Castigo (primera parte)

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Dos días después...
Elfriede abrió lentamente los ojos para encontrarse con el rostro dulce de su amado, quien dormía como un ángel. Despertar junto a él era un sueño hecho realidad, aunque fuese un momento efímero. Sysiphus y El Cid habían partido en una misión para desentrañar los secretos de los Dioses del Sueño. Su ausencia ya duraba tres días, cuyas noches no habían sido desperdiciadas por Elfriede y Deuteros. Con una excusa risible para su hermano, ella había conseguido estar fuera del Santuario después de la caída del sol, sin que nadie más que Regulus lo notara. Entonces, Deuteros abrió los ojos de golpe, como quien se hace el dormido. En cambio, Elfriede sentía pereza y su expresión era soñolienta. El moreno se levantó ágilmente, se vistió y salió de la habitación. Volvió a los pocos minutos con una bandeja plateada en las manos y, sobre esta, una humeante taza de chocolate, panecillos con queso, una manzana y un ramillete de jazmines. - El desayuno para mi princesa- anunció con dulzura. Elfriede se incorporó con una sonrisa perezosa, frotándose los ojos; al quitarse la sábana que la cubría, se acordó de su desnudez y, avergonzada, iba a volver a taparse, pero Deuteros la detuvo. - Déjame contemplar ese hermoso cuerpo que tengo el privilegio de conocer muy bien- dijo, acariciándole los pechos con las yemas de los dedos, provocando que la bella chica se estremeciera y sonrojara, soltando un leve jadeo. Deuteros dejó la bandeja sobre la mesita de noche y procedió a introducir dos dedos en la intimidad de la joven, quien gimió de placer. Verla tan excitada también lo estimuló a él, por lo que se bajó los pantalones parcialmente, la miró con algo de corte y preguntó: - ¿Me dejas...? - Pensé que nunca lo harías- dijo ella, con un hilo de voz por la excitación- Quería sentirte dentro desde el principio. Deuteros sonrió con lujuria, retiró sus dedos, colocó aquellas esbeltas piernas femeninas sobre sus fortísimos hombros y comenzó con penetraciones rápidas y fuertes. Los gemidos se prolongaron hasta que ambos alcanzaron un orgasmo simultáneo y se tendieron en la cama, cansados. - Parecías necesitado- comentó Elfriede, acomodada en su pecho. - Mucho- dijo Deuteros, hundiendo sus manos en el rubio cabello que se regaba sobre su torso- Llevábamos dos noches sin hacerlo- hizo un pequeño y tierno puchero. - Jajaja, mi vida, lamento haberte dejado con las ganas anoche- rió Elfriede, quien ya estaba de muy buen humor y totalmente despierta- El entrenamiento de ayer realmente me dejó agotada. Le di treinta vueltas a las doce casas. - Aún así, lo necesitaba- se quejó Deuteros. - Ustedes los hombres, siempre con las hormonas revueltas- dijo Elfriede, riendo de un modo que contagió a Deuteros.
Flashback
Elfriede llegó al hostal y fue directamente a su habitación. Tomó un baño relajante y, al salir, vio que Deuteros la esperaba. Él le arrebató la toalla con la que se cubría y la acostó en la cama, haciéndole caricias que la enloquecían; pero el cansancio pudo con ella. - Para, Deuteros, no tengo deseos- musitó. Él se detuvo de mala gana. - Está bien- dijo algo triste. - Lo siento- dijo Elfriede- Tuve un día muy duro- bostezó. Deuteros ocultó su frustración para no hacerla sentir mal y la cubrió con una sábana, pues ella había caído rendida de sueño allí mismo. Sin pensarlo más, Deuteros se acostó a su lado y se durmió.
Fin del flashback
- Pero, hoy te lo compensé muy bien, ¿verdad?- dijo Elfriede, con tono seductor. - La espera valió la pena- admitió Deuteros, en tono de satisfacción- Creo que es la mejor vez que lo hemos hecho- se levantó- Bueno, mejor voy a lavarme las manos para que desayunemos- agregó, besando tiernamente la frente de la joven, para luego salir de la habitación. - Te espero- dijo Elfriede, tomando los jazmines de la bandeja y aspirando su aroma, tras probar un poco del chocolate caliente que ella disfrutaba tanto por las mañanas. Sonrió para sus adentros. Deuteros era tan amable y se desvivía por complacerla. Ella le daría lo que él le pidiera.
Al día siguiente, en la mañana...
Elfriede se encontraba en los aposentos privados de Athena, asistiendo a la pequeña diosa en las tareas de vestido y peinado. Se sentía honrada por el hecho de que la diosa hubiese pedido personalmente que ella fuera su única asistente en esas labores. Le tenía un cariño especial a la niña, más allá de que fuera su diosa. - ¿Le gusta su cabello así, Athena-sama?- inquirió Elfriede dulce y respetuosamente, presentándole un espejo tras peinarle el cabello largo, aunque no creía que ella necesitara ningún tipo de arreglo. ¡Era sumamente hermosa! Por algo era una diosa. - Ya te dije que me llames solo Sasha- requirió la niña-diosa. - No me parece adecuado, usted es mi diosa y...- argumentó Elfriede, pero fue interrumpida por Sasha. - Tú eres mi amiga- dijo la reencarnación de Athena- Desde que llegué, has sido muy linda y dulce conmigo. Además, te gusta ese nombre, ¿verdad? - ¡Sí! ¡Sasha significa "la defensora de la humanidad"!- exclamó Elfriede con entusiasmo- Es muy adecuado para Athena. - Entonces, dime así- dijo Sasha, tomando la mano de Elfriede; pero notó algo que la preocupó- Elfriede, tu mano arde- dijo. - No quise decir nada para no preocupar a mi tío, que acaba de llegar, pero me siento extraña desde que me levanté y creo que tengo fiebre- confesó Elfriede, para después caer desvanecida. Sasha corrió hacia ella y le sostuvo la cabeza. - ¡Está ardiendo en fiebre!- exclamó, muy preocupada- ¡Sage! ¡Sage! ¡Llama a Dégel enseguida!
Unas horas después...
- ¿Está muy mal?- inquirió con angustia Sysiphus, quien estaba acompañado por un entristecido Regulus. - Tranquilos, Elfriede es fuerte, se pondrá bien- les alentó Sasha con dulzura. - Gracias, Athena-sama- dijo Regulus con un nudo en la gargante, pero gentil como siempre. En ese momento, Dégel y Asmita salieron de la habitación de la enferma, que seguía en los aposentos de Athena. Sysiphus y Regulus casi se abalanzan sobre ellos. - ¿Cómo está? ¿Qué tiene?- preguntaron al unísono. - Es difícil de decir- habló Dégel muy circunspecto- He bajado tres veces su fiebre, pero vuelve a subir al cabo de un rato. - ¿Cómo?- inquirió Kardia- ¡Si hasta mi corazón ardiente se calma con tu aire frío! - Lo tuyo es diferente, Kardia- intervino Asmita- Creo que Elfriede podría tener una infección o un simple resfriado. Veremos qué darle.
En el hostal...
- Oye, Manigoldo, es raro que Elfriede-chan no haya venido hoy por aquí- le comentó Nicky al Santo de Oro que bebía distraídamente en la barra- ¿Tiene mucho entrenamiento? - Meh... No, es que la reinecita está enferma- dijo Manigoldo con indiferencia. - ¿Es grave?- inquirió Silvestre, alarmado. - Solo unas fiebres insistentes- respondió Manigoldo, al tiempo que Deuteros escuchaba atentamente desde el almacén (que estaba detrás de la alacena de la barra) y su preocupación crecía minuto a minuto.
Esa noche, en la casa de Sagitario...
Elfriede había recuperado la conciencia, por lo que fue trasladada a la casa de Sagitario, pese a las protestas de Sasha, quien creía que la enferma estaría más cómoda en sus aposentos; no obstante, la joven no quería ser una molestia, por lo que aceptó ir con su tío. - Si pasa cualquier cosa, avísenme inmediatamente- ordenó Sasha, quien seguía preocupada por su amiga. En Sagitario, la fiebre de Elfriede volvió a subir, por lo que todos corrieron en busca de Dégel, quien estaba fuera del Santuario comprando nuevas ediciones de clásicos para su biblioteca. La joven quedó sola, y pronto escuchó unos suaves toques en la ventana. - ¿Quién es?- indagó Elfriede, con la voz extraña debido a la fiebre. La ventana fue abierta, dejando ver a Deuteros. - Soy yo, Elfriede-san- dijo en voz baja. Ella olvidó su malestar y, no sin esfuerzo, se levantó de la cama y se dirigió rápidamente hacia él. - ¡Deuteros, no deberías estar aquí!- exclamó Elfriede, bajando la voz todo lo que podía- ¡Alguien podría verte!- su tono era de miedo. - Supe que estabas enferma y no pude quedarme quieto- dijo Deuteros, rodeándola con sus brazos- No te preocupes, estuve vigilando hasta que los vi salir a todos- la miró a los ojos, mientras ella le abrazaba- Tenía que verte- tocó su frente- ¡Estás ardiendo en fiebre!- la preocupación se reflejó en su rostro. - Ya han ido a buscar a Dégel, estaré bien- le tranquilizó Elfriede, mirándolo de arriba a abajo, lo cual lo sonrojó. - ¿Qué?- preguntó Deuteros, sintiendo esa mirada de deseo sobre él. - Estás muy guapo- dijo Elfriede con coquetería. Deuteros vestía una ajustada franela color púrpura que resaltaba su musculatura con un pañuelo morado atado al cuello, unos pantalones negros y botas del mismo color. - Me gusta ese look del pañuelo- agregó Elfriede, acariciando el torso de su hombre por encima de la franela. - Silvestre me lo dio- explicó Deuteros, algo nervioso- Dijo que, en la tierra natal de él y sus primos, usan los pañuelos así. - No sabía que esa era la moda en Nueva Inglaterra- comentó Elfriede. - Ni yo- dijo Deuteros, quien no aguantó más y estrechó a Elfriede en sus brazos, brindándole un beso dulce y apasionado, para después detenerse repentinamente. - ¡Oye! ¿Por qué me dejas en esas?- se quejó Elfriede. - Lo olvidaba- dijo Deuteros, sonriendo ingenuamente y rascándose la cabeza- Te traje esto- extrajo una cantimplora del bolsillo trasero de su pantalón- Es un cocimiento para combatir las infecciones- dejó de sonreír y bajó la cabeza- Aspros solía dármelo cuando yo tenía fiebre- murmuró con nostalgia. Elfriede le sonrió para tranquilizarlo y acarició sus manos mientras tomaba el recipiente de ellas, aunque en el fondo maldecía a Aspros por hacer sufrir a su amado. Sin pensarlo, Elfriede bebió un poco del contenido de la cantimplora, pero lo apartó al instante, sacando la lengua en una mueca de asco. - ¡Puaf! ¡Sabe horrible!- protestó. - Sé que no es sabroso, pero te aliviará- dijo Deuteros, haciéndole cosquillas para tranquilizarla. Ella empezó a reír y recobró el buen humor. - ¡Está bien, me lo tomaré!- aceptó entre risas- ¡Ya déjame! Deuteros liberó sus costillas del ataque cosquilloso y Elfriede bebió lo que quedaba hasta el fondo, sin respirar. Al terminar, hizo otra mueca de asco aún peor, que provocó la risa de Deuteros. Insultada, ella comenzó a jalarle el pelo; pero, sus juegos fueron interrumpidos por unos toques en la puerta. - Elfriede, ¿puedo pasar?- interrogó la voz de Dégel, del otro lado de la puerta. - ¡Dame un segundo, que me estoy cambiando!- respondió Elfriede, tratando de que su voz no delatara el nerviosismo que la había invadido, tanto a ella como a Deuteros. - ¿Qué hacemos?- susurró este. - Escóndete en el ropero- respondió Elfriede del mismo modo. Deuteros se metió en el sitio indicado y ella abrió la puerta. - Hola, Dégel, disculpa la demora- dijo con una sonrisa nerviosa. Dégel iba a preguntar algo, pero Kardia lo interrumpió. - ¡Enana!- exclamó mientras la abrazaba- ¡Estás caliente como el infierno!- se volvió- Dégel, ¿qué esperas para curarla? Entonces, Elfriede se acostó en la cama, mientras Dégel, Kardia, Sysiphus y Regulus la rodeaban. El Santo de Acuario encendió su frío Cosmos para aliviar la fiebre de Elfriede, mientras Kardia le acariciaba el cabello y decía tonterías para distraerla. - Tengo una extraña sensación...- dijo Regulus de repente. - ¿Por qué siento que alguien me mira con intenciones asesinas?- inquirió Kardia con un escalofrío. - Déjense de tonterías- regañó Dégel- He terminado, dejemos descansar a Elfriede. Cuando todos salieron de la habitación, Elfriede susurró: - Deuteros, puedes salir. El moreno obedeció, con la cara algo disgustada. - No me digas que miraste a Kardia con aura asesina- dijo Elfriede, divertida y sonriendo. - Ese alacrán libertino estuvo demasiado cerca de ti- se excusó Deuteros, molesto. - Awww, me encanta verte celoso- dijo Elfriede con ternura. Se despidieron con un beso profundo.
Unos días después...
La sala de la Cámara del Patriarca se abrió bruscamente, dejando ver a los guardianes de los dos primeros templos con sus rostros llenos de preocupación. - ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué entran así?- inquirió gravemente el Patriarca, preparándose mentalmente para recibir una mala noticia. - ¡Sucedió algo terrible, Su Santidad!- excamó Shion muy agitado- Fuimos al templo del Oráculo de Delfos, tal como nos indicó. - ¿Tan nefasta fue la predicción de las pitonisas?- interrogó Sage, alarmado. - No- intervino Hasgard, calmado pero muy serio- El templo no está. Fue destruido. - ¿Destruido, cómo?- quiso saber Sage, con los ojos muy abiertos por el asombro y la preocupación. - Lo echaron abajo- prosiguió Hasgard- Se derrumbó. - Por suerte, no encontramos cadáveres ni sangre entre las ruinas, por lo que llegamos a la conclusión de que las pitonisas sobrevivieron, aunque no las encontramos por ninguna parte- explicó Shion- No tenemos idea de quien hizo esto. - Bien, avisen a todos, convocaré una reunión de emergencia- ordenó el Patriarca.
Mientras, en el hostal...
- ¡Y la medicina que me dio Deuteros me curó!- contaba entusiasmada Elfriede. - No es para tanto- dijo Deuteros, un poco sonrojado por todos los elogios que Elfriede había vertido sobre él. - ¡Claro que sí, me salvaste!- exclamó Elfriede, por enésima vez aquel día- Después de tomarme ese bebedizo horrible, ya no tuve más fiebres ni malestares. - El amor es la mejor medicina- dijo Silvestre, enternecido con aquella escena romántica. Natasha siguió la vibra del amor, besando y abrazando a su esposo. - Deuteros, vamos a dar un paseo- dijo Elfriede con picardía, haciéndole un guiño de complicidad a Silvestre, al ver que la cosa se ponía caliente entre este y Natasha. Silvestre le devolvió el guiño con una sonrisa. - Sí, vamos- aceptó Deuteros, entendiéndolo.
Mientras caminaban por una parte solitaria del pueblo, una figura ataviada con un vestido transparente se perfiló ante ella. Aquellas marcas rojizas bajo sus ojos hicieron que Elfriede la reconociera enseguida. - Tía Arkhes- dijo Elfriede con respeto, retrocediendo un paso, pues sentía un sobrecogimiento al recordar cómo la conoció. - Vine en son de paz- aseguró Arkhes, sin moverse de su lugar- Después de todo, te debo la vida. Tenemos que hablar, Elfriede. - Pues habla- le conminó la aludida- Cualquier cosa que quieras decir, puedes decirla delante de Deuteros- lo miró- No tengo secretos con él. - Es mejor así- dijo Arkhes- Ninguno de los dos es feliz en el Santuario. Vengan conmigo. - Seremos felices mientras estemos juntos- dijo Deuteros con firmeza, antes de que Elfriede pudiera contestar. Ella le dirigió una mirada de gratitud. - Tenemos amigos y familiares a los que no podemos abandonar- agregó la joven. - Ustedes sabrán- dijo Arkhes con frialdad y se marchó a paso rápido.
En el Santuario...
Cuando Elfriede llegó a la entrada del Santuario, un soldado le informó que debía presentarse a la reunión convocada por el Patriarca. Ella asistió, con un mal presentimiento. - Santos de Oro, los convoqué aquí por un asunto de extrema gravedad- dijo el Patriarca con severidad- También está la sobrina de Sysiphus por ser una colaboradora directa de la Orden Dorada- aclaró al ver a todos mirando a la joven con curiosidad- El asunto es- todos contuvieron la respiración-...el templo de las pitonisas fue derrumbado- excepto Elfriede, Shion y Hasgard, los reunidos abrieron los ojos con asombro- Debemos buscar al responsable. - No se moleste- se adelantó Elfriede, bajando la cabeza avergonzada- Fui yo. Esta vez, todos quedaron estupefactos. - ¿Por qué lo hiciste?- la pregunta del Patriarca fue un rugido. - No lo diré- dijo Elfriede, apretando los ojos y los labios- Lo contaría todo de no tener que involucrar a otra persona, pero...no puedo. - No es posible dejar pasar esto, Elfriede- dijo el Patriarca en tono autoritario- Hasta que decidas contar la verdad, te será retirada tu armadura, tu Cosmos permanecerá sellado y quedarás recluida en la casa de Sagitario al cuidado de tu tío. Elfriede permaneció estoica, con la misma expresión de antes. Los Santos Dorados la miraron compasivamente. - No debes preocuparte, enana, te ayudaremos- le susurró Kardia, acercándose a ella y poniéndole una mano en el hombro. - ¡Ya lo creo que no!- exclamó Sysiphus, con una mezcla de enojo y decepción en su rostro y voz- ¡Me has defraudado de veras, Elfriede! ¡Pienso asegurarme de descubrir la verdad! Elfriede permanecía en silencio, aunque todo se derrumbaba dentro de ella...

Continuará...

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora