a Alma y ya estaba. Él en cambio, sabía que esa mujer era dura.

«Alma» Ella era como las rosas en el desierto, de una belleza que dolía y resguardada por espinas. Protegía su corazón, eso lo tenía claro. Pero él gustoso le entregaría el suyo, si ella tan solo lo besara una vez más.

«Salt by B. Miles» se reprodujo en el equipo de sonido  y él observó alucinado, los movimientos que Alma hizo con su mano, marcando los tiempos de la música. En el asiento trasero de la Suburban, Rocco recostó su cabeza sobre sus patas delanteras. Jaime sostuvo el volante tan solo con su mano izquierda y dirigió la derecha hacia atrás, para acariciar las orejas de su peludo amigo. Por sus largos y gruesos dedos entró una corriente eléctrica, que viajó hasta su columna estremeciéndolo placenteramente. Levantó la vista y se encontró con los castaños ojos de Alma. La chica estudiaba una información en su tablet y al igual que él había dirigido su pequeña mano hacia Rocco para hacerle un cariño. Ella sonrió de esa manera que lo enloquecía y él negó con la cabeza. Volvió  a concentrarse en la carretera.

Siguiendo las indicaciones del GPS se dirigieron hacia la cuenca del Río Laja. Durante todo el camino, se habían topado con espectaculares de «Grupo Mendiola». Jaime no  tenía claro el porqué, pero el nombre le incomodaba. Un todoterreno de lujo se incorporó imprudentemente y a toda velocidad a la carretera. Jaime esquivo con presteza lo que podría haber significado un terrible accidente. La impresionante rubia que conducía el vehículo, se quitó las gafas y lo observó con descaro, antes de arrancar de nuevo a toda velocidad y en medio de una sonrisa provocativa.

Alma había dejado caer la tablet de sus manos, cuando Jaime viró  violentamente en reacción al otro vehículo. En cuestión de segundos se estabilizó en su asiento. Cuando Jaime frenó la camioneta, ella se retiró el cinturón de seguridad y se preocupó de observar que Rocco estuviera bien. El gesto de la conductora hacia él, le pasó desapercibido.

—¿Te encuentras bien?—preguntó el joven con ansiedad. Ella era dura, lo sabía. También flexible como un gato, pero tan pequeña que le era imposible no sentirla frágil, aunque no lo fuera.

—Si, estoy bien—aseguró—. ¡Ese imbécil seguro se sacó la licencia en una caja de cereal!—replicó ella acomodándose en el asiento y ajustando de nuevo su cinturón. Jaime puso en marcha de nuevo el vehículo. Alma revisó el GPS y siguieron su camino.

Entre la terracería  vislumbraron el campamento de obra. Las máquinas movían grandes cantidades de material, la gente iba y venía en una danza sincronizada sin descanso. Un área estaba delimitada por el cerco colocado por la policía municipal, sin embargo Jaime consideró imprudente que la obra siguiera su curso. Buscó la mirada de Alma y por su expresión supo que a ella tampoco le agradaba. Aparcó el vehículo.

Atravesaron el cerco y caminaron hasta la patrulla que vigilaba la zona. Un oficial uniformado, hablaba por radio recargado sobre la portezuela, les daba la espalda.

—Central, ¿a qué hora llegarán los buzos?—bufó exasperado, la señal se perdía con facilidad y no recibía respuesta a su demanda.

—¡Cancele los buzos! No son importantes—ordenó Jaime a modo de presentación. Alma sonrió levemente. El hombre se volvió hacia ellos desconcertado.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora