No fue tan malo

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Al día siguiente...
Silvestre se coló de puntillas en el cuarto de la pareja durmiente, con un platillo metálico en cada mano. Ya había amanecido y, por supuesto, Deuteros y Elfriede estaban en una habitación del hostal, la cual Nicky reservaba para su amiga. - ¡BUENOSSS DÍASSS!- gritó Silvestre sonando estrepitosamente los platillos, haciendo que la pareja despertara sobresaltada. - ¡Silv!- exclamó Elfriede, con un gran rubor apoderándose de su rostro- ¡¿Qué crees que haces!? ¡Estamos desnudos! - ¡No molestes, era una broma!- replicó Silvestre, riendo a carcajadas- Además, están cubiertos con una sábana. De cualquier modo- agregó, poniendo una mano en un hombro de cada uno y uniéndolos-, me alegra mucho que se hayan reconciliado. ¡Yo contribuí, así que quiero ser el padrino de bodas! - No es tan fácil- dijo Deuteros, tan avergonzado como Elfriede. - En realidad, no podemos casarnos- añadió ella. - Es una pena- dijo Silvestre, apartándose de ellos- Los dejo para que se vistan. Cuando Silvestre abandonó la habitación, la pareja comenzó a vestirse. - Anoche fue magnífico- dijo Deuteros. - Sí, aunque tengo algunas molestias- comentó Elfriede, notando que su pelvis dolía y su intimidad estaba muy sensible. Echó un vistazo a su cuerpo y vio sus pechos hinchados y con algunas marcas. Deuteros siguió su mirada y vio las huellas de su boca en la carne de la joven. La vergüenza se apoderó de él. - Discúlpame, estaba borracho y no me contuve, te lastimé... ¡Auch!- Deuteros habló atropelladamente, rojo de pena, hasta que una punzada aguda en su cabeza lo interrumpió- Me duele la cabeza horriblemente- se quejó. - Jajaja, querido, es la resaca- dijo Elfriede entre risas- Ya se te pasará. Además- se acercó a él y le susurró sensualmente al oído-, me encantó la noche de pasión salvaje que me diste. Estas marcas- las señaló- indican que soy tuya y de nadie más. Deuteros había escondido su rostro entre las manos, pero se descubrió al oír esas palabras, volteó a ver a Elfriede y le dio un beso tierno y profundo. - Ahora debo irme- dijo Elfriede, ya vestida. La habitación estaba en la segunda planta del hostal, por lo que, al bajar al recibidor, Elfriede encontró a Kardia, quien corrió desenfrenadamente hacia ella en cuanto la vio y se le tiró encima, pareciendo un cómico loquito. - ¡ENANAAAAAA!- gritó eufórico- ¿Dónde estabas? ¿Por qué te fuiste así de la cantina de Calvera? ¿Por qué lloraste cuando el tío caballito te regañó? ¿Qué pasó? ¿Dormiste aquí?- las precipitadas preguntas de Kardia reflejaban una preocupación que hizo mucha gracia a Elfriede. En ese momento, ella se percató de que Kardia tenía un acompañante: Dégel. - Sysiphus estaba muy preocupado, Elfriede- dijo el Santo de Acuario de modo serio- Te comportaste muy extraño y dormiste fuera del Santuario anoche. - ¡No pasa nada, hombre!- exclamó Elfriede, tratando de buscar una excusa coherente- ¡Es que...!- se le encendió la chispa creativa- ¡Estoy en mis días, eso es! Necesitaba estar sola y dormí aquí, en el hostal de mis amigos. - Eres una pésima mentirosa, Elfriede- dijo Dégel tajantemente, moviendo la cabeza con desaprobación. - ¡Calla!- gritó Elfriede, poniéndose nerviosa- ¿Qué puede saber un hombre sobre esos días sensibles de las mujeres? - ¿Y esto tiene algo que ver con tus días?- atajó Dégel, llevando su mano hacia el visible moretón en el cuello de Elfriede; con su Cosmos, empezó a bajar la temperatura en la zona. - ¡Ay, Dégel, está frío!- se quejó Elfriede. - Eso ayudará a disipar el hematoma- explicó Dégel- Elfriede...- silencio- Tendré que informarle a tu tío sobre esto. - ¡Dégel, por lo que más quieras, no le digas nadie!- suplicó Elfriede, comenzando a preocuparse por su secreto. - ¡Sí, no seas chismoso, cubo de hielo cuatro ojos!- la apoyó enérgicamente Kardia. - Te daré la oportunidad de contarle a Sysiphus- dijo Dégel, con su calma habitual- Entiende, eres como mi hermana pequeña y no quiero verte en malos pasos. Ahora, debemos irnos- se ajustó los lentes y abrió un libro que traía en la mano- El Patriarca tiene una misión para ti. Los tres abandonaron el local; mientras, Deuteros, escondido detrás de la escalera, sentía que los celos lo consumían como fuego líquido recorriendo sus venas, al ver cómo Kardia abrazaba a Elfriede. El moreno apretó el puño y aguantó las ganas de salir y matar al entrometido alacrán.
En la casa de Aries...
- ¡Hola, Elfriede!- saludó amablemente Shion- ¿Se te pasó el mal de amores? - ¡Vete a balar a otra parte, corderita!- gritó Kardia para molestarlo, Elfriede no sabía por qué. - Kardia, no te metas con Shion- ordenó Elfriede con voz enfadada. - Está bien- aceptó Kardia algo apenado, no le gustaba que su hermanita adoptiva se enojara con él. - Hola, Shion- dijo Elfriede con gentileza- Gracias por preocuparte, estoy mejor. - No le hagas caso a Kardia, sabes que es subnormal- agregó Dégel, provocando indignadas protestas por parte de este y la risa de Elfriede.
En los campos de entrenamiento...
- ¡¡Regulus, eres un idiota!!- gritó un chiquillo de cabello verde oscuro, de la misma edad del mencionado leoncillo. - Hey, nadie le alza la voz a mi hermano- dijo Elfriede con severidad, apareciendo en el Coliseo. El chiquillo la miró fijamente, entre impresionado y avergonzado. - Lo..lo siento, señorita- se disculpó, haciendo una reverencia- Yo soy Yato- dijo, ofreciéndole una mano que la joven no dudó en estrechar- Kardia-sama me trajo al Santuario para convertirme en Santo, pero, como soy del signo Sagitario, quedé a cargo de Sysiphus-sama- explicó. - Ya veo- dijo la joven, con una sonrisa muy dulce- Yo soy Elfriede de Orión. - ¿Así que ella es tu hermana?- le susurró Yato a Regulus- Es hermosa de verdad...- comentó fascinado. - Es lo que te dije- dijo Regulus con orgullo, yendo hacia su hermana y abrazándola. - Oye, Yato, si vas a ser el condiscípulo de Regulus, quiero que se lleven bien- dijo Elfriede, con tono y gestos maternales. - Sí, Elfriede-san- dijo Yato con respeto. - Por cierto, ¿qué haces aquí, hermanita?- indagó Regulus, pues hoy no le correspondía el entrenamiento. - Verás, estoy escondiéndome del tío...- dijo Elfriede en voz baja; pero antes de que pudiera explicarse, un grito resonó en el Coliseo. - ¡ELFRIEDE!- voceó enojado Sysiphus. - Oh, oh, me descubrió- dijo Elfriede con desconsuelo, agachando la cabeza. Sysiphus llegó hasta ella con una mirada furiosa. - ¡Elfriede, tienes mucho que explicarme!- exclamó- ¡No dormiste en el Santuario anoche, y no es la primera vez que lo haces sin justificación!- bajó su tono- Pero, me lo explicarás después de tu misión. El Patriarca te espera.
En la Cámara del Patriarca...
- ¡¿PERO QUE COÑO!? ¡¡NO JODAS, TÍO!!- maldijo Elfriede, demasiado iracunda y amargamente sorprendida por la misión que le fue asignada. - Elfriede, no le faltes al respeto a tu tío- le requirió El Cid, quien estaba presente. - Disculpa, tío- dijo Elfriede, bajando la cabeza avergonzada- Es que...- carraspeó- Déjame ver si entendí: una pareja que conocen les va a colaborar para que Aspros y yo nos hagamos pasar por ellos, y así ir a una recepción privada, donde se supone que habrá un espectro. - Exactamente- le confirmó el Patriarca- Nadie conoce a la pareja, excepto el dueño de la casa, quien nos ayudará. - Pero, ¿por qué tengo que ir con Aspros?- cuestionó Elfriede, haciendo un puchero. - Porque es el que considero más juicioso- respondió el Patriarca con calma. - ¿Juicioso ese?- dijo Elfriede, sarcásticamente- Dégel es mucho más juicioso. - Pero él estará ocupado investigando unas cosas en Star Hill- explicó Kardia con expresión de aburrimiento. - Tranquila, Aspros es mi amigo y sé que no muerde- dijo Sysiphus, tratando de calmarla. - Es un atrevido y un ambicioso- dijo Elfriede con sequedad- Un día te va a sacar un susto. - Oye, no hables de mí como si no estuviera aquí- protestó Aspros, molesto. - No me importa, igual te lo digo en tu cara- dijo Elfriede, secamente. - ¡Ya basta!- intervino el Patriarca, comenzando a perder la calma- Ambos son Santos de Athena y, como tal, cumplirán su misión sin quejas y con respeto entre ustedes. - Sí, Patriarca-sama- dijeron Aspros y Elfriede a la vez, aunque de mala gana. - Dégel, te encargarás de vestir a Elfriede como una dama de alta sociedad- concluyó Sage. - ¡¿YO!?- gritó Dégel, poniéndose más rojo que las manzanas de Kardia. - Si no quieres, yo lo puedo hacer- dijo este último pícaramente, ganándose una mirada fulminante por parte de Sysiphus y las carcajadas de los demás.
En la casa de Aries...
- Dégel, ¿cómo me vas a poner el vestido, si tienes los ojos cerrados?- preguntó Elfriede divertida, viendo a su enrojecido amigo chocar con todo en la habitación por mantener los párpados apretados. En eso, entró Kardia y miró a ambos. - Joder, Dégel, te estás perdiendo el mejor cuerpo de toda Grecia- comentó Kardia, sin separar su vista de la descubierta piel de Elfriede, vestida solo con unos calzones. - ¡Sal de aquí, Kardia!- gritó Dégel indignado, abriendo sin querer los ojos. - Bueno, Dégel, ya me viste- señaló Elfriede- Venga ya, ayúdame.
Unas horas después...
Elfriede salió de la habitación y dejó sorprendidos a Shion, Dokho, Aspros, Sysiphus y Regulus, quienes estaban allí para acompañarla. La joven parecía una gentil damita; traía un amplio vestido blanco muy recargado, los labios encarnados en color rojo, como sus mejillas, unos pendientes de plata como un encaje que hacían juego con un collar del mismo estilo, dos pesados anillos con esmeraldas, botitas de seda azul y el cabello peinado en hermosos bucles que caían por su cuello y hombros desnudos. Dégel, todavía con la cara al rojo vivo, le colocó un arreglo de flores en el cabello y un poco de colonia como toque final. - ¡Mi hermanita es la más hermosa!- exclamó Regulus, siendo el primero en reaccionar. Sysiphus se acercó para ver mejor a su sobrina. Kardia estaba con la quijada en el suelo. - Se te meterá una mosca, Kardia- aprovechó para decirle Dégel, cobrándose la burla que su amigo le había hecho al decirle "cachetitos de manzana". - Estás..hermosa- musitó Aspros, impresionado. - Menos mal que Shion nos dejó usar su habitación, pues no creo poder bajar tantos escalones con este vestido- dijo Elfriede- Gracias, carnerito- le revolvió cariñosamente el cabello a este; él se había quedado sin palabras. - Damisela encantadora, su transporte ya está aquí- anunció Dokho. - Vamos avanzando, Aspros- dijo Elfriede, con un suspiro de resignación. Para su sorpresa, el Santo de Géminis le tomó gentilmente la mano para ayudarla a salvar los escalones, pues el vestido le estorbaba y las botitas apretaban sus pies. Aspros estaba elegantemente vestido, con una camisa blanca con un chaleco negro por encima, una gabardina, pantalones y botas del mismo color. Al llegar frente al carruaje, Elfriede lo detuvo un momento. - Déjame arreglarte ese cuello- dijo. - Gracias- respondió Aspros, con un ligero sonrojo al sentir las delicadas manos de la joven acomodando el cuello de su camisa- Comienza a hacer frío- agregó, cuando ella terminó de arreglarlo- Ponte esto para el camino- se quitó la gabardina y la colocó sobre los estrechos hombros de Elfriede- Vamos- concluyó, abriendo la puerta del carruaje y ofreciéndole la mano para ayudarla a subir. Ella lo miró fijamente por un minuto, sin reaccionar. - ¿Quién eres y qué hiciste con Aspros?- interrogó con tono desconfiado, extrañada por la actitud cortés del Santo de Géminis. - ¿Es que no se puede ser amable contigo?- contestó Aspros con otra pregunta, un poco molesto. - Es que es muy sospechoso- dijo Elfriede, entrecerrando los ojos y poniendo sus manos en las caderas. - Si quieres que me comporte como antes, solo tienes que pedirlo- replicó Aspros, con su conocida sonrisa malévola. - Ese es el Aspros que yo conozco y que detesto- dijo Elfriede, sonriendo- Pero, prefiero tu yo actual. Eres un lunático de primera. Ella tomó su mano y subieron al coche, finalmente. Durante todo el camino, Aspros permaneció callado,viendo por la ventanilla del carruaje con la mirada perdida. Elfriede hizo otro tanto, recostada sobre los lujosos cojines de aquel transporte tan aristocrático.
Al llegar a su destino...
Elfriede quedó impresionada al ver la majestuosa mansión de piedra roja que se erguía ante ellos. Bajó del carruaje con ayuda de Aspros, quien la precedió, percatándose de que, tras las cuatro horas de viaje, ya había caído la noche y la impresionante residencia estaba iluminada brillantemente y colmada de ruidos. - Esta es la mansión Kostipràs- dijo Aspros. - Es muy lujosa- comentó Elfriede, sin dejar de mirarla. De repente, su atención se centró en el portón de rejas góticas, que se abrió dando paso a un hombre bien vestido, pero desagradable de ver, quien se acercó a la pareja. - ¿Usted es el señor Korl Kostripàs?- inquirió Elfriede. - No, bella dama, soy su mayodordomo y su hombre de confianza- respondió el hombre, tomando galantemente la mano de la joven y besando su dorso- Mi nombre es Diòrr Rostkar. - Mucho gusto, mi nombre es Elfriede- se presentó la joven Santa. - Un bello nombre, "Fuerza" en alemán, si no me equivoco- elogió Diòrr. - Sí, mi padre me lo puso, su madre era originaria de aquellas tierras...- contó Elfriede, algo emocionada al recordar a su padre. - Yo soy Aspros, su esposo- interrumpió este, molesto por la forma en la que aquel tipejo feúcho coqueteaba con la hermosura que le acompañaba- El señor Kostripàs nos espera. - ¡Oh, sí! Claro, disculpen- dijo Diòrr con afectada cortesía- Ya había sido informado. Por favor, acompáñenme. Elfriede y Aspros fueron conducidos a una pequeña sala con un puñado de gente de alcurnia, la mayoría muy bulliciosos; pero se hizo silencio cuando todos posaron sus ojos en la preciosa Elfriede. Esta se sonrojó al sentirse el centro de atención y Aspros la tomó del brazo protectoramente, mientras los murmullos de "¿Quién será esa belleza?", "¡Qué hermosa es!", "Me enamoré..." no cesaban. - No sé si será por la incomodidad que siento, pero algo me dice que debemos estar alertas- le susurró Elfriede a su compañero. - No eres la única, ese criado me da mala espina- casi gruñó Aspros. Comenzó a sonar el vals, en tanto Elfriede y Aspros tomaban una copa. - No bebas de más- aconsejó Elfriede, viendo que Aspros tomaba una décima copa. - No lo hago- dijo este, casi con desprecio. - Mejor, vamos a bailar- dijo Elfriede para desviar su atención del alcohol. Aspros solo la tomó de la mano y salieron a la pista, uniéndose a las demás parejas de baile. Ambos bailaron con ligereza y buena técnica. - No sabía que bailabas tan bien- comentó Elfriede. - Tu también lo haces- dijo Aspros, con una sonrisa arrogante. Cuando el baile acabó, Diòrr apareció para anunciar el fin de la recepción y que todos debían retirarse a sus aposentos. - Vengan, los acompañaré- dijo Diòrr, dirigiéndose a Elfriede y Aspros. - ¿Y Kostripàs-san?- inquirió Elfriede. - Lo siento, está indispuesto, los recibirá mañana- explicó Diòrr. - Esto no me gusta- le susurró Aspros a Elfriede, nada convencido con la explicación del mayordomo. Elfriede le dirigió una mirada de concordancia. - Como son esposos, dormirán en esta habitación matrimonial- anunció Diòrr y se alejó, dejándolos ante un gran y ordenado dormitorio, con una cama enorme y un toque de lujo. - Dormiré en este sillón, para no incomodarte- informó Aspros, acomodándose en un gran mueble de madera castaña, mientras Elfriede le dirigía una sonrisa de agradecimiento, antes de caer en la cama, rendida por el cansancio.

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora