Capitulo 9. El rastro

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...«Entonces te das cuenta, que no es quien te mueve el piso, sino quien te centra.  No es quien te roba el corazón, sino quien te hace sentir que lo tienes de vuelta»... Julio Cortázar

Un intenso dolor que pareció atravesarla y partirla por la mitad, despertó a Alma del apacible sueño en que había estado sumergida. Se incorporó en el lecho y observó el lado izquierdo de la cama vacío. Apartó las mantas y corrió a la ducha llevando con ella; ropa interior y tampones. El agónico malestar en su espalda era un recordatorio de la inminente llegada de su periodo.

Al salir de la ducha se cubrió con una bata y notó que Jaime aún no volvía de su rutina de entrenamiento, revisó el reloj en su móvil y decidió volver a la cama. Unos minutos más tarde su atractivo y pecaminoso tormento se deslizó por la puerta de su habitación; recién duchado y exhibiendo esa sonrisa descarada que ella amaba.

—Vamos a ver...pero si ya te has despertado — murmuró sonriéndole cariñoso y empujó con un pie la puerta, un gruñido molesto se escuchó seguido de un pesado rasguño, entonces el chico se volvió de cara a la puerta y Alma observó que sostenía una taza y algo más entre las manos —. No Rocco, ahora no puedes entrar. Sé bueno y compórtate — ordenó.

Escucharon al enorme perro echarse tras la puerta. Jaime se volvió hacia ella de nuevo y le escrutó con la mirada. Alma le sonrió adolorida y palmeó la cama invitándolo. Jaime no se hizo del rogar y en un par de zancadas llegó a su lado.

—En escala del uno al diez, ¿qué tanto te duele? —demandó inclinándose en la cama junto a ella.

—Cinco —afirmó.

—Eso quiere decir que en realidad es veinte, así que tomaras dos ibuprofenos y esta  taza de té de manzanilla.

—¿Se acabó el café? —preguntó arrugando el entrecejo.

Jaime se carcajeó ante su reclamo.

—Por supuesto qué hay café, Fabio y Renata tienen la despensa llena. Pero en este momento el té será más efectivo. Anda tómalo —pidió acercándole la taza.

Alma se incorporó y se afianzó en un codo, extendió su mano para tomar las pastillas y luego dio pequeños sorbos a la humeante bebida. El aroma y el sabor eran de una exquisitez reconfortante, pero ella deseaba café. Le devolvió la taza con la mitad del líquido y se negó a terminarlo. Jaime no la presionó. Ella se acomodó entre los almohadones esperando a que la medicina surtiera efecto.

—Estás temblando — farfulló Jaime al notar los espasmos de su pequeño cuerpo.

—Solo tengo un poco de frío — gimió.

—Descuida muñeca, ya me encargo.

Jaime se deshizo del calzado y entró bajo las mantas con ella abrazándola con fuerza. Se colocó de perfil y la sostuvo por las caderas atrayéndola contra su duro y trabajado cuerpo. Su torso, su magro vientre y sus fuertes muslos se pegaron a los de ella. Presa de la excitación de su posesivo abrazo Alma contuvo la respiración y sus castaños ojos recorrieron las líneas de su varonil rostro. Ella observó con vehemencia esos labios creados para obsequiar los besos más profundos y rebosantes de lujuria que alguna vez hubiera probado. Jadeó para llenar de aire sus pulmones y en ese instante los labios de Jaime atraparon los suyos, explorándola con delicia.

—Mmmmmmm — ronroneó él con gravedad y ése sonido provocó en Alma una explosión de sensaciones —. Eres toda una tentación mi amor —susurró sobre su labio inferior pellizcándolo con los dientes pero sin hacerle daño.

Nuestro amor al final del tiempo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora