Festival de la Luna Llena

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Dos meses después, una noche en el hostal....
Elfriede tocaba el piano en el recibidor, mientras Deuteros la observaba, extasiado por los lindos sonidos que arrancaba del instrumento. - No sabía que tocabas el piano, Elfriede-san- dijo Deuteros con admiración. - Mi madre me enseñó, ella era pianista...- dijo Elfriede, con la voz un poco quebrada- Tocó en grandes escenarios, luego conoció a mi padre y se casaron. Era una mujer muy bella y gentil. Este piano era suyo, fue el único recuerdo que pude rescatar de nuestra antigua casa- no pudo contener una lágrima- Ella murió de neumonía. Deuteros se acercó y limpió el rostro hermoso de ella con sus pulgares. - Lamento haberte hecho llorar- le susurró, apenado. - Deuteros, estás muy cerca- dijo Elfriede; sus caras estaban a escasos centrímetos. - Lo siento- dijo Deuteros ruborizado, haciendo ademán de irse; pero Elfriede lo detuvo. - No, no quiero que te alejes- dijo. Ambos se acercaron más... - Elfriede, vas a usar mi vestido sí o sí- interrumpió Natasha, trayendo en sus manos un vestido (con el modelo del de la multimedia, pero sin guantes) de color rojo vino. - No usaré eso, Tasha, olvídalo- replicó Elfriede, muy molesta. - Oh, vamos, Elfriede-san, yo quería tener el privilegio de verte con vestido, hazlo por mí, ¿sí?- suplicó Deuteros, poniendo esa cara y voz con la que Elfriede no sabía negarle nada. - Está bien- aceptó ella a regañadientes- Haré el sacrificio. Natasha saltó de alegría y casi arrastró a Elfriede hasta el tocador para arreglarla. - ¡Ven acá, Deuteros, que tenemos que arreglarte!- llamó Silvestre desde otra habitación. Obediente, el joven moreno fue hacia el lugar desde donde provenía la voz de su amigo. Entre este y Nicky lo hicieron vestir una camisa de seda rojo vino, pantalones negros y botas del mismo color. - Te queda que ni pintado, Deuteros- dijo Nicky, presentándole un espejo. - Gracias, chicos- dijo Deuteros, abrochándose el cuello de la camisa. En ese momento, entró Elfriede muy lista, dejando sin aliento a Deuteros. Ella traía el cabello suelto (habitualmente, lo llevaba recogido en una cola), los labios pintados con carmín y su vestido que dejaba ver las perfectas piernas y delicados pies que poseía. - Deuteros, ¿no crees que este escote está exagerado?- inquirió, avergonzada e incómoda. Él no se dio por enterado, estaba tan atontado mirándola que ni siquiera la oyó. - Cierra la boca, que harás un charco de baba- le susurró Silvestre a Deuteros, de forma divertida. - ¿Eh?- dijo este confuso, volviendo de golpe a la realidad. - ¿Te sientes bien?- preguntó Elfriede un poco preocupada, poniendo su mano en la frente de su moreno amigo. - Sí... Es que parecías una rosa de los Campos Elíseos, radiante con esa belleza divina, digna de un corazón tan hermoso... Eres perfecta- soltó Deuteros de golpe, sin pensar en lo que decía. Elfriede se sonrojó hasta los ricitos dorados de su frente, olvidando definitivamente su escote. - Gracias, también estás muy guapo- dijo en voz baja, apreciando la vestimenta que resaltaba el cuerpo bien tonificado de Deuteros. - Ven, Deuteros, te peinaré a ti, ya que la señorita no se deja...- dijo Natasha, entrando en la habitación algo molesta. Deuteros tomó asiento y dejó que la mujer acomodara sus largos cabellos azules. - Tasha, sabes que todo el mundo me jala el cabello, hasta tú, y no me gusta- se justificó Elfriede. - ¿Me dejarías hacerlo a mí? No te jalaré, lo juro- se ofreció Deuteros. Elfriede esbozó una suave sonrisa. - Está bien, confío en ti- aceptó. Cuando Natasha terminó su labor de peluquería, Deuteros le cedió el asiento a Elfriede y comenzó a cepillar suavemente aquel cabello color sol, para después trenzarlo. - Ya está- anunció Deuteros cuando concluyó, dejando el cepillo a un lado. - ¡Wow! Eres un gran peluquero- dijo Elfriede, al mirarse en el espejo. - Gracias- dijo Deuteros, trataba de no sonrojarse últimamente. - ¡Chicos, la fiesta ya va a empezar!- gritó Rakim desde el recibidor. A las horas que Deuteros visitaba el hostal, este no estaba muy concurrido; pero, ahora, debido al festival, había muchísima gente, así que Elfriede tomó protectoramente la ruda mano de su amigo y salió con él, sin soltársela, para que no se sintiera incómodo con tantas personas a su alrededor. Deuteros se estremeció al sentir el suave contacto de la pequeña mano que lo sostenía. Cuando llegaron al recibidor había, en efecto, muchísima gente. - ¡Qué bien! ¡Ahí está el jurado!- exclamó Elfriede con entusiasmo, señalando a un hombre y una mujer, ambos de apariencia madura- Deuteros, ellos son Natti y Luciano, los encargados de premiar las mejores canciones y bailes... - ¡Y ahora, con ustedes, la bella Elfriede!- la presentación de Silvestre, quien estaba de pie en la tarima, interrumpió la conversación. - Tengo que cantar ahora- dijo Elfriede. - Lo harás muy bien- afirmó Deuteros, con una amable sonrisa. Elfriede subió a la tarima e hizo una inclinación para saludar al público. - Buenas noches a todos- dijo con gentileza- Esta canción va dedicada a mi mejor amigo: Deuteros. Silvestre y Ken chiflaron, mientras Natasha y Rakim sonreían, Nicky apaudía y Deuteros no podía ocultar su vergüenza y sorpresa. Elfriede comenzó a cantar:

Yo te voy a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora