2. Primera misión

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Un año después...
Elfriede estaba un tanto nerviosa. Solamente una semana había transcurrido desde que ella y su hermano ganaran sus respectivas armaduras; ahora, era el momento de cumplir su primera misión. Miró con cariño la Pandora Box que contenía su armadura, ganada a base de meses de duro entrenamiento y no por la reputación de su padre, el gran héroe Ilias de Leo, como algunos creyeron al principio. Había sido un gran honor para ella recibir la armadura de plata de Orión, no solo por su poder, sino por la satisfacción de ver recompensado todo su trabajo. Sysiphus no era un maestro exigente; al contrario, tenía gran paciencia con el distraído Regulus y la rebelde Elfriede, pero le gustaban las cosas bien hechas, sobre todo el deber bien cumplido con amor, y los hermanos querían enorgullecer a su tío amado. Ahora, lo habían logrado. - Elfriede, el Patriarca te espera- anunció Sysiphus. La joven salió trotando hacia la cámara del Patriarca, atravesando las casas que la separaban de esta desde Sagitario. Ella ya era amiga de todos en el Santuario, excepto de Aspros. A decir verdad, no le parecía una persona confiable y mucho menos un buen amigo. También había hecho sensación entre las saintias, al conseguir que el Patriarca la autorizara a prescindir de la máscara. Elfriede llegó al amplio recinto. El Patriarca estaba sentado en su trono, con sus vestiduras sacramentales; a su lado, se veía la figura de Dégel de Acuario, un joven un par de años mayor que Elfriede y un gran amigo de ella. La joven se inclinó respetuosamente ante el líder del Santuario. - Patriarca-sama- dijo- ¿Me llamó? - Así es, pequeña- respondió el Patriarca- Como todos saben, la reencarnación de Athena acaba de ser traída al Santuario. Hemos detectado unas Estrellas Malignas que, al parecer, están siguiendo su rastro. Necesito que elimines a esos Espectros, que están en un pueblo de la isla de Sicilia. Dégel te acompañará. - Me pondré en camino de inmediato- dijo Elfriede con gran disposición. Se levantó y preparó sus cosas. En la puerta del templo de Leo, un joven de cabello verde mar leía un libro con total concentración. - Vamos, Dégel, deja el librito para después- dijo Elfriede- Hay que ponernos en marcha. Dégel se quitó los lentes y guardó el libro en un estante. Acto seguido, los dos santos se encaminaron hacia su destino.
En un pueblo remoto de Sicilia...
Era pleno mediodía. Los hombres arrojaban agua a las últimas llamas del incendio, que había arrasado con casi todo el pueblo. Las mujeres solo lloraban. Los jóvenes enterraban a los muertos. Un anciano de aspecto fuerte tomó a una niña de ocho años por el cuello. - ¡Bruja!- vociferó- ¡El demonio que invocaste destruyó el pueblo! - ¡No es mi culpa!- chilló la niña, sollozando. - ¡Matémosla, o el demonio volverá!- gritó el viejo. - ¡No, por favor, yo no...!- suplicaba la niña, pero no le prestaron atención. - ¡Matémosla!- gritó la muchedumbre enardecida, agarrando a la niña.
Horas después...
- Pero, ¿qué pasó aquí?- inquirió Elfriede estupefacta, al ver el pueblo en ruinas. - Unos demonios nos atacaron, forasteros- dijo el mismo anciano de antes. Elfriede miró significativamente a Dégel. - Los Espectros- dijo, y este asintió- ¡Hay que encontrarlos! - No se preocupen- interrumpió el anciano- Ya neutralizamos a la brujas que lo invocó. - ¿A qué se refiere?- preguntó Elfriede, intrigada. Un chico rubio, algo menor que Elfriede, se entrometió en la conversación. - ¡No es una bruja!- exclamó- ¡Es mi hermana, y solo tiene ocho años! Dégel y Elfriede se miraron con asombro. - ¿Qué le hicieron a esa niña?- inquirió Dégel, intuyendo que no le gustaría la respuesta. - ¡Es una bruja, no una niña!- gritó el anciano- ¡Ustedes no saben nada, son forasteros, así que no se metan! Y tú, cállate, Welson, si no quieres compartir su suerte. - ¿Qué le pasó a tu hermana?- insistió Dégel, poniendo una mano en el hombro del chico para hacerlo sentir seguro. - Le cosieron la boca... ¡Y la encerraron en la mina!- contestó este, estallando en llanto. Elfriede apretó los puños y miró al viejo con ira. - ¡Monstruos!- gritó con furia- ¿Cómo pudieron? - ¡Ella gritó anoche que los demonios de Hades quemarían el pueblo!- gritó el viejo- ¡Todos la oyeron! - ¡Estaba ardiendo en fiebre!- exclamó Welson- ¡Seguramente alucinaba! - La superstición conduce a la barbarie- sentenció Dégel- Vamos, Elfriede, debemos salvarla. Ella asintió y echaron a andar. - Llévanos a esa mina, Welson- dijo Elfriede con dulzura- Salvaremos a tu hermana. Welson secó sus lágrimas y sonrió, asintiendo. - ¡Deténganse!- gritó el viejo, abalanzándose sobre ellos con un hacha en alto. Elfriede se volteó rápidamente y lo arrojó, de una patada, a lo lejos. Al llegar a la mina, Elfriede utilizó su Cosmos para pulverizar las rocas que tapaban la entrada, dejando impresionado a Welson. - ¡Wow! Eres muy fuerte, nee-san- exclamó. - Un poco- dijo ella con una sonrisa- Entremos. No muy lejos de la entrada, vieron a la niña, con la cara cubierta de sangre y los labios unidos por una grotesca costura. Estaba medio muerta del dolor, el frío y la falta de oxígeno. - ¡Constanza!- gritó Welson, corriendo hacia su hermana y abrazándola- ¡Di algo, hermana! Elfriede se acercó, le quitó con delicadeza las costuras de la boca y comenzó a curarla con su Cosmos. - Estará bien- susurró. La niña abrió poco a poco sus ojos azules. - ¡Se despierta!- gritó Welson con emoción- ¡Eres maravillosa, nee-san! Sintiéndose satisfecha, Elfriede tomó a la niña en brazos; en eso, oyó la advertencia de su compañero. - Tenemos problemas- dijo Dégel. Afuera de la mina estaban los pueblerinos, armados con todo tipo de armas y bastante furiosos. - ¡Forasteros!- gritaban- ¡Traerán nuestra desgracia y muerte! Elfriede fue hasta la entrada de la cueva, donde Dégel había puesto una barrera de hielo que mantenía a la multitud apartada de ellos. Estaba decidida a explicarles lo que verdaderamente sucedía, cuando divisó dos armaduras negras, las surplices, en una elevación, tras los pobladores del lugar, quienes se percataron de su presencia. - ¡Los demonios! ¡Nos matarán a todos- gritaron con pánico y huyeron a la desbandada. - ¡Santos de Athena!- gritó un Espectro rubio- ¡Por fin aparecen! - ¡Eso debería decirlo yo, maldito espectro!- gritó Elfriede, furiosa; luego, se volvió hacia Dégel: - Tú cuida a estos niños, yo me encargo. - Pero, Elfriede...- trató de objetar Dégel. - Pero nada, esta es mi misión y soy una saintia- lo cortó Elfriede con firmeza. - De acuerdo- accedió Dégel, y retiró su barrera. Elfriede fue al encuentro de los dos Espectros. - Es cortesía común presentarse- dijo Elfriede, ya frente a ellos- Soy Elfriede de Orión. - Soy Edward de Sílfide, la Estrella Terrestre del Vuelo- dijo el Espectro de antes- Él es Gregor de Genbu, la Estrella Celeste de la Retirada. Es un placer, Elfriede-san. La chica sonrió ante su ironía. Su rival le tiró una patada que ella esquivó fácilmente. Pronto constató que sus enemigos eran charlatanes que no tenían nada que demostrar, así que, cansada, decidió terminarlo todo de una vez con la máxima técnica que había aprendido. - ¡Explosión Gigante de Orión!- gritó, incendiando su Cosmos para provocar que emergiera como una gigantesca y candente bola explosiva. Sorprendidos, los Espectros quedaron pulverizados al instante. Elfriede volvió junto a Dégel. - Impresionante- dijo este, que ya había terminado de curar a Constanza; vio una herida en el brazo de Elfriede- Estás herida. - Es solo un rasguño- dijo Elfriede, tocando la herida sangrante, que no era tan pequeña- Ayudemos a levantar el pueblo.
Cuando la última casa estuvo en pie, cosa que resultó fácil y rápida para los santos de Athena, los pobladores se deshicieron en agradecimientos y disculpas hacia ellos. - No tienen que agradecernos, es nuestro deber- dijo Dégel, amablemente. - Si quieren congratularnos, cuiden de estos niños y de sus semejantes- dijo Elfriede, muy seria, pero con gentileza. - Descuide, lo haremos- dijeron todos. - Gracias por todo, Elfriede-san- dijo Constanza con dulzura. Elfriede abrazó a los dos niños. - Adiós, vendré a verlos alguna vez- se despidió Elfriede. - Vuelve pronto, nee-san- dijo Welson, agitando la mano hacia los santos que se alejaban.
- Este es nuestro reporte, Patriarca-sama- dijo Elfriede, inclinada ante el aludido. - Muy bien, Elfriede- aprobó el Patriarca- Demostraste la compasión y generosidad que todo santo debe poseer. Eres merecedora de tu título. - Estoy muy orgulloso de ti- susurró Sysiphus, colocándose a su lado. Elfriede se sonrojó, feliz, sin saber que, muy pronto, todo daría un giro de 180°.

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora