Capítulo 21

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Mamá prepara el almuerzo, su delantal de girasoles combina con la liga amarilla que sostiene su cabello. El condominio es tan pequeño que puede verme desde la cocina.

—Recoge esa mochila, Camila.

La bolsa, con botones y parches de diferentes colores, está en el suelo al lado de la puerta principal. Es un bulto tan viejo que es un milagro que mamá lo hiciera lucir bien con esos parches, así ha escondido los agujeros.

—Voy.

Recojo la mochila y la llevo hasta mi habitación, la arrojo al pie de la cama. El ruido que provoca al caer me hace esperar por una reprimenda que no llega. Sonrío, feliz por mi pequeña travesura, y levanto la barbilla en dirección a mi póster favorito de Sailor Moon.

—Te castigaré en el nombre de la luna —canturreo en tanto imito la característica pose de la justiciera.

—¡Ven a comer, cariño! —me llama mamá desde la cocina.

Giro sobre mis talones y apresuro el paso para ayudarla. Salto, un pie tras de otro, como si corriera sobre un campo cubierto de flores.

—¿No te has quitado el uniforme? —pregunta al entregarme un plato hondo—. No quiero que arruines la blusa.

—Tengo hambre.

—Siempre tienes hambre —sonríe—. Me pregunto a dónde va a parar toda esa comida.

Mamá es muy bonita. Su cabello es un castaño cobrizo que bajo el sol parece tener mechones rubios, sus ojos son de color avellana como los míos.

—¿Y cómo te fue en el colegio?

Sostengo el otro plato donde sirve el caldo con verduras. No me gusta comer esto, porque siempre tiene mucho caldo, poquitas verduras y mucha menos carne, apenas uno o dos trozos. Lo peor es que comemos esto casi todos los días de la semana.

—Bien.

—¿Sólo bien? —inquiere con las cejas enarcadas—. Hace meses que no me llaman de la dirección... No te muevas, Cam.

Punta, talón, punta, talón, me gusta cambiar mi peso de sitio.

—Discutí con Abril.

—¿Y eso? ¿No es tu mejor amiga?

—Pues... —Tomo aire—. Abril es una pesada. Dijo que mi falda del uniforme es tan vieja que podría estar en un museo.

Mamá retira el plato de mis manos para colocarlo en la encimera. Entonces dirige una mirada triste a la prenda de cuadros.

—Me gusta mi falda, mamá...

—Lo sé —sonríe, pero ese gesto no llega a sus ojos—. Veremos de conseguirte otra para que tus amiguitos no te digan nada.

—No me importa... Le he dicho que si vuelve a decirme algo lo arreglaríamos a la salida del colegio —intento tranquilizarla con la frente en alto.

Mi madre lleva el plato a la mesa y se gira con las manos en la cintura.

—No, señorita. Nada de pleitos... ¡Debes aprender a comportarte!

—Pero mamá... ¡Abril es una pesada! —Pongo los ojos en blanco— ¡Se cree mucho porque su mamá se compró un auto nuevo y la van a buscar!

—Abril vive más lejos que tú del colegio —balbucea—. Ignórala, nada de pleitos, ¿entendido?

—Pero, mamá...

—Camila Rivadeneyra, he dicho.

Levanta un dedo en mi dirección cuando abro la boca, me limito a bufar.

La Melodía de Cristal 2: Fénix 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora