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Luis queda arrodillado, los glúteos los apoya encima de los talones, las manos las afirma sobre los muslos, la boca la deja abierta y los ojos los muestra sorprendidos, la figura que se para frente sus ojos más que una mujer de carne y hueso es un...

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Luis queda arrodillado, los glúteos los apoya encima de los talones, las manos las afirma sobre los muslos, la boca la deja abierta y los ojos los muestra sorprendidos, la figura que se para frente sus ojos más que una mujer de carne y hueso es un ser casi de fábula.

Le ofrece sus brazos y lo invita a que se levante, cuando lo tiene erguido, le acaricia el rostro, le delinea los labios con los dedos, le saca la remera y en seguida le recorre el pecho con las palmas.

Se saborea mirando y tocando sus remarcados pectorales, el gesto admirativo que se pinta en sus pupilas es como un cohete, el ego de Luis es el único pasajero con destino al infinito, sube, sube y sube, ¿será que alguna vez logrará que baje?

"De algo me ha servido visitar el gimnasio", se dice presuntuoso.

      — ¡Dios... eres... perfecto, mi vida!

      — Todo tuyo, preciosa... soy todo... todo tuyo... — con mirada enardecida.

El gesto lo acompaña saboreándose los labios.

      — ¡¿Y las otras?!

      — ¡¿De que otras me hablas? — enarcando las cejas.

La pregunta lo desconcierta.

      — De las que no te dejan de perseguir.

      — Ah... ¿eso?... que se aguanten... no creo que seas tan avarienta que no me quieras compartir. — se lo dice con mirada sugerente.

      — La verdad... la verdad... no me ha pasado por la cabeza la idea de compartirte, comprendo la situación pero no estoy segura si seré capaz de hacerlo, te quiero para mí solita.

      — Primero siempre estarás tú, mi amor... siempre... siempre... cada que lo quieras o cada que lo desees.

      — Gracias, intentaré acapararte, porque la verdad no sé si me voy a convertir en una acosadora que te persiga a donde vayas... trataré que eso no pase... pero no te aseguro nada, nene, no te aseguro nada...

      — Si por mí fuera, te daba el nobel de la benevolencia.

      — No quiero el nobel, quiero el cetro, ese que tienes ahí muy bien guardadito. — arruga los labios.

El gesto es para señalar lo que le apunta en forma tiesa.

      — Es tuyo, no sé por qué te has demorado en reclamarlo.

      — Porque la espera lo hace mucho más... apetecible. — relamiéndose.

Mientras le habla, se pega a los labios y con los dedos aprieta lo que acarició cuando desayunaba junto a su hermana.

Tiene una especie de revelación, pero decide callarse, quiere evitar seguir aumentando el orgullo para no demeritar a su novio.

¿Novio?... jajaja... su imagen nunca se le aparece y eso la sorprende, porque esa presencia en su mente debía ser la que le impida cometer este despropósito, pero ni siquiera es un recuerdo que la emocione y que por lo menos que sirva para no este comparando la hombría de él con la de este, porque según lo que le muestra, la madre naturaleza lo ha elegido como su hijo más predilecto.

La Ronda de Negocios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora