Nina

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Mikey Way, es mi primer pensamiento cuando despierto, pero, no es exactamente porque esté enamorada de él, más bien, lo odio tanto que podría pensar en mil maneras de hacerlo sufrir sin sentir remordimiento alguno. Lo conocí hace algunos años, en una fiesta de la facultad, parecía un chico amable y tímido pero resultó siendo un patán de primera clase. Mi amiga, Christine, lo había visto antes que yo y le pareció bastante atractivo, llegó a gustarle tanto que decidió que esa noche, lo iba a invitar a salir. Christine era una chica hermosa, de largas piernas y figura voluptuosa. Su belleza era diferente a la de todas las chicas de por aquí, tenía un gran trasero y grandes pechos que eran resaltados por sus pronunciadas curvas. Su cabello totalmente negro, resaltaba a lo lejos y ni hablar de sus ojos verdes y profundos, solía perderme horas en ellos mientras la escuchaba hablar de sus deseos ardientes por Mikey. Tenía 21 años, era mi mejor amiga y en muchas ocasiones, mi amor imposible. 

Antes de que el desastre empezara, nos encontrábamos felices en mi habitación, peinándonos y probándonos atuendos para ir a la gran fiesta. Christine estaba tan nerviosa que había olvidado por completo que ese día, era mi cumpleaños número 22.

-¿Qué tal si me dejo suelto el cabello y le agrego un poco de ese perfume con feromonas? Las chicas de la facultad dicen que es un verdadero milagro, han podido acostarse con los chicos que han deseado solo aplicando un poco de esta cosa-dijo, levantando alegremente la botella del líquido de olor dulce y asqueroso. 

-Chris, si se han podido acostar con todos es porque son unas zorras y media ciudad lo sabe, ese perfume que huele a frambuesa podrida, no tiene nada que ver, además-dije, mientras tocaba su cabello-no necesitas de eso para conquistar a ese chico, eres hermosa, si te rechaza, es porque está loco o es gay. 

Nos reímos al unísono y logré que se tranquilizara un poco. La halé hacia mi y caímos juntas en la enorme cama. Amaba pasar esos momentos junto a ella. 

-Tienes razón, voy a ir con mucha seguridad y le diré: ''Oye Mikey, salgamos''. O tal vez le diré: ''¡Hey, tú! ¿Quieres pasarte esta noche en mi habitación?'' 

-Okay, no te pases de zorra. 

-No seas envidiosa. 

Empecé a hacerle cosquillas (cosa que odiaba) hasta que su risa se convirtió en chillidos agudos que me causaban mucha gracia y ternura al mismo tiempo, paré mi juego macabro y me posé delicadamente sobre el lado izquierdo de mi cuerpo, para de esta manera poder quedar frente a su hermoso rostro. 

-Chris, eres hermosa-dije, mientras mis ojos se desviaban a sus labios.

-No empieces de nuevo, Nina. Sabes que te amo, eres mi mejor amiga, pero no me gustan las chicas.

Ouch. 

-Lo sé, lo sé. Pero no puedo evitarlo. 

-Te voy a conseguir un chico y vas a ver que te vas a olvidar de ese sentimiento tan raro que tienes.

-No es un sentimiento, soy lesbiana-dije, blanqueando mis ojos. 

-Si fueras lesbiana andarías detrás de otras chicas, pero solo estás obsesionada conmigo. 

Se levantó de la cama y siguió rebuscando en mi guardarropa. No dije nada más, porque ella tenía razón. Ninguna otra mujer había llamado mi atención, siempre estaba envuelta en relaciones con chicos y había sido feliz en todas ellas, pero, desde que conocí a Christine, me sentía raramente obsesionada por ella. Cuando por fin encontró algo que le gustara (y que le quedara) decidimos maquillarnos e ir al lugar de la fiesta. 

Nos recibieron con una celebración un tanto exagerada, nuestro grupo de amigos estaba ahogado en alcohol y le atribuí eso a su euforia desenfrenada. Entramos a la casa, donde hacía un calor insoportable y en lo primero que me fijé fue en un montón de chicos que se reían a carcajadas en las escaleras, entre ellos estaba Mikey. 

Life on the Murder SceneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora