Mal de amores

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Tiempo después...
En la casa de Leo, Elfriede despertó muy temprano esa mañana. Aún no había amanecido, por lo que, al ver a su tierno y precioso hermano durmiendo con la boquita semiabierta, se levantó con sigilo para no despertarlo; se aseó, cepilló su cabello, peinándolo en una trenza china, y se colocó un vestido rosado estampado con flores blancas. Desde que Deuteros la había convencido de ponerse el vestido hecho por Natasha para el Festival de la Luna Llena, Elfriede había dejado pasmado a su tío al desempolvar el ropero de su madre y usar sus femeninas vestimentas. Después, ella regó sus jazmineros, que estaban florecidos y frondosos, para, seguidamente, ir a la casa de Piscis, donde preparó unas tostadas con mantequilla y chocolate. Cuando Albafica se levantó, se quedó muy sorprendido al ver la mesa servida con su desayuno preferido. Elfriede estaba mirando el alba a través de uno de los ventanales del templo. Amaba los bellos colores del amanecer, como celestial paleta de pintor que adornaba la mañana. Se volteó al sentir la mirada del Santo de Piscis sobre ella. - ¡Ah! Buenos días, Albafica- saludó con una amable sonrisa y tierna voz- Espero no molestarte. Te he preparado el desayuno. - Para nada me molestas, sabes que eres bienvenida aquí, pero, ¿de dónde sacaste la mantequilla?- preguntó Albafica, algo intrigado al ver un producto en ese tiempo tan escaso y caro. - Es mi secretito- dijo Elfriede sin dejar de sonreír, haciéndole un simpático guiño a su compañero de armas. - Oh, está bien- dijo Albafica, sentándose a la mesa- Desayunemos. Le gustaba mucho la compañía de la chica de cabellos dorados. Era la única que venía a verlo y lo animaba a salir de su reclusión, haciendo que su solitaria vida fuese más amena. Albafica era uno más de los que pensaban que la joven hija de Ilias tenía algo especial para tratar con la gente. Estuvieron cerca de una hora hablando, riendo y bromeando mientras comían. - Bueno, Albafica, debo irme- se despidió Elfriede cuando vio que ya había amanecido totalmente. - Pásate cuando quieras- dijo Albafica, cuando ya su amiga se marchaba, iniciando el descenso a través de las doce casas. Al pasar por Acuario, Elfriede vio a Dégel enfrascado en sus libros, así que no lo molestó. Ni en Capricornio ni en Sagitario había nadie, por lo que ella asumió que su tío entrenaba con su mejor amigo. En Escorpio, el muy perezoso de Kardia seguía durmiendo como un lirón, a pesar de cómo calentaba el sol que se colaba por los ventanales; según se decía Elfriede a sí misma. En Libra, Dokho la saludó rápidamente, pues se dirigía a la casa de Aries. Cuando Elfriede entró a la casa de Virgo, se le ocurrió una idea. - ¡Buenos días, Asmita!- saludó alegremente- ¡Hace un día precioso! ¿Qué tal si me acompañas a dar un paseo por el pueblo? La propuesta tomó al guardián de Virgo por sorpresa, pero no tardó en responder, con cierta amargura: - Lo siento, Elfriede, pero no creo que sea una buena idea que yo vaya al pueblo. Sabes que la gente me teme, me consideran extraño y... - ¡Y nada, Asmita!- interrumpió ella, molesta- ¡Lo que digan de ti no debe importarte! - Infelizmente, yo no puedo disfrutar de esa bella mañana que tú ves- dijo Asmita, con tono triste. - No debes dejar que eso te detenga- expresó Elfriede, con voz maternal y suave- ¿Quién necesita los ojos físicos, si se puede apreciar la esencia de la belleza de este mundo con los ojos espirituales? Así como el dolor y el sufrimiento, tú puedes ver el alma de esa belleza. Alegría y salvación. Felicidad y consuelo. Solo debes abrir tu corazón. - En verdad...- dijo Asmita, impresionado por la serena convicción de la joven- A tu manera, eres tan sabia como lo fue tu padre. - Entonces, ¿vendrás?- preguntó Elfriede, esperanzada. Asmita asintió y ella sonrió más ampliamente. Él se quitó la armadura y salió junto a la chica, solo cubierto por su túnica budista de color carne y con unas sandalias de madera ligeras. Pasaron por Leo, y Regulus seguía durmiendo como si fuera de madrugada. En Cáncer, Manigoldo detuvo un momento a Elfriede. - ¿Llevas a pasear a la virgen?- preguntó burlón. - Asmita no es una virgen- dijo Elfriede, frunciendo el ceño. - Entonces, es doncel- se rió Manigoldo. - Agh... Vamos, Asmita, que hoy este amaneció con el mongo de guardia- rezongó Elfriede, ignorando las posteriores protestas de Manigoldo. Asmita solo la seguía en silencio. - Géminis, mi peor pesadilla- comentó Elfriede en tono dramático, apenas pusieron un pie en dicha casa. - Tranquila, creo que Aspros está de misión- dijo Asmita; pero el susodicho entró en escena para contradecirlo. - Sabía que mi felicidad no podía durar- refunfuñó Elfriede. - ¡Hola! ¿Me extrañaste, preciosa?- inquirió Aspros sarcásticamente, poniendo sus manos en los hombros de la chica. - Cada día estás más idiota- bufó Elfriede, contrayendo la cara- ¡Quítame tus sucias manos de encima!- le soltó un manotazo- ¡Muérete! - ¿Sabes? Detesto a las mocosas atrevidas, que andan provocando a todos los hombres y boconéandole a sus mayores- dijo Aspros en tono cortante, mirando de modo intimidante a Elfriede. - Y yo detesto a los tipos hipócritas y engreídos que andan tras las mocosas atrevidas como caracoles- contraatacó Elfriede en el mismo tono, sin inmutarse por la mirada de Aspros. - ¡Mira, tú, mocosa...!- gritó Aspros furioso, alzando su brazo. - ¿Qué pasa, idiota?- preguntó Elfriede con fastidio, poniéndose a la defensiva. - Deberían dejar de pelear cada cinco minutos cuando están juntos- intervino Asmita, sabiendo que tal cosa ocurría con frecuencia. - Sí, Asmita, es un desperdicio de tiempo- dijo Elfriede con molestia- Mejor vámonos.
En el pueblo...
- Elfriede, ¿sacaste a pasear a la cieguita del Santuario?- se burló un tipo. - ¡Cieguita será tu madre, imbécil!- gritó Elfriede, enojada. - No te enfades- dijo el burlón, acercándose al rubio- A ver, amigo, ¿qué es esto?- preguntó, poniendo una boñiga de caballo ante él, mientras sonreía malicioso. - La mierda que te vas a comer- anunció Elfriede, apretando el puño y el ceño con rabia. El hombre se asustó y quiso huir al ver su expresión; pero ella, más ágil, le hizo tropezar y embadurnarse con el excremento en la caída. El hombre se levantó y huyó despavorido, apestando a ya saben qué. - Nadie se burla de mi amigo- advirtió con tono amenazante, mirando a su alrededor; la gente se encogió con miedo y se recogieron- No les escuches, Asmita, son unos ignorantes- dijo con amabilidad, volviéndose hacia su sereno amigo con una cálida sonrisa- Hablando de comer, vamos al hostal a almorzar- agregó para distraerlo; sabía que esos comentarios afectaban al rubio de Virgo, aunque este fingiera lo contrario.
En el hostal...
- ¡Tasha, Nicky, Rakim, Ken, Silv!- llamó Elfriede, a lo que los mencionados acudieron de prisa- ¡Hola, mis amores!- saludó- Él es Asmita de Virgo- señaló al rubio- Vinimos a almorzar. Los hosteleros la abrazaron y fueron a por el almuerzo. - Eres bienvenido a mi establecimiento, Asmita- dijo cordialmente Nicky, que se había quedado. - Se lo agradezco- dijo Asmita, esbozando una de sus serenas sonrisas. Natasha entró con una bandeja en las manos y miró atentamente el cuerpo del invitado a través de sus ropas casi traslúcidas. - Ay, Asmita, estás muy flaquito- dijo la esposa de Silvestre, con un gesto de reprobación- Tienes que comértelo todo. Un opíparo banquete fue servido para ambos comensales, pero era más para Asmita.
Más tarde, en la casa de Virgo...
- Aquí te dejo, sano y salvo- dijo Elfriede con una sonrisa. - Nunca había comido tanto en mi vida- confesó Asmita- Tus amigos son extraordinarios. - Sí, lo sé- afirmó Elfriede con orgullo- Para ellos, nadie es extraño o amenazador. -Son iguales a ti- dijo Asmita, abriendo sus ojos de un azul opaco, pero hermoso, para sorpresa de Elfriede- Tenemos suerte de tenerte en el Santuario, sobre todo yo. Elfriede se sonrojó de contento al oír el halago de su amigo y se marchó dando saltitos.
Al mediodía...
Era pleno verano y el sol estaba en su punto más alto, calentando de una manera insoportable el ambiente. El hermoso moreno sudaba a mares mientras cargaba las cajas de mercancía hacia la alacena del bar, por lo que decidió quitarse la camisa un rato. Al instante, un montón de ávidos ojos femeninos se clavaron sobre él y el aire se llenó de suspiros. Las jóvenes no dejaban de admirar aquel torso firme, los brazos musculosos, la sensual y varonil manera de moverse, la melena larga de apariencia suave, el atractivo rostro y hasta esa grave y masculina voz que poseía el moreno. El espectáculo de admiradoras le agrió el día a Elfriede, y aún más el carácter. - ¿Desea algo, señorita?- preguntó Deuteros amablemente a una clienta, desde detrás de la barra. La chica casi se derrite con una sonrisa del moreno. Elfriede irrumpió en el hostal pareciendo una leona salvaje. - ¡DEUTEROS!- gritó- ¡¿Qué significa esto!? - Hola, Elfriede-san- dijo Deuteros, un poco sorprendido por la agresividad que sentía en ella- Estoy ayudando a Nicky en la barra porque... Elfriede ni siquiera lo escuchaba. - ¡¿Y ustedes, qué miran!?- gritó Elfriede, dirigiendo una mirada asesina a las chicas que la rodeaban, quienes se alejaron inmediatamente- ¡No sean mironas de lo que no es suyo! ¡Él es solo MÍO! - ¡Elfriede-san! ¡Espantas a los clientes!- reconvino Deuteros. - ¿A los clientes o a tus coqueteos?- preguntó Elfriede con ironía. - ¿Qué dices? Si yo solo tengo ojos para ti- dijo Deuteros, acercándose a ella para abrazarla, pero la joven se alejó. - ¿Ah, sí? Entonces, ¿por qué estás sin camisa?- inquirió con molestia Elfriede. - Hace mucho calor- fue la simple respuesta de Deuteros. - Ah, claro- dijo Elfriede, irónica- ¿Crees que soy tonta? ¡Te gusta ser admirado por esas mujeres! ¿Te gustaría que yo me quitara la blusa para que los hombres vinieran tras de mí? - No, yo no...- trató de hablar Deuteros, cada vez más confundido por la actitud de Elfriede. - No me importa- dijo Elfriede, con tono cortante- Me voy. Se marchó tan deprisa, que Deuteros no tuvo la oportunidad de detenerla, pero fue tras ella. Escondido tras unos pilares, la vio acercarse a un Santo de Oro, Kardia de Escorpio. La observó sonreír y abrazarlo efusivamente, mientras le decía: - Kardia, ¿puedo acompañarte a Nueva España? - ¡Claro!- respondió Kardia- Iremos a la cantina de Calvera y nos divertiremos. Elfriede miró de reojo y vio a Deuteros; solo para enfadarlo, se apegó más a Kardia, le besó la mejilla y le dijo en voz más alta: - Ya lo creo que nos divertiremos. La joven volteó disimuladamente y vio al moreno cabizbajo, con una lágrima asomando a uno de sus ojos color cielo. Su corazón sintió una punzada de culpa, pero el orgullo pudo más, así que tomó el brazo de Kardia y se fueron al punto desde el que se teletrasportarían hacia su destino. Mientras, Deuteros se sintió usado, triste y traicionado. Aunque no era cierto, Elfriede le había dado a entender, por lo claro, que tenía una relación amorosa con aquel Santo Dorado quien era, por demás, un excelente partido para ella, a diferencia de él. Atormentado con estos pensamientos, vio acercarse a Thalía, quien presenció toda la escena y no quería perder la oportunidad de sembrar cizaña. - Deuteros, debes saberlo- mintió- No te lo dije antes para no herir tus sentimientos, pero, ahora, ya lo viste. Él es Kardia de Escorpio, el novio oficial de Elfriede, quien es reconocido y aceptado por su tío, su hermano y hasta por el Patriarca. Estas palabras aplastaron el ánimo del pobre Deuteros, como un duchazo de plomo. Una lluvia de lágrimas comenzó a rodar por sus mejillas, mientras mantenía sus labios apretados y los puños cerrados. - Si quieres, puedo darte consuelo- insinuó Thalía, meneándose sensualmente. - No te veo cara de zapato, ni de tierra- dijo Deuteros secamente, limpiándose las lágrimas y dirigiéndose al hostal, en tanto Thalía bufaba y preparaba su plan B. Esta era su oportunidad y no iba a desperdiciarla.
Mientras tanto, en la cantina de Calvera...
- ¡Oye, Calvera!- gritó Kardia- ¡Ya llegamos! La hermosa mujer de cabellos negros hizo su aparición fingiendo enojo. - ¡Eres un extranjero escandaloso!- reclamó- Seguramente viniste a emborracharte otra vez...- se interrumpió al percatarse de la presencia de Elfriede- ¡Oh, es la señorita Elfriede!- fue hacia ella y la abrazó- ¡Qué bueno verla! Siempre será bienvenida. - Me da gusto volverla a ver, Calvera-san- dijo Elfriede con amabilidad, correspondiendo el abrazo y fingiendo alegría, aunque su mente estuviese lejos de allí. A estas alturas, ya estaba más que arrepentida de haber tratado así a Deuteros y haberle dado celos a propósito. Él no se merecía lo que ella le había hecho; aquella escena de novia celosa y todo el alboroto por nada. Había jurado no lastimarlo, pero incumplió esa promesa por una tontería. No dejaba de autorreprocharse y juzgarse muy duramente por todo esto.
Al mismo tiempo, en el hostal de Rodorio...
- Elfriede-san no me quiere, Silvestre, solo jugó conmigo- decía por enésima vez Deuteros, vaciando la décima botella de vino. - Ya te expliqué un montón de veces que no es así- terció Silvestre, impacientándose- Ella te ama y eso me consta. Deuteros estaba tirado sobre la barra del bar, con las mejillas coloradas por los efectos de una borrachera que ya comenzaba a aparecer. - Ella tiene a alguien mejor- refutó Deuteros- Yo los vi. - Pobre Deuteros, ella solo te lastimó- se entrometió Thalía, acercándose al moreno. - Así que tú metiste esas ideas en su cabeza- intervino Natasha indignada, amenazándola con una escoba- ¡Fuera de aquí! - Pero, hermana...- quiso decir Thalía. - ¡Fuera de aquí, ahora!- gritó Natasha, enojadísima. Thalía hubo de marcharse, refunfuñando. Natasha se acercó a Deuteros y le puso la mano en el hombro. - No creas lo que te haya dicho Thalía- aconsejó- Sabes que le gustas y quiere separarte de Elfriede-san. - Yo la vi con otro- insistió Deuteros. - ¡Ay, Deuteros!- exclamó Silvestre- Suponte que mañana, en una de esas misiones, hieran a Elfi y se muera en el lugar... - ¡NO!- saltó Deuteros, dando tal manotazo en la barra, que la rompió- ¡Ni siquiera lo menciones! ¡Ella es mi vida! Si ella muriese, ¿qué me quedaría...? El moreno se echó a llorar como un bebé y siguió bebiendo. Nadie, excepto sus amigos, presenciaba sus penas. El comedor y la barra estaban vacíos siempre que Deuteros venía. - No sigas bebiendo, te hará daño- aconsejó Nicky. - ¡Déjame!- exclamó Deuteros- Es...el único desahogo que me queda.
Al mismo tiempo, en la cantina de Calvera...
- Bueno, entremos- propuso Kardia. - Lo siento, Kardia, debo regresarme- dijo Elfriede, dejando a Kardia y a Calvera muy extrañados por su actitud y su semblante de tristeza.
De vuelta en Rodorio...
Elfriede buscó a Deuteros por todas partes, pero no lo encontró. Su tristeza y sentimientos de culpa aumentaban por momentos. Quería gritar, quería llorar. Sentía que iba a estallar en cualquier momento. Fue al hostal de sus amigos. - Silv, ¿has visto a Deuteros?- preguntó, muy agitada. - Hasta hace unos minutos estuvo aquí- dijo Silvestre, con expresión inquisitiva. Elfriede se alejó a paso rápido. Cansada de su búsqueda infructuosa, retornó al Santuario. Allí, en un escalón del primer templo, estaba Shion sentado. Elfriede lo tenía como uno de sus más cercanos amigos del Santuario, al ser ambos de la misma edad y tener un carácter generoso que los igualaba. Ella lo abrazó y apoyó la cabeza en su hombro. Shion sintió su tristeza y decidió no hacer preguntas, limitándose a acariciarle la nuca suavemente. - Nunca te enamores, carnerito- susurró Elfriede antes de subir hacia las doce casas, dejando algo intrigado al lemuriano. Como Regulus no estaba, fue directamente a Sagitario, donde su tío la esperaba con el ceño fruncido y una expresión de enojo, acompañado por El Cid. - ¿Estas son horas de llegar?- reclamó con voz severa- ¿Qué estuviste haciendo todo el día, en vez de entrenar? ¡Son casi las siete de la noche! ¿Dónde estabas? Para sorpresa de ambos hombres, Elfriede reaccionó al regaño echándose a llorar. Ya no podía contener por más tiempo esa tristeza que deseaba brotar de sus ojos. - Oye... Yo... Elfriede, lo siento- balbuceó Sysiphus, sintiéndose mal por haberla hecho llorar- No era mi intención... - Esto no es normal- le comentó El Cid a Sysiphus, en voz baja- Elfriede es una chica fuerte, nunca la vi llorar. - No es tu culpa, tío- explicó Elfriede, enjugándose las lágrimas- Ya se me pasará. Ya era hora de cenar. Sysiphus era un buen cocinero, así que sirvió la cena para él, El Cid y Elfriede, ya sentados a la mesa; pero ella ni siquiera miró la comida. - ¿Qué te pasa, Elfriede?- preguntó Sysiphus, un poco alarmado- Me preocupas. - Debo salir, tío- dijo Elfriede y se levantó de repente, saliendo de allí a a toda carrera. Recorrió las oscuras calles de Rodorio hasta divisar una silueta tumbada en el umbral de una casa abandonada. Se acercó y se agachó a su lado. - Deuteros- llamó con voz dulce- ¿Qué haces ahí tirado? - A nadie le importa...- murmuró Deuteros con amargura. - A mí sí me importas, y lo sabes- enfatizó Elfriede, apartando los cabellos desordenados que caían sobre los cerrados ojos del moreno. - Elfriede-san, ¿me quieres?- preguntó Deuteros, abriendo sus hermosos ojos azules. - Te amo- dijo Elfriede con ternura- ¡Pero estás borracho!- reclamó. - Solo un poco- afirmó Deuteros, incorporándose con una dulce sonrisa. Abrazó a Elfriede y besó su cuello. - Yo sé que soy el único que ha tomado tu virginidad- dijo Deuteros, con un gesto pícaro- Elfriede-san, ¿estarías conmigo...esta noche? Elfriede se sonrojó, pero le tomó cariñosamente la mano. - Vamos- accedió.
En un lugar misterioso...
Elfriede estaba entre los brazos de Deuteros, siendo besada con desesperación; él la desnudó en un santiamén, con algo de brusquedad. - La borrachera te puso caliente- dijo Elfriede con malicia, entre un beso y otro. - Entonces, apágame- replicó Deuteros del mismo modo. Ella se apartó un poco y lo acostó en la cama, para luego desabrocharle el pantalón, provocando que su inquieto miembro saliese bien derechito. Elfriede lo metió a su boca sin vacilación y empezó a chupar suavemente, pues nunca antes había hecho algo como eso; pero le supo bien, más aún cuando un líquido caliente y con cierto sabor dulce inundó su cavidad bucal. Tragó con dificultad debido a su abundancia, disfrutando de los gritos de placer de su amado. Después, se colocó sobre Deuteros y sintió cómo entró en ella. Empezó a moverse lentamente, mientras el moreno acariciaba sus pechos con avidez - Oh, sigue así, preciosa, me encanta- dijo entre gemidos. De repente, él se volteó, quedando encima de Elfriede. - Ahora me toca a mí- susurró, un poco acalorado, y empezó a embestirla con fuerza, mientras cuidaba de no aplastarla- Sigues estando...- otra embestida- tan apretada- otro movimiento- Tan estrecha... Eso me excita más- gimió. Besó su cuello y lo succionó, dejándole una sugilación. Hizo lo mismo con sus pechos, que tenían marcas de sus dientes. La cama se estremecía con sus movimientos. Ambos gritaban de placer, algo fuerte. - Dime que eres solo mía- exigió Deuteros, manteniendo su control sobre ella. - Soy...soy solo tuya, amor.. No podría...ser de nadie más- dijo Elfriede, con la voz tan entrecortada como su respiración. Disfrutaba el momento y veía que Deuteros sudaba y parecía desbordar placer por sus bellos ojos. Toda la noche tuvieron instantes de pasión salvaje, de un amor animal que Elfriede nunca pensó que podría llegar a disfrutar.

Lo siento, me salió demasiado largo. Aquí les dejo un poco de lemon para compensar y alegrar la vida XD.

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora