"Me he adueñado de tu indiferencia, ya no sirves, por ende".
Gaccio observaba a unos niños jugando con fevor.
Corriendo, riendo, gritando, todos bien vestidos, todos vestidos de inocencia. Cabellos platinados y ojos de joya, piel de porcelana y sonrisa de sol. Complaciendo con su ingenuidad a la sonrisa de tiburón de Gaccio.
No es que estuviera enfermo, pero le infectaba su dulzura y si hubiera podido antes, correría por el mismo sendero que ellos pisaban. Dos niños y una niña, y había un niño sobrando. Así que para que Gaccio pudiera disfrutar plenamente su vista, ordenó que sacaran al niño del parque, no había problema en que jugaran sólo dos hermanos.
La niña empezó a buscar a su otro hermanito, pero el niño la obligaba a seguir jugando.
El niño puso una piedra en el camino de su hermanita, que tropezó y ahora no sólo lloraba por lo que había perdido; el niño la abrazó y consoló, sabiendo que él lo había provocado.
Gaccio mostró de nuevo su sonrisa de tiburón.
A los inteligentes siempre les salen bien los planes.
Giacomo Kiells era el genio de las armas, el diseñador por excelencia. 《Y TODO me sale bien.》
No importa cuánto destacara, al final pasaría desapercibido, como dictaba la condena de la Ciudad de New York. Tantas personas encerradas en su mundo que se olvidaban de mirar alrededor. Gaccio era un nato observador.
Y Julie siempre supo que él estaba observando.
Aún con Gustave al lado, hablando sobre lo incómoda que fue su infancia, sintió la ventisca fría de la presencia de su hermano.
- Dime, ¿cada vez que ves un niño piensas en el dueño de tu infancia?
Y casi pudo sentir a lo lejos cómo su hermana le respondía.
- ¿Recuerdas lo que es quedarte sin protección contra el mundo, quitarte la venda de fantasía de infancia y ver todo lo malo que éste planeta es? ¿sabes a quién le pertenece ese sentimiento?
Pero no hubo indicio de que a la distancia alguien fuera a contestar. Así que a la mañana siguiente sintió toda la ira que había acumulado.
Cerró la puerta, que rechinó un poco, y su servidor, que dormía en el suelo como le fue ordenado, sintió como toda la rabia le fue descargada en la cabeza.
Con el bate le trituró todos los huesos hasta sentir un poco de cerebro. Y, cómo si dramatizara a alguien que le regañara de pequeño, comenzó el joven Gaccio Kiells.
- ¡¿Eres desagradable, Gaccio?! ¡¿Eres un caprichoso hijo de puta, Giacomo?! Dilo, maldito cadáver, o seguiré torturándote. Y te arrancaré cada maldita parte de tu desdicha. -gritó el niño. El perverso Giacomo.
Sus manos pudieron tomar en su poder un hacha de leñador, entre las cosas que aún nadie comprendía por qué solía tener tan increíblemente cerca a cada momento.
Así como la sangre le iba salpicando el rostro gritaba.
-Dime, ¿quién te va a limpiar las lágrimas, Gaccio?-bramaba, mientras descontroladamente movía los brazos y cortaba por aquí y por allá- ¿dónde está mami, Gaccio?
Entonces, tomó un arma y disparó donde yacía el desastre provocado.
- Necesita más potencia. -Se dijo.
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Mi Jefe
Romance¿Cuánto apostamos a que ustedes no saben lo que va a pasar con esta "simple" secretaria?