9.

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Akane se despertó esa mañana envuelta en la ligera colcha de su cama sin abrir. Se había enredado en ella de tanto dar vueltas y su cuerpo había aplastado las cartas desperdigadas por toda la cama.

Cuando se incorporó para bostezar y estirarse descubrió que una carta se le había quedado pegada en la frente. Se la quitó y la miró distraída mientras su cerebro se ponía en marcha. Entonces recordó las partidas, el ataque de cosquillas, la cercanía de Ranma, la sensación de sus dedos internándose entre los mechones de su pelo... Su rostro se encendió y sonrió enternecida.

Ranma ya no estaba allí; no recordaba cuándo se había ido pero se alegraba de que él no fuera un dormilón como ella y siempre regresara a su cuarto a tiempo, antes de que nadie les encontrara allí juntos y pensaran lo que no era.

Se puso a recoger las cartas una a una cuando de repente recordó el asunto del documento. Las cartas se le cayeron, giró el rostro hacia el reloj de la pared y comprobó que era ya muy tarde. ¡Había olvidado poner el despertador! Todos estarían ya levantados, sería imposible buscar el documento.

Oh, no...

Akane se puso en pie de un salto y corrió hacia el baño con las ropas de su uniforme en los brazos. Se aseó y vistió en un tiempo record, pero tal y como se temía, en su camino del baño al dormitorio comprobó que todas las habitaciones estaban ya vacías; así que ella había sido la última en despertarse.

¡¿Quién me manda a mí quedarme despierta hasta tan tarde?! ¡Ranma, todo es culpa tuya!

Bajó las escaleras y dejó el maletín del instituto en la entrada antes de dirigirse al comedor. Los sonidos que se escapaban de la estancia no eran, pudo apreciar, los habituales para esas horas. Oyó golpes, resoplidos, susurros, objetos cayendo, otros que eran arrastrados... Con el ceño fruncido la chica llegó hasta las puertas cerradas al mismo tiempo que su hermana Kasumi aparecía por el lado contrario con una bandeja repleta de alimentos para el desayuno.

Al verla, la mayor sonrió.

—¡Buenos días, Akane! Hoy se te han pegado las sabanas, ¿eh?

—Sí, un poco... —Señaló las puertas—. ¿Qué pasa ahí?

—No estoy segura... —respondió la otra—. Parecía que papá, Nabiki y el tío Genma estaban de limpieza.

¿De limpieza? ¿Esos tres, justamente?

Akane agarró las puertas y las abrió de un tirón. Sí, lo que se encontró al otro lado podía interpretarse como una limpieza general pues los tres mencionados estaban poniendo patas arriba el comedor. Habían retirado los escasos muebles y casi levantado el suelo desde sus cimientos. Nabiki revisaba con ansiedad los huecos más pequeños mientras que su padre, subido a una escalera, se disponía a inspeccionar los tablones sueltos del techo. Genma, por el contrario, daba la sensación de estar fingiendo que ayudaba mientras en realidad descansaba sobre sus rodillas.

Kasumi soltó un chillido al ver el estado en que estaba su adorado comedor.

—¡Papá! ¡¿Qué significa todo esto?!

Soun se tambaleó en lo alto de la escalera al oír el grito de su hija, pero logró sujetarse a tiempo.

—¡Buenos días, Kasumi! ¡Akane! —Saludó con una entusiasta sonrisa—. Estamos buscando el dichoso documento de tu compromiso, hija —respondió en cuanto logró estabilizarse.

—¿En el... techo?

—Bueno, no aparece por ningún lado así que... miraremos en cualquier rincón posible.

—Oh, cielos... —Kasumi sacudió la cabeza y regresó a la cocina a soltar la bandeja. Después de todo, tal y como estaba el salón, no había un solo lugar fiable para disponer el desayuno.

Un Prometido de Verdad (Ranma 1/2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora