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17 años antes.

Me veo por última vez en el espejo arreglando mi corbata. Bajo las escaleras topándome con mis siete hermanos. Madre ha tocado la campanita hace unos segundos, indicando que el almuerzo está listo.
Nos paramos detrás de las sillas correspondientes, esperando la orden de Reginald para sentarnos.
Todas las mañanas eran iguales. Nos despertaban los primeros rayos del sol, una ducha rápida, almuerzo mientras las miles de lecciones suenan por el tocadiscos y algún entrenamiento ingeniosamente con tortura.
Como en silencio, viendo a mis hermanos que hacen distintas acciones. Klaus, frente a mí, enrolla algo bajo la mesa, Ben a su lado lee un libro tranquilamente y Diego, junto a mí, talla algo sobre la mesa.
—Número Cinco —reclama mi padre cuando el nombrado encaja un cuchillo en la madera.
—Tengo una pregunta —Giro mi cabeza viéndolo sin dejar de comer.
—El conocimiento es un objetivo admirable, pero conoces las reglas —El ojiazul sonríe con cinismo—. No hablen durante la comida. Estás interrumpiendo a Herr Carlson.
—Quiero viajar en el tiempo —Avienta su plato con toda su comida aún.
—No.
—Pero estoy listo —Se levanta. Intento detenerlo, pero hace caso omiso—. He practicado mis saltos espaciales como dijiste —Se teletransporta a su lado—. ¿Ves?
—Un salto en el espacio es trivial comparado con lo desconocido del viaje del tiempo —Sujeta su copa—. Uno es como deslizarse por el hielo. El otro es como descender ciegamente a las profundidades de aguas congeladas y reaparecer como una bellota.
Río ligeramente al imaginarlo como eso. Cuatro me sonríe apuntando mi plato, indicando que siga comiendo.
—No entiendo.
—Por eso mismo no estás listo.
—No tengo miedo —dice después de lanzarnos una mirada.
—Ese no es el problema —Sigue comiendo sin mirar siquiera al chico—. Los efectos que podría tener en tu cuerpo, incluso en tu mente, son impredecibles —Suelta abruptamente los cubiertos—. Te prohíbo seguir hablando sobre esto.
El niño da media vuelta y sale trotando.
—¡Número Cinco! —exclama mi padre—. ¡No puedes retirarte aún!
Me levanto para seguirlo.
—¡Ni se te ocurra seguirlo, Número Ocho! —me señala. Dudo antes de ignorarlo y correr tras mi hermano—. ¡Regresen aquí ambos!
Intento alcanzarlo gritando su nombre.
—¡Déjame solo, Gwendoline! —Estiro mi brazo para sujetar su saco, pero mi mano solo traspasa el aire.
—¿Cinco?

Ahora.

Entro a la academia con las palabras de Cinco repitiéndose sin cesar en mi cabeza.
El mundo se acaba.
En 8 días.
Ocho malditos días.
Mi tren del pensamiento es detenido por los murmullos provenientes de la sala.
Abro mis ojos a más no poder. Klaus está durmiendo en el sofá, semi desnudo. Sin poder evitarlo mis ojos barren su cuerpo. No es musculoso, pero está bien, muy bien.
La expresión de terror en su rostro me alarma y lo muevo suavemente.
—Klaus —Golpeo su mejilla sin fuerza varias veces—. Despierta, ojitos.
Algunas veces lo llamaba así, pues sus ojos eran lo que más llamaba la atención de él.
—¿Estoy muerto? —Abre sus ojos somnolientos—. Porque estoy viendo un precioso ángel.
—Lindos calzoncillos —me burlo evitando el contacto visual. Siento como mi cara se calienta.
—Son más lindos en el piso, nena —Ruedo los ojos sonriendo—. Mierda.
Se deja caer al suelo, buscando algo en los bolsillos de su ropa.
—¡Cállate, Ben! —le grita al fantasma—. Dicho con amor.
Sonrío con ternura. Le ha lanzado un beso.
—Klaus, supongo que no has desayunado aún —Me siento donde anteriormente estaba su cuerpo—. ¿Quieres que te cocine huevo y tocino?
—No puedo fumar huevos —Lo miro molesta.
Entiendo su problema con la droga. Lo ayuda a mantener las voces fuera de su cabeza, pero me estoy ofreciendo a hacerle el desayuno, por Dios.
—¡Que susto, Pogo! —exclama. Le sonrío al simio.
—Perdone, Sr. Klaus, joven Gwen —Lo saludo con un asentamiento—. Tengo una pregunta para usted —Se dirige al muchacho—. Faltan objetos del despacho de su padre, en particular, una caja adornada con incrustaciones de perla.
—¿De verdad? —Hago una mueca intentando no reír—. No me digas.
—¿Alguna idea de donde está?
—No, no, no. Ni idea —habla después de unos segundos—. Lástima.
—Cállate —murmura.
—¿Disculpa?
—No me refería a ti. Han pasado muchas cosas con las que estoy lidiando —aclara caminando hasta quedar frente a mí—. Un montón de buenos recuerdos. Bueno, no eran tan buenos —divaga. Mis ojos caen en su trasero, solo cubierto por una tela—. Más bien eran horrible, espantosos y deprimentes.
—El contenido de esa caja es invaluable —Lo para antes de que siga con sus palabras—. Si fuera a encontrar el camino de vuelta a la oficina, quien lo tomó sería absuelto de cualquier culpa o consecuencia.
—Lo buscaremos, Pogo —me meto en la conversación—. Gracias por avisarnos.
—Creo que te aceptare esos huevos —Voltea hacia mí—. ¿Estabas viendo mi trasero?
Abro la boca nerviosamente, intentando articular palabras.
—Eh, yo, no —Se ríe inclinándose sobre mí—. Claro... mhm que no.
—No me molesta que lo veas —Toca mi nariz—. Yo siempre estoy viendo el tuyo, nena.
Esquivo su cuerpo caminando rápido a la cocina. Escucho como ríe y me sigue.
Dos horas después, nos encontrábamos en la habitación de Cinco, con este explicandonos uno de sus planes para conseguir información.
—Alguien viene, escóndanse —Nos empuja hasta su pequeño ropero.
Lo miro incrédula, ni siendo contorsionistas cabíamos ahí. Parece no importarle a ninguno de los dos ojiazules, pues mientras uno me empuja, el otro me estira dentro. Mi cuerpo cae sobre el de Klaus, con nuestras piernas dobladas, las mías entre las de él.
—Espero recibir algo a cambio de esto —me quejo en voz baja, intentando alejarnos un poco—. Mierda.
—Esto es paga suficiente para mí —susurra. Su mano se desliza por mi pierna pasando por mi trasero hasta colocarse en mi espalda—. Ups.
Sonríe inocente. Lo fulmino con la mirada y lo pellizco.
—Eres tan preciosa, corazoncito —exclama acariciando mi mejilla—. Mucho.
—Gra... gracias —Siento como el color viaja a mis cachetes.
Las puertas del closet se abren, sorprendiéndonos. Carraspeo incómoda por la posición en la que Cinco nos encontró y salgo del reducido espacio.
—Eso fue... —Cuatro sale tirando algunas cosas—. Conmovedor. Todo sobre la familia, papá y el tiempo. ¡Vaya!
—¿Cómo escuchaste todo eso? —me sorprende, pues nunca se calló.
—¿Pueden callarse? Los va a escuchar.
—Estoy húmedo.
Sé que sus palabras tienen doble sentido por su mirada.
—Te dije que te pusieras algo presentable —regaña el más viejo—. Tú te ves muy bien, rayitos.
—Es mi mejor atuendo —Su mirada se pone algo triste, causándome querer abrazarlo.
—Yo creo que te ves muy bien —comento sonriendo.
—Tú te ves mucho mejor, nena —Acerca su cuerpo al mío mientras muerde su labio—. Sexy, grrr.
—Dejen su tensión sexual de lado —Cinco estira mi brazo—. Vamos al armario del viejo.
—¿Nos pagarás, cierto? —cuestiona Klaus.
—Cuando esto termine.
—Solo tenemos que fingir ser tus padres, ¿cierto? —Mi pregunta hace detenernos—. ¿Sin historia?
—¿Historia? ¿De qué hablas?
—¡Oh, sí! ¿Éramos muy jóvenes cuando te tuvimos? —El de rizos nos señala—. ¿Cómo a los 16? ¿Jóvenes y descarrilados?
—Claro —Lo veo rodar los ojos.
—Nos conocimos en una... discoteca —continuo con la historia sonriendo alegremente—. ¿Sí?
—Sí, genial —Sus manos rodean mi cintura, separándome del agarre del chico—. Y el sexo es fabuloso.
Su pelvis choca con mi trasero mientras hace una cara exagerada de placer.
—Uh, sí —Lo imito—. Hasta tenemos otra bendición en camino.
—Qué visión tan perturbadora de eso que llaman cerebro —Cinco gira su cuerpo para seguir caminando—. El tiempo pasa rápido, pero no se lleva la estupidez familiar.
—Ey, más respeto a tu madre —Lo reprendo con gracia.
—No nos hagas castigarte.

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