Capítulo 9

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—¿Entonces solo faltaba poner las cintas en el sótano?

Henry movió una figura blanca del tablero de ajedrez después de haber sopesado por un rato su siguiente movimiento. Julie miraba concentrada el juego, esta vez no quería perder contra el ojiverde.

—Pues sí —contestó—. Ya las tenía grabada con anterioridad para indicarle a mamá cada cosa que tiene que hacer. La última fase del plan está lista. Nada puede fallar —afirmó.

—Entiendo.

Jules suspiró y siguió concentrada en el juego. No habían planeado jugar ajedrez porque a Jules le aburría. Pero después de lo que había pasado hace más o menos una hora Henry tenía que hacer algo para animarla mientras aparecía su familia y la de él. Cuando les hacían el chequeo general, tuvieron que hacerle unos estudios a la castaña, pues no había dormido muy bien ya que unos dolores de cabeza le habían perturbado la siesta. Por el momento no le dijeron mucho, pues tenían que informarle a la mamá; pero ambos sabían que era malo, Henry en especial lo sabía. Muchas opciones se le presentaron: puede que las partes de su cerebro dañadas no estén respondiendo bien o el tratamiento no le funcione. No se lo dijo, sin embargo, la chica miraba los ojos de él y captaba el mensaje. Eso la desanimó un poco, porque sabía lo que podía pasar si su situación no tomaba el rumbo adecuado. Entonces, Carpenter la invitó a su camilla a jugar una partida de ajedrez para pasar el rato y conversar. Jules escogió las figuras oscuras y Henry las blancas.

—Jugar contigo hace algo complicado esto —soltó la niña—. Eres un contrincante muy difícil.

—Mamá y Peter suelen decírmelo. La verdad, este juego es muy sencillo.

—Ajá, como soy toda una genia que gana cada semana una fabulosa medalla y que «no significan nada» —dijo ella, tratando de imitar la voz de el chico.

Con un movimiento rápido, Henry tomó la almohada y se la tiró en la cara, no muy fuerte. La almohada, después de estamparse en la cara de Jules, terminó en el tablero, haciendo que todas las figuras se desordenaran. Al principio, los dos se miraron serios y sin expresión alguna; luego estallaron en sonoras carcajadas. Le tiró la almohada de regreso al ojiverde. La sonrisa seguía ahí, y no pudo evitar pensar en lo contagioso y bonita que era la risa de él. 

—¡Eres un tonto, Henry Carpenter! —chilló entre risas—. Desordenaste todo el juego; seguro lo hiciste a propósito porque sabías que estaba a unos cuantos movimientos de hacerte jaque mate.

—¿Qué? Sabes perfectamente que yo estaba ganando.

—Sí, claro —rodó los ojos juguetonamente—. ¿Y ahora?

—Pues... empecemos otra vez —otro almohadazo. Pero esta vez por parte de ella—. ¡Hey!

—Estamos a mano —levantó su mano e inconscientemente se frotó la cabeza vendada.

—¿Estás bien?

—Sí, descuida. Solo una pequeña punzada otra vez.

—¿Segura? —ella asintió—. Debería llamar a la enfermera otra vez —insistió preocupado.

—Síííííí, estoy bien. ¿Acaso quieres otro almohadazo? —preguntó ella, amenazadora con la almohada. Henry negó con una sonrisa y no hizo más preguntas.

Jules le alegraba saber que el ojiverde se preocupaba por ella, le pareció tierno, se sonrojó.

—¡Llegamos!

Una estampida de tres niños irrumpiendo en la camilla y, a demás, acabando definitivamente con las piezas que había vuelto a ordenar Henry. Se pasó una mano por la cara, derrotado.

—Hola, ¿qué tal están mis niños favoritos? —preguntó la castaña mayor.

—Muy bien —respondieron al unísono.

—Mamá nos compró a los tres helados, estaban sabrosos —comentó el pequeño Marco.

—También trajimos para ustedes —dijo Peter, y Harley les tendió a ambos sus pequeños potes de helado con una cuchara transparente.

—Gracias —habló Henry—. ¿Y mamá?

—Dicen que ya vienen. Fueron directo a hablar con el doctor, y la mamá de Jules estaba alegre, pero entonces cambió de repente —dijo Peter.

—¿Todo está bien, Jules? ¿Te estás recuperando?—preguntaron sus hermanos.

Ella compartió una rápida mirada con el ojiverde. Realmente, no todo estaba bien, pero no lo diría, una mentirita blanca estará bien para aminorar la preocupación de los niños.

—Sí, así es, hermanos —soltó—. Tengan paciencia, volveré. No se escaparan de mí tan fácil —rieron.

—¿Y qué hacían? —preguntó Peter. Henry señaló el tablero y las piezas esparcidas alrededor.

—Jugábamos una partida juntos —respondió Jules, tragó un poco de helado—. Se lo perdieron, estaba muy cerquita de ganarle.

—Claro que no, las cosas no fueron así.

—Sabes que sí, por eso me pegaste con la almohada —ella le sacó la lengua con gracia. Él la apuntó con lo que ahora se convirtió en un arma mortal: la almohada.

—Y tú sabes que lo volvería a hacer —le dijo mientras la señalaba con su cucharita.

Los niños que hasta ahora se habían mantenido mirándolos divertidos, comenzaron a cuchichearse entre ellos. Una loca idea se les formó en sus cabecitas. Los mayores pararon su "pelea" y los miraron extrañados.

—¿Qué tanto cuchichean?

—Es que ustedes dos juntos son muy divertidos —informó Harley.

—Parecen una pareja —rió Marco.

—Quisiera que fueran novios —Peter abrió mucho los ojos con emoción—. Jules vendría mucho a casa y podríamos jugar todo el tiempo juntos.

Ella estaba roja. En este momento odiaba la inocencia de los niños más que nada; ¿por qué tienen que ser tan inoportunos?  Miró nerviosa a los pequeños y luego echó una mirada a Henry quien, según notó ella, llevaba rato mirándola, le notó las mejillas algo rojas a el chico.

—¿P-pero qué cosas dicen, niños? Somos amigos, nada más.

—Pero, Jules —Marco continuó—. ¿Por qué no? Sería genial, Henry es divertido y súper súper súper inteligente

«Ya lo sé», pensó la castaña, «es una de las cosas que más admiro de él»

—Además —intervino su hermanita—, una vez cuando regresaste de la escuela tú me dijiste algo sobre Henry que... —almohadazo— ¡Oye!

Situaciones extremas requerían acciones extremas. Sin duda no volvería a confiar alguno de sus secretos a hermanitos inocentes que no saben guardarlos. Lección aprendida. Rápidamente intentó acomodar el tablero, sin mirar al ojiverde por ahora e intentó reanudar el juego. Los pequeños tenían intenciones de seguir con la conversación sino hubiera sido porque sus madres atravesaron la entrada del cuarto cargando unas bolsas de comida, Julie supuso que ellas quisieron comprarles la comida porque les había comentado que la comida del hospital no le gustaba realmente.

—¡Mamá! ¡Qué bueno que llegaste —«me salvaste».

La mamá de Henry fue hacia él y lo abrazó. La mamá de Jules forzó una sonrisa y se acercó a su hija, probablemente no le gustó nada de lo que le dijo el doctor, y ella lo notó. Se abrazaron con mucha fuerza y la mujer le depositó un cálido beso en la frente. Hacía un gran esfuerzo, así que ambas madres les tendieron la comida y se dispusieron a tratar de entablar conversaciones alegres, y funcionó gracias a la ayuda de los pequeños. Constantemente, la pequeña Morgan le guiñaba el ojo —o eso intentaba— a Jules y apuntaba a Henry. Ella se tapaba la cara con las manos y luego la fulminaba con la mirada, sin embargo, sus mejillas seguían de un color carmesí en su blancas mejillas.

When I Met You ➸ the book of henryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora