Declaración de amor en el cumpleaños

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18 de agosto
Elfriede acababa de llegar de Jamir, adonde fue a llevar unas armaduras rotas para arreglarlas, por encargo del Patriarca.
Flasback
- ¡Maestro Hakurei!- gritó Elfriede, sofocada por la difícil subida hasta el lugar donde vivía el reparador de armaduras. De repente, un niño lemuriano de cabello plateado y ojos verdes saltó sobre ella. - ¡Atlas!- exclamó Elfriede sorprendida, al ver mejor al chico. - ¡Hola, Elfriede!- exclamó el chico con alegría- Desde que ganaste tu armadura, no había vuelto a verte. - He estado ocupada...- se excusó Elfriede. - Espero que volvamos a entrenar juntos alguna vez- dijo Atlas, quien había pasado unos meses entrenando en el Santuario y había hecho buenas migas con Elfriede. Un hombre parecido al niño, pero con una notoria diferencia de edad, pues era bastante mayor, hizo su aparición en ese momento. - Así que tú eres Elfriede- dijo, con expresión severa. - Maestro Hakurei...- musitó Elfriede- Es increíble su parecido con el Patriarca Sage...- hizo una reverencia respetuosa y habló más alto al sentir la severa mirada azul del maestro- ¡Lo siento! ¡Vine con la misión de reparar estas armaduras, Hakurei-sama! El hombre de cabellos blancos soltó una carcajada y pasó la mano por el dorado cabello de Elfriede. - ¡Jajaja, pequeña Elfriede, hola!- rió Hakurei, despeinándola para su disgusto- ¡Vengan esas armaduras! Elfriede se las entregó, mientras Hakurei sacaba sus instrumentos de trabajo. - El maestro Hakurei es un poco extraño- le susurró Elfriede a Atlas- Primero, parecía muy serio; y, ahora, parece muy alegre. - Estaba bromeando- dijo Atlas- Tiene mucho sentido del humor. - Ya veo- dijo Elfriede, un poco ceñuda. - Esta armadura de Perseo está muerta- habló Hakurei- Necesita sangre. - Yo lo haré- dijo Elfriede. - ¿Estás segura?- preguntó Atlas, un poco preocupado. - Claro, es parte de la misión- respondió Elfriede. - ¿Lo has hecho antes?- indagó Hakurei, como dudándolo. - No, pero soy fuerte, lo resistiré- contestó Elfriede, muy decidida. - De acuerdo- asintió Hakurei. Elfriede se acercó a la  destrozada armadura, se cortó las muñecas con sus propias manos y dejó que los chorros de su sangre bañaran la cloth de plata. Un rato después, la pérdida de sangre la llevó a casi desmayarse. El maestro Hakurei la sostuvo antes de que cayese al suelo. - ¿Estás bien?- inquirió Atlas, mientras curaba las cortaduras de Elfriede con su Cosmos. - Sí, solo necesito descansar un poco- dijo Elfriede, sintiéndose bastante cansada. - Hazlo mientras reparo las armaduras- dijo Hakurei, disponiéndose a hacer su trabajo. Atlas tendió a Elfriede en el lecho de paja de una de las sencillas habitaciones de la torre de Jamir.
Fin del flashback
Y aquí estaba, después de haber entregado las armaduras bien reparadas. Elfriede decidió ir a ver a Deuteros, pero no lo encontraba por ninguna parte; hasta que llegó a las orillas del río que pasaba por los límites del Santuario. Allí estaba el moreno, bañándose tranquilamente el las claras aguas. Desde donde estaba, Elfriede no podía despegar la vista de los poderosos hombros de Deuteros, su amplia espalda, sus fuertes brazos, aquel pecho musculoso con ese color bronceado... - ¿Elfriede-san?- la consternada pregunta de Deuteros al descubrirla la obligó a volver a la realidad. - Lo siento, Deuteros- dijo Elfriede, dándose media vuelta y marchándose toda ruborizada. Un rato después, Deuteros fue a buscarla, encontrándola sentada en un escalón del primer templo. - Deuteros, de verdad siento haberte visto así...- se disculpó Elfriede, nada más verlo. - ¿Estás bien, Elfriede-san?- dijo Deuteros, un poco colorado por lo ocurrido- Te ves un poco pálida. Él no había olvidado su objetivo de ese día, a pesar de la embarazosa situación anterior. - Estoy perfecta, solo tuve que dar un poco de sangre para reparar unas armaduras- dijo Elfriede. - Elfriede-san, ponte esto- dijo Deuteros de repente, extendiéndole un pañuelo blanco. Ella lo miró sin entender. - Ven- dijo Deuteros, haciéndole señas de que se volteara. Cuando ella lo hizo, le cubrió los ojos con el pañuelo. - ¿Qué vamos a hacer?- preguntó Elfriede, con una sonrisa traviesa. - Es una sorpresa- dijo Deuteros con candidez. - Está bien, confío en ti- dijo Elfriede. Deuteros la condujo con mucho cuidado a través de las primeras cuatro casas zodiacales, hasta entrar en la de Leo. - Llegamos- anunció Deuteros- ¿No hueles algo? Elfriede aspiró un dulce y delicioso aroma que la llenó de recuerdos. - ¿Qué es?- preguntó. - ¿Qué crees que sea?- dijo Deuteros, colocándole algo suave en la mano. - Una flor- dijo Elfriede, al tocar el objeto en su mano. Deuteros retiró el pañuelo de los ojos turquesas de la joven y ella vio... Un par de canteros rojos en cada una de los dos ventanales de la sala, con unas plantas color verde oscuro que tenían espigas blancas; las flores de pétalos irregulares exhalaban un perfume de singular exquisitez, fuerte sin ser pegajoso. - ¡Jazmines orientales!- exclamó Elfriede, abriendo los brazos y dando saltos de alegría como una chiquilla- ¡Cuánto tiempo llevaba sin ver mis flores preferidas!- se colgó del cuello de Deuteros- ¡Gracias, eres la mejor persona del mundo! Deuteros no pudo contenerse al tener ese bello rostro tan cerca. Con desesperación, la tomó por la cabeza y besó aquellos apetecibles labios de forma devoradora. Ese beso fue profundo, lento y dulce. Elfriede, aunque sorprendida en un principio, le correspondió y se agarró más de su cuello, parándose de puntitas para alcanzar bien sus labios. Sin aire para más, finalmente se separaron. - Feliz cumpleaños- susurró Deuteros. Elfriede estaba sonrojada. - ¿Cómo es que lograste subir hasta aquí a poner los jazmines sin que te vieran?- preguntó Elfriede, para romper la tensión. - Pues, estuve vigilando, y los guardianes de estos cinco templos están ausentes desde la mañana- dijo Deuteros. - Es cierto, salieron temprano- dijo Elfriede, algo intrigada- ¿Dónde estarán? Ambos se quedaron en silencio durante un rato. Deuteros respiró profundo y decidió tomar la iniciativa. - Elfriede-san, yo te amo- dijo, tratando de no enredarse- Sé que está mal, pero te amo- Elfriede lo miró a los ojos, él se sonrojó- Entenderé si me rechazas- bajó la cabeza y desvió la mirada- Después de todo, no soy más que una sombra, y tú...Elfriede lo interrumpió con un beso aún más intenso que el anterior. Deuteros la tomó por la cintura y profundizó el beso. Se separaron poco a poco. - Nunca más vuelvas a decir que eres una sombra- dijo Elfriede, acariciando los labios del moreno- No lo eres, y yo te amo como eres. Deuteros se echó en el suelo, sentó a Elfriede en su regazo y la besó, recorriendo cada pliegue de sus labios, explorando las profundidades de su boca; acariciando con sus manos los pechos de la joven dama, besando suavemente su cuello y susurrando las cosas más románticas que se le ocurrieron en su oído. Así estuvieron una hora; entonces, Elfriede se despegó de él, se levantó, fue hasta los jazmineros e hizo dos ramilletes con sus flores. - Quédate aquí un momento, Deuteros- dijo Elfriede, juntando los jazmines- Voy a llevarle unas flores a Asmita, que ama los jazmines orientales tanto como yo, y después...- su semblante adquirió un toque triste- quiero que me acompañes a un lugar.
En la casa de Virgo...
- Asmita....- llamó Elfriede, entrando en el sereno templo que, en opinión de ella, tenía un aire de soledad. - Feliz cumpleaños, Elfriede- dijo Asmita, sonriendo serenamente. - Te traje unos jazmines- dijo Elfriede, colocándolos en un florero de porcelana que había en el recibidor. - Hmmm... Jazmines orientales- dijo Asmita, aspirando el aroma de las flores que inundaba el templo- Huelen como mi hogar...mi tierra- hablaba con nostalgia. - Por eso los traje- dijo Elfriede, haciéndole una caricia en el cabello que sorprendió al rubio de Virgo- Que estés bien, amigo.
De vuelta en la casa de Leo....
- Vamos, Deuteros- dijo Elfriede, suspirando con tristeza. - ¿Adónde iremos?- inquirió este. - Ya te mostraré- dijo Elfriede, parecía muy angustiada. Salieron del templo del León Dorado y avanzaron hasta llegar a un bosquecillo, en cuyo centro había una tumba de mármol. Elfriede se inclinó sobre ella, la limpió de las hojas y las flores secas que la cubrían y colocó el ramo de jazmines sobre la piedra. - Padre, él es Deuteros- dijo Elfriede, el moreno lo había entendido todo al ver el nombre grabado en la roca marmórea- El hombre que amo. Es un buen hombre y quiero estar con él...para siempre. Deuteros se conmovió al escuchar esto y la abrazó. Una extraña brisa los envolvió; sintieron la cálida presencia de Ilias, que parecía sonreírles con aprobación. Elfriede dejó salir toda la tristeza que guardaba bien escondida en su interior, derramándose en llanto en el hombro de Deuteros. A este le dolía en lo más profundo verla triste, le pasaba la mano por la cabeza y besaba su mejilla dulcemente. - Disculpa, odio llorar- dijo Elfriede, restregándose los ojos para secarlos. - No te preocupes, puedes llorar siempre en mi hombro- dijo Deuteros, limpiando la cara de la hermosa dama- Seré tu pañuelo, te haré olvidar lo que te hizo sufrir. - Eres muy tierno- dijo Elfriede sonriendo, besando la frente del moreno. 
De nuevo en la casa de Leo...
Ya era de noche, así que Elfriede se despidió de Deuteros y se encontró yendo a la casa de Leo, pensando en ver a su hermano ahí. Otra vez, ninguna de las primeras casas tenía ocupante. "Aquí pasa algo raro", pensó Elfriede. Al llegar a su destino, en vez de ver a Regulus, fue Kardia quien la cargó bajo el brazo, como si fuera una carpeta. - ¡Kardia!- protestó ella- ¡¿Qué crees que haces!? - ¡Fiesta, enana, fiesta!- gritó Kardia, lleno de felicidad- ¡Tengo la misión de llevarte a tu fiesta de cumpleaños! - ¿Y tienes que llevarme así?- preguntó Elfriede, molesta por la incómoda posición en que se encontraba. - Tú hiciste lo mismo con Regulus una vez- señaló Kardia. Sin darle tiempo a más protestas, Kardia saltó escaleras abajo con Elfriede bien agarrada, hasta llegar al hostal. Al abrir la puerta del establecimiento... - ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!- gritaron todos, teniendo un pastel repleto de velas en la mesa llena de licores y dulces, y corrieron a saludarla. El primero en acercarse a la cumpleañera fue Albafica. - Como no puedo quedarme, quiero felicitarte ahora- dijo, dándole un abrazo- Después, podríamos echar un jueguito de cartas. - ¡Ni lo pienses, pescado ciguato!- saltó Manigoldo- ¡Elfriede es MI compañera de cartas, solo mía! - Tranquilo, Mani, yo te soy fiel- se rió Elfriede. - ¡Esa es mi chica!- exclamó Manigoldo, sonriendo. - ¿Será posible que yo sea el único que no esté tras Elfriede?- preguntó Shion, como cansado de tanta estupidez. - ¡Vamos, Shion, que nos conocemos!- exclamó Dokho, dándole una palmada en el hombro- Sé que la miras. - ¡Claro, para eso son los ojos!- replicó Shion molesto. - ¡Hermana!- gritó Regulus, y se abalanzó con tal ímpetu sobre ella, que la derribó. - Mi leoncito amado- dijo Elfriede en el suelo, haciéndole cosquillas al pequeño. - No, Aspros, hoy es el cumpleaños de Elfriede y no se lo vas a estropear- dijo Dégel, bloqueando la entrada- Estás vetado aquí y, si insistes, te encierro en un ataúd de hielo, como hice con Kardia cuando me amarró para que no asistiera al concurso de canto. - ¡Te salvé de una buena!- exclamó Kardia, escondiéndose tras Elfriede al ver la mirada asesina de su amigo. Ella reía. Aspros solo bufó y se marchó de allí. El Cid sonó fuertemente una campana para exigir la atención de todos. -  Gracias a todos por ayudarme a hacerle esta merecida fiesta a mi querida sobrina- habló Sysiphus. - No las des, ella se lo merece- dijo Hasgard. Sysiphus se acercó a su joven sobrina y aprendiz y pasó su mano alrededor de sus hombros. - Eres una mujer bella, fuerte y honorable- dijo, besando la frente de la jovencita- Estoy orgulloso de ti y estoy segura de que Ilias también lo está. Elfriede le sonrió con ternura a su tío. - ¡A beber, que te traje el mejor tequila de Nueva España!- exclamó Kardia. - ¡Soplemos las velas antes!- sugirió Manigoldo. Cuando Elfriede apagó las 16 velitas de el pastel, sopló un extraño viento, otra vez; falló el gas y las lámparas se apagaron, dejando todo a oscuras. Cuando lograron iluminarlo todo nuevamente, tras 10 minutos de confusión...Elfriede había desaparecido. - ¡¿Y Elfriede!?- preguntó Kardia, consternado. Sysiphus y los demás se mostraron inquietos, hasta que Silvestre salió de un rincón, donde había permanecido después de los saludos. - No se preocupen, ella está bien y en buenas manos- dijo. - Silvestre, ya te veía muy calladito....- dijo Dégel, frunciendo el ceño- Tú hiciste esto, ¿verdad?  ¿Qué está pasando? - Lo siento, es un secreto y no lo revelaré- dijo Silvestre, muy firme en su posición. - Tranquilos, creo que tiene algo que ver con la persona que le dio estos jazmines a Elfriede- dijo Asmita, permaneciendo con uno de ellos en la mano.
En otro lugar...
- ¡Deuteros, para! ¡Sabes que las cosquillas son mi debilidad! ¿Por qué me...?- decía Elfriede sin parar de reír, mientras estaba en brazos de Deuteros; pero, se interrumpió al llegar a un lugar, su jardín, que tenía una mesa en el centro, un bello arreglo floral de jazmines, costosas botellas de vino, una fina vajilla bien servida y bellos candelabros de plata labrados con gruesas velas blancas. - ¡Esto es hermoso, Deuteros!- exclamó Elfriede, casi sin aliento ante la sorpresa. Deuteros la bajó de sus brazos. - Debo agradecerles a nuestros amigos- dijo Deuteros- Nicky me dio los vinos, Natasha hizo la cena, Silvestre buscó los candelabros y velas y Ken y Rakim trajeron la mesa y las flores... Todo para ti. - Solo te quiero a ti- dijo Elfriede, acercándose a sus labios. Y, a pesar de lo exquisito de la comida y los vinos, Deuteros y Elfriede se conformaban con beber cada uno los labios del otro y saciar el hambre de cariño que ambos tenían...

Advertencia: A partir del siguiente capítulo, habrá un poco de lemon.

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora